martes, 14 de febrero de 2012

VIDA DE MARIAN ROBINSON, por Carlos Trillo

Vida de Marian Robinson es uno de los proyectos que Trillo menciona en varias de las entrevistas que publicamos en el blog y que dejó inconclusos. Se trata de una obra creada en colaboración con el guionista italiano Roberto dal Prá y el argumento gira en torno la explotación de los niños en la Londres de la revolución industrial.
Hoy ofrecemos la primera mitad de la síntesis argumental de la obra (escrita por Trillo), junto a las muestras de la primera dibujante en la que pensaron Trillo y Dal Prá para ilustrar la historia, la italiana Mónica Catalano. (A.A.)

Vida de Marian Robinson
Es una tarde lluviosa y fría en la parte más pobre del cementerio de pobres de Londres.
La Revolución Industrial ha comenzado y, aunque no hay pestes ni hambrunas generalizadas, la primera generación de obreros fabriles presenta una mortandad descomunal.
El sepulturero, viejo y espectral, está tapando una fosa en la que han metido un cajón que no llega a ser un verdadero ataud, pero que servirá para albergar los despojos de esa mujer jóven que yace en él.
Una muchachita de unos once o doce años, sin vestigios aún de formas de mujer, llora sin lágrimas.
Solo ella ha acompañado a Lucy Robinson a este sitio final.
Se llama Marian Robinson, cree ser hija de esa buena mujer que tanto la protegió, y se ha quedado sola en el mundo.
El sepulturero, una vez apisonada la tierra de la tumba la mira con lástima:
- Soy demasiado pobre yo también, niña – le dice -, y lamento no poder ayudarte.
Hace una pausa para secarse la cara transpirada y mojada por la persistente llovizna y agrega en voz muy baja, como no queriendo escucharse:
- En realidad, no puedo ayudarme ni siquiera a mí.

Marian Robinson desanda el camino hacia la miserable pensión donde vivía con Lucy en un cuarto escuálido y helado. Su cabeza es como un cubo vacío, sólo piensa en echarse en el camastro para dormir sin pensar.
No podrá ser. La encargada de la pensión le impide el acceso a la habitación.
- No te puedes quedar aquí. No trabajas y nadie volverá a pagarle su sueldo de miseria a tu madre en la fábrica. Vete que ya conseguí un nuevo inquilino.
Marian le pide con voz ronca, como si de pronto fuera una adulta curtida, que la deje recoger sus pocas ropas y un par de objetos.
La encargada, que seguramente esperaba una escena de llanto desolado, al verla tranquila y decidida a marcharse, le franquea el paso y le pide que se apure.
Una camisa que alguna vez fue blanca, los tres calcetines agujereados, el calzón de repuesto que compartía con su madre, Marian va poniendo las prendas en un gran pañuelo que, seguramente, piensa usar como valija.
Pensativo, la observa el pequeño ratoncito con el que tanto su madre y ella se habían encariñado y que siempre estaba cerca para hacerlas reir con sus contorsiones.
Pero hoy Marian no le rasca la panza. Está pensando si le conviene llevarse también el viejo baul que, junto a la cama y un par de sillas, termina de amueblar el cuarto.
Lo mueve con dificultad, es demasiado pesado, solo consigue arrastrarlo un par de metros y ya se siente agitada. ¿Qué va a hacer arrastrando semejante armatoste por las calles de Londres si no tiene siquiera adónde ir?
El ratón pega un salto para escarbar en los listones de madera del piso que estaban ocultos debajo del baul.
Arranca uno de ellos, que estaba evidentemente flojo.
Y debajo Marian vislumbra un objeto rectangular envuelto en trapos.
Debajo de esos trapos, que desarma con mucho cuidado, hay un libro.
En la cubierta, escrito con letras doradas, dice Vida de Marian Robinson. Y sobre ese título leemos el nombre del autor: Merlin Dark.
- ¿Mi vida? ¿Alguien escribió un libro sobre mi vida? – se pregunta Marian en voz alta.
Azorada, está por empezar a hojearlo cuando a sus espaldas aparece la encargada de la pensión carraspeando nerviosamente.
Envuelve otra vez el libro en los trapos, lo mete en el centro del pañuelo y, cuando está por anudarlo, el ratón salta y se mete también en el modesto atado de sus pertenencias.
Marian sobrie apenas, feliz de constatar que alguien está dispuesto a acompañarla.
Antes de salir a la calle se quita la camiseta ligera que llevaba puesta y la reemplaza por un pulover abrigado.
Cuando lo hace, el lector verá las dos cicatrices notables que tiene en la espalda a la altura de cada uno de sus omóplatos.

