Cuarta parte de una extensa entrevista realizada a principios de 2011 para el blog Che Cosa Sono le Nuvole.
LL: El otro hito de la década del ´70 fue, obviamente, el nacimiento de El Loco Chavez, tu tira diaria para Clarín. ¿Cómo surgió ese trabajo?
CT: En 1973, Clarín tuvo un jefe de redacción que se dio cuenta de que las tiras diarias producidas en la Argentina eran más apreciadas por los lectores que las viejas strips de syndicate americano (Mutt & Jeff y similares). Fueron quitando lentamente esas producciones importadas y las reemplazaron por cosas hechas por autores nacionales. Alberto Bróccoli con El Mago Fafa, Caloi con Clemente, Fontanarrosa y Crist con su cartoon cotidiano, Viuti con Teodoro & cia, Guinzburg, Abrevaya y Tabaré con Diogenes y el Linyera, se convirtieron en una necesidad para quienes leían el diario. Era fama que todos empezaban la lectura mirando primero y antes que nada los chistes de la contratapa.
En ese lugar, en algún momento de 1974, se dieron cuenta de que la única cosa que desentonaba era la historieta “seria”, que era un complejo e interesante relato del pasado escrito por un conocido historiador. Hicieron una especie de concurso. A Altuna y a mí nos avisó Alberto Bróccoli, uno de los renovadores de la página. Presentamos, pues, El Loco Chavez, que comenzó a salir el 26 de julio de 1975.
LL: ¿Es difícil escribir una tira diaria? ¿Cómo planificabas las historias?
CT: El Loco Chavez, nos fuimos dando cuenta con el rodaje, tenía que tener un primer cuadrito que recordara lo que había pasado ayer, un desarrollo y un gag con suspenso para enganchar al lector para mañana. Las historias tenían una escaleta, sabíamos dónde empezaban, qué pasaba y dónde terminaban las acciones de los personajes. El ejercicio le da ritmo a las cosas. Los lectores tardaron algunos meses en sentirse atrapados por lo que pasaba en El Loco. En las primeras historias el personaje era corresponsal viajero del diario y eso no resultaba muy atrapante. Pero en un momento se me ocurrió traerlo, dunque fuera por un par de meses, y ahí grité Eureka!. Habíamos encontrado el tono costumbrista para seguir adelante durante los años que iban a venir.
LL: ¿Cómo era escribir sobre la realidad cotidiana en plena dictadura militar? ¿Había controles, advertencias, censuras, lineamientos que te bajaban desde el diario?
CT: El jefe de redacción del diario ejercía una censura preventiva. Nadie quería hacer dos veces sus tiras, porque en general se entregaban sobre la hora del cierre. Nos fuimos, pues, acostumbrando y entendiendo qué cosas se podían publicar y qué cosas no. Recuerdo algún episodio de presión externa, por ejemplo un programa radial embanderado con la dictadura hasta niveles inconcebibles, donde decían que no mostrábamos un buen ejemplo de ciudadano a los lectores. Pero en el diario nadie nos dijo nada. Yo trabajé en otros medios gráficos más arriesgados en esos años, los de ediciones de la Urraca, por ejemplo: Hum®, Hurra, SuperHum®, El Péndulo y ahí si se percibía más la paranoia. Todos tenemos guardada alguna carta anónima llegada a Hum® diciendo que tuviéramos cuidado o la íbamos a pasar muy mal…
LL: Los Grandes Reportajes del Loco Chávez, ¿la hacían especialmente para Skorpio, o eso era una reedición?
CT: Los Grandes Reportajes era una suerte de página dominical de EL Loco Chávez. Ocupaban media página una vez por semana, en otra sección del diario, mientras la tira seguía salendo de lunes a domingo. Se publicaba primero semanalmente pero muy pronto se convirtió en quincenal y alternaba con un gran personaje humorístico argentino que había pasado ya por varias revistas: Inodoro Pereyra, de Roberto Fontanarrosa.
LL: ¿Cómo se hizo esa adaptación de la tira diaria a la historieta que se publicaba en las revistas de la Eura? Estamos hablando de miles y miles de tiras, y en Italia se conocieron muchas aventuras, pero el volúmen ni se compara con lo que Altuna y vos publicaron en Clarín... Creo que acá la primera que salió fue la de la muerte de Alfred Hitchcock.
CT: Lo que preparé para la Eura con un “montajista” de las tiras fue una versión reducida de El Loco Chávez. Eliminé las larguísimas escenas de conversación en los bares y en la redacción, que habrían sido muy pesadas para el lector de una revista. También eliminé las redundancias de esos cuadros que en la tira recordaban lo que había pasado ayer y reescribí los diálogos con un poco más de dinámica para ser leídos de un tirón y no a razón de tres o cuatro viñetas diarias.
La historia de Hitchcock es la primera aventura de El Loco Chávez como corresponsal viajero, o sea, la que comenzó a aparecer en julio del ´75. Era una intriga con el maestro del suspenso. En 1980 murió Alfred Hitchcock. El Loco empezó a salir bastante después en las revistas de Eura. Fue eliminada, como tantas otras cosas intraducibles de la historia. Era más difícil adaptar la historieta a revista que escribir la historieta original.
LL: ¿De dónde surge la inspiración para el personaje de Pampita?
CT: Altuna solía decir, para impresionar al que preguntaba esto que me estás preguntando ahora, que Pampita era una chica que no sólo existía, sino que posaba como modelo para él. Era una broma. Él dibujaba, dibuja, mujeres hermosas y con personalidad, y su presencia en la historieta fue siempre “peligrosa”, por lo que había que ofrecerlo con cuentagotas. Si aparecía mucho, el protagonista empezaba a desdibujarse. Cuando eso pasaba, había que hacerlos pelearse, o ella se iba de viaje, así el loco recuperaba su papel principal. No, no existía ni en mi realidad ni en la de Altuna, desgraciadamente.