Marian Robinson se aleja de la pensión con sus poquísimas prendas, el inquietante libro y el ratón, que asoma la cabeza tímidamente desde el pañuelo convertido en bolsa.

No camina demasiado. Ha dejado de llover y la noche está despejada, con una enorme luna llena que Marian aprovecha para comenzar a leer el libro sentada sobre el viejo puente que atraviesa el Támesis.
Con una coloración virada al sepia, distinta a la de la historia principal, vemos el relato que ella está leyendo.

Un hombre corre ensangrentado con un pequeño paquete que protege entre sus brazos. El paquete se mueve, gime. Vemos que lo que lleva es un bebé recién nacido, una niña. El hombre está herido y comprendemos que alguien va tras èl para matarlo.
Exhausto, consigue llegar a una casa en medio del campo donde lo recibe un viejo con rasgos de gnomo.
- Doctor – dice el hombre herido –, conseguí traerle a la niña. Debe operarla ya mismo. Mientras usted lo hace, yo buscaré a Lucy Robinson.
El hombre herido sale corriendo con desesperación y el doctor desnuda a la niña, que tiene dos pequeñas alas, como si fuera un hada.
Pequeños arroyos de sangre verdosa salen del cuerpo de la pequeña cuando el doctor clava sus bisturís para extirpar las alas.
Está terminando de vendar la espalda lastimada cuando regresa el hombre herido, que apenas puede respirar, con una muchacha joven y robusta llamada Lucy Robinson.
Lucy Robinson debe partir hacia Londres con la niña para tratar de mezclarse entre las gentes normales como si fuera una pobre madre soltera con un bebé sin padre.

El lector comenzará a entender, a esta altura, que el libro está contando la historia de cualquier niña alada, sino la de nuestra protagonista.

Marian, inquieta por lo que está leyendo penosamente (deletrea las palabras con gran dificultad) se toca la espalda como si acariciara las cicatrices que le quedaron cuando le extirparon las alas.

En el momento en que Marian trata de seguir con la lectura un jovencito muy mal entrazado se le acerca y le habla.
- Por lo que veo, eres tan pobre y estás tan sola como yo en esta ciudad asquerosa. Mi nombre es Oliver Cooper . Dentro de un rato hará más frío y seguramente volverá a llover. Si te interesa ir a un sitio donde hay sopa y un techo bajo el cual dormir, puedes seguirme.

Echa a andar velozmente y Marian, appartando la vista de ese libro hipnótico, corre tras él.
Mientras lo sigue agitada porque le cuesta mucho seguir las zancadas de Oliver, oculta el libro entre sus ropas y escucha algunos consejos de su nuevo amigo:
- No te separes de mí. El lugar no es, en absoluto, el invento de un benefactor de los pobres. No sé si has oído hablar de las fábricas que crecen en la ciudad como hongos venenosos.
- Sí, no solo he oído hablar de ellas sino que hace unas horas enterré a mi madre que se enfermó trabajando en una de ellas para mantenerme.
- Ajá – dice Oliver deteniendo un momento el paso para mirar a Marian con pena y admiración -. Este sitio al que vamos lo comanda un hijo de puta que quiere poner niños a trabajar por techo y comida como único salario. Inventó esto de que regala sopa y techo por las noches para atrapar incautos. O sea que tú y yo comeremos su sopa y dormiremos en alguna de las pilas de paja húmeda que él llama camas y, apenas empiece a amanecer, nos escaparemos.
- Pero… ¿y si no podemos salir? – pregunta Marian con aprensión.
- Confía en mi…
- … Marian, me llamo Marian Robinson.