LL: En 1978 se emitió una serie de televisión con actores basada en
El Loco Chávez, que duró muy poco. ¿Qué recordás de ese proyecto?
CT: La serie, una suerte de teleteatro con bastantes exteriores, fue lanzada por un canal de televisión importante y, efectivamente, fue levantado del aire por el gobierno militar porque el Loco era un mal argentino, un pésimo ejemplo: le gustaban demasiado las mujeres y respetaba poco a su jefe Balderi. Cuando la quitaron del aire tuvimos un desagrable episodio en la productora que realizaba el programa porque, para no pagarnos, nos amenazaron con los militares. Nuestro abogado que estaba presente se enfureció y dijo que haría conocer públicamente esa amenza. Los de la productora se asustaron de su propia avanzada sobre un terreno tan peligroso y terminaron pagando en el acto lo que nos debían. Evidentemente, el abogado se había dado cuenta de que estaban “usando el nombre de esos monstruos en vano”. Y si uso esta frase es porque, en su omnipotente poder sobre la vida y la muerte de los ciudadanos, los militares se sentían Dios.
LL: También en 1978 te otorgan el prestigioso premio Yellow Kid, cuando vos ni sabías que tu trabajo se conocía en Italia. ¿Cómo fue esa experiencia?
CT: Fue una cosa absolutamente inesperada. Recibí un llamado desde Lucca de David Lypszic, el propietario de la Escuela Panamericana de Arte de Buenos Aires, a quien conocía – y conozco- muy bien, avisándome. Unos días después me llegó un telegrama de Rinaldo Traini y, por fin, a los pocos meses, ya en 1979, Alvaro Zerboni me trajo el Yellow Kid en uno de sus periódicos viajes de Roma a Buenos Aires. Ahí comencé a enterarme muy superficialmente de cómo funcionaban las cosas: se iba haciendo evidente que Record era, a espaldas de los autores, una agencia que vendía los materiales que producíamos. Tiempo después me encontré con Lypszic, de regreso en la Argentina y él me contó que mis historias (y las de otros) se publicaban en los semanarios de la Lancio y que eran muy apreciadas en Italia. Por eso, según él, como reconocimiento a esa escuela argentina que dos años después iba a ser la gran protagonista de Lucca ´80, me habían dado ese Yellow Kid.
LL: ¿Sentís que ese premio te abrió puertas, o tu carrera ya estaba bien afianzada?
CT: Hasta ese momento yo solo pensaba en publicar mis cosas en Argentina, único mercado en el que creía moverme. El premio no me abrió ninguna puerta pero despertó mi curiosidad sobre lo que ocurría con mis historias en Europa para que, repentinamente, me premiaran por cosas publicadas en Italia.
Por suerte, ya estaba empezando a trabajar en las revistas de Ediciones de la Urraca y esos materiales, al no aparecer en las revistas de Record, estaban en manos de los autores y nadie los revendía sin nuestro conocimiento. El editor de Ediciones de la Urraca crecía fuertemente en el mercado local, pagaba bien, era claro que no tenía ningún contacto internacional y solo quería materiales para sus revistas argentinas, que funcionaban cada vez mejor.
En octubre de 1979 viajé a Europa por primera vez en viaje exploratorio, sin saber gran cosa sobre salones de comics ni sobre editores, ni sobre la situación del mercado en los países del otro lado del Atlántico. En Roma ya estaba viviendo Gustavo Trigo, con quien fui a cenar algunas veces. Él se había sacudido de la intermediación de Record y, entre otras cosas, vendía directamente sus historietas a la Lancio a precios mucho más altos. Me explicó cómo funcionaba el negocio de Ediciones Record y me hizo ver las revistas italianas que publicaban mis cosas y las de tantos historietistas argentinos. A los pocos días, en Barcelona, conocí a Josep Toutain, de Toutain Editor y enseguida, en París pude ver algunas publicaciones periódicas y álbumes que me impresionaron por su calidad. Por fin, en Lucca ´80, donde la Argentina, como ya dije, fue el país invitado, empecé a hacer contactos más seriamente.
Conseguí publicar algunas cosas en España con formato álbum. En España salió Marco Mono que había dibujado Enrique Breccia. En Francia salieron las Histoires Sans Paroles que acabábamos de hacer con Mandrafina. Toutain compró para publicar en España Las Puertitas del Señor López y Merdichesky, que habían salido originalmente en Hum® y SuperHum®. Finalmente, en 1982 hicimos un viaje con Altuna desde Argentina y logramos, ambos, un buen arreglo con Toutain por la compra de nuevas historias. En diciembre dejé de trabajar para Record, ya bien enterado de casi todo lo que ellos ocultaban: que pagaban a los autores un precio normal del mercado argentino cuando, desde las revistas italianas recibían enormes cifras mensuales por la venta de una gran cantidad de historietas nuestras.
Tienes que recordar que en mi país yo ya era un autor muy conocido, estaba publicando Las Puertitas del Sr. López en la revista Hum®, que vendía 300.000 ejemplares. Y ocupaba el lugar más importante del diario Clarín, que vendía medio millón. Además, todavía trabajaba activamente en agencias de publicidad y podía esperar sin problemas económicos los frutos de mi jugada europea. (el domingo, la quinta parte)
Increíble como se entera Trillo del premio Yellow Kid, yo saco la conclusión que era medio pirata este Scutti, y que hacia todos los negocios a espaldas de los artistas, que increíble y bueno enterarse de estas cosas!!!!!!
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