Hay muchos niños, algunos demasiado pequeños en ese galpón adosado a una fábrica de elementos para maquinaria de barcos. Algunos se ven verdosos y exhaustos como se veía Lucy Robinson al final de su vida.
El encargado saluda alborozado la llegada de Oliver y Marian, tan saludables.
Les sirve platos de sopa llenos hasta el borde y ¡con trozos de carne dentro!. Además les da pan en abundancia mientras a los chicos ya esclavizados les entrega porciones minúsculas. Es evidente que intenta seducirlos para que se queden a trabajar en la fábrica.
Pero, siguiendo el plan de Oliver, él y Marian comen todo lo que pueden, se acuestan a dormir en dos jergones y se disponen a dormir sólo lo indispensable.
Antes de acostarse, Marian esconde el libro bajo el jergón. Otro de los chicos la ve, espera que se duerma y, reptando, mete la mano buscando el libro.
El ratón le pega un fenomenal mordisco en la mano y lo obliga a desistir. Llorando sin ruido, para no ser castigado, el niño vuelve a su lugar y se duerme chupándose los dedos ensangrentados.

Al alba, Oliver la despierta para irse sigilosamente.
Como la puerta tiene una gruesa cadena, trepan a una claraboya que les permite saltar a la calle.
Claro, no tenían previsto que dos perros salvajes y famélicos hubieran sido amaestrados por el encargado del lugar para que nadie pueda escapar.
Cuando los perros se abalanzan sobre ellos, el ratón salta del bolsillo de Marian, enfrenta a los perros, los desorienta y los obliga a ir tras él.
Así, los dos chicos logran huir. Cuando ya están en un lugar seguro, una plaza bastante concurrida, el ratón regresa exhausto y se vuelve a meter en el bolsillo de Marian.
Mientras Oliver va a hacer una recorrida por este barrio en el que nunca estuvo, Marian se sienta en un rincón y lee.

Visualizamos otro fragmento del relato del libro con imágenes, bocetos y textos escritos con la tipografía de los viejos libros del siglo XIX.

Lucy Robinson, cargando a la niña ya sin alas, escapa. La acompaña y la ayuda un joven, su enamorado, Pericle Martins y juntos, los tres, llegan a Londres. Allí los interceptan unos hombres extraños, grandes, feos y corpulentos, muy parecidos entre sí, de gran fuerza física y con el pelo rojo encendido. Parecen una versión humanizada de los ogros y están impidiéndoles el paso.
Pericle grita a Lucy que huya con la niña y, solo, enfrenta al grupo que trata de detenerlos.
Valientemente lucha Pericle y eso permite escapar a Lucy con la beba. Furiosos, al darse cuenta de que han perdido el rastro, los hombres extraños hacen una especie de conjuro y transforman al maltrecho Pericle en un ratón.

El ratón, que ha salido del bolsillo y desde el hombro de Marian sigue la lectura de la niña, la mira intensamente.
Marian vuelve a leer, incrédula. Mira otra vez al ratón.
- No me digas que tú eres Pericle… - murmura.
El ratón asiente con su cabecita e, inquieto de repente, hace desesperadas señas para que Marian observe hacia un lado.
En el extremo opuesto de la plaza ella ve a un hombre muy grande, muy feo, muy corpulento, que llama a alguien desde la ventana de una posada sin sacarle a Marian los ojos de encima.
Otros hombres, también grandes, feos y corpulentos salen de la posada. Flamean como llamas sus cabellos rojos y, en cuanto empiezan a caminar hacia ella, se da cuenta de que tiene que escapar.
En ese momento Oliver regresa contento porque ha podido robar un par de manzanas de un carro y, sin entender nada, corre, toma la mano de Marian y la guía por intrincadas callejuelas obligando a los hombres extraños a hacer raras piruetas hasta que no pueden seguir más el rastro de Marian.

Sentados en el borde de una fuente, los dos chicos y el ratón Pericle comen manzanas. El libro ha quedado en el regazo de Marian.
- ¿Vagabundos y lectores? – se sorprende una señora madura de enérgica figura.
Marian intenta esconder su libro de los ojos avizores de la mujer, pero ésta ha llegado a leer el título.
- Son muy raros y escasísimos los libros que circulan firmados por Merlin Dark. Siempre tuve la impresión de que el tipo publicaba un volúmen único de cada una de sus obras, sin copias, como si estuvieran dirigidos a un solo lector. Se trata de un autor muy extraño…
- Entonces, ¿usted sabe quién es él? – pregunta Marian intrigada.
- Claro, una especie de alquimista e investigador de lo oculto que vivió aquí, en la calle de mi librería hace dos siglos. Aquella fue su casa, ¿ves? – contesta la mujer señalando una desvencijada construcción que tiene aspecto de estar a punto de desmoronarse.
- Yo creí, sin embargo, que podría estar vivo – conjetura Marian.
- Y tal vez lo esté, alguna vez se dijo que había encontrado en el mundo mágico el secreto de la inmortalidad. Pero basta de charla, acompáñenme a la librería que he dejado el guiso en el fuego.

La madura librera se llama Dorothea Missing y, pese a que Marian sospecha que se quiere quedar con su precioso libro, es una mujer solitaria y bondadosa que ama los libros y los lectores y la llena de emoción el empeño que pone Marian en leer el libro de Merlin Dark.

Es muy difícil mantener a la niña bien alimentada sin la ayuda del buen Pericle, que ahora vive con ellas dos convertido en un ratón.
Pero Lucy Robinson es empeñosa y, luego de pedir limosna, lustrar zapatos y vender verduras, y cuando ya la niña tiene cuatro años, decide emplearse en una fábrica donde deberá trabajar de doce a dieciseis horas en una línea de montaje. El dinero que gana le alcanza para alquilar un cuarto, alimentar bastante bien a Marian, pero va minando su salud día a día.

Cuando Dorothea Missing les sirve el guiso debe pedirle a Marian que deje de leer. Ella refunfuña, evidentemente le interesa más el libro que la comida. Dorothea Missing decide ofrecerles a los chicos trabajo en la librería. Una niña lectora y un muchacho ágil para plumerear los estantes más altos, piensa, serán una buena compañía. Y tal vez algún día le podrá pedir prestado el libro de Merlin Dark que Marian lee con tanta devoción.
No sabe, claro, que cada página que pasa acelera el corazón de Marian, que está viendo llegar el momento en que murió la mujer a la que siempre creyó su madre y comenzaron esta extraña serie de revelaciones.

Esa misma tarde, Dorothea Missing deja la librería para ir a una imprenta en busca de una colección de libros que le interesan mucho.
Como este imprentero es un hombre que conoce los precios de los libros raros, Dorothea le pregunta ingenuamente si sabe cuánto puede valer un libro de Merlin Dark. Quiere sorprender a Marian Robinson con el monto de la fortuna que, sin saberlo, tiene tanto tiempo bajo sus ojos.
- ¿Por qué me hace esa pregunta, Miss Missing? – quiere saber el imprentero mientras la mira con sus ojillos porcinos.
- Tengo una joven amiga que tiene uno – responde la librera.

Los ojos del imprentero brillan extrañamente mientras responde que se cree que hay un solo ejemplar de los libros de Merlin Dark en Londres y que su valor puede llegar a ser incalculable.
Cuando Dorothea Missing abandona la imprenta, el imprentero manda a un amanuense a buscar a ciertos señores muy grandes, muy feos y muy corpulentos y, a cambio de cierto dinero, les cuenta lo que acaba de saber por la librera. Les da la dirección de la librería y los señores grandes, feos y corpulentos parten hacia allá.

Dorothea Missing regresa a la librería. Comienza a contar a los chicos lo que acaba de averiguar. Oliver la escucha con atención y mira a Marian, que lee su libro como si estuviera poseída.
- Al parecer - dice Dorothea -, hay un solo libro en Londres escrito por Merlin Dark, así que seguramente es ese…
- “… que tú tienes en tus manos – termina Marian sin dejar de leer.
Dorothea la mira incrédula. Esas eran exactamente las palabras que estaba por decir.
Marian sigue leyendo:
- “Eso estaba diciendo Dorothea Missing cuando, de repente, tres hombres grandes, feos y corpulentos, como otros que ya hemos descrito, abrieron casi con violencia la puerta de la librería para apoderarse, justamente, de este libro”.

Oliver, Dorothea y Marian miran hacia la puerta que se estaba abriendo violentamente para dejar entrar a los tres hombres grandes, feos y corpulentos. (mañana, la segunda parte)

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