Segunda parte de una extensa entrevista realizada a principios de 2011 para el blog Che Cosa Sono le Nuvole.
LL: ¿Cómo se dio el encuentro con Guillermo Saccomanno? ¿Es una amistad que viene desde la infancia?
CT: Cuando me fui a vivir con la que aún es mi mujer, ella estudiaba Letras. Y Saccomanno era su compañero de estudios. Lo conocí de cuando venía a mi casa a leer con Ema (mi mujer) y, en los intervalos, hablábamos de comics, de novela negra, de política. Yo tendría 26, 27 años y él cuatro o cinco menos.
LL: ¿De qué se trataban las historias de Tony Avila, el detective poeta, que escribiste junto con Alejandro Dolina?
CT: Tony Avila, el detective poeta, era una breve pieza humorística que escribíamos con Alejandro, que era mi compañero de trabajo en un canal de televisión, para el semanario de noticias Siete Días, de Editorial Abril. Es de comienzos de la década del ´70 y nos divertíamos mucho con ese mundo de poetas asesinos que rimaban mal, entre los que sobresalía el villanísimo Orejas Rascolnicof, un malvado espantoso y ridículo.
LL: Entre 1968 y 1972 no escribiste mucha historieta. Pero combinabas ese trabajo en publicidad con la investigación histórica, y de ahí salieron tres libros en colaboración con Alberto Broccoli: El Humor escrito, El Humor grafico y Las Historietas. ¿Tenés otras obras en este período?
CT: Desde 1967 empecé a trabajar como redactor de anuncios para un canal de televisión, escribi una obra de teatro que nunca se estrenó, en colaboración con Dolina y Manuel Evequoz, dos compañeros de trabajo y buenos amigos de esos años. También hice varios programas de radio donde hacía entrevistas y empecé a trabajar como creativo publicitario. También escribí esos libros que nombrás.
En 1972 me fui de una agencia de publicidad para trabajar en el lanzamiento de una nueva revista, Satiricón, donde fui director creativo. Y fue en Satiricón que me contacté con Alberto Breccia, con Altuna, con Lito Fernández. Y como resultó ser que era el único de la redacción que sabía cómo hacerse entender por los dibujantes para escribir historietas, poco a poco me fui volcando a mi viejo sueño de toda la vida…
LL: ¿Qué recordás de esa etapa en Satiricón?
CT: Satiricon fue memorable como revista. Novedosa y audaz, no tenía humoristas profesionales escribiéndola sino periodistas que se lanzaban a la aventura de satirizar la realidad. Sus directivos, Oscar Blotta hijo y Andrés Cascioli, eran los dos dibujantes y tenían muy buen gusto a la hora de elegir colaboradores. Pienso que fue una gran revista epocal, finalmente prohibida por la dictadura militar.
Como Mengano, una revista parecida a la anterior donde colaboramos buena parte del elenco inicial de Satiricón, que también fue prohibida por los militares.
LL: A mediados de 1974, Ediciones Record lanza la revista Skorpio y de nuevo cambia la historia. ¿Cómo te contactás con la editorial? ¿Te llamaron o fuiste vos a ofrecer tus guiones?
CT: En primer lugar refutaría lo de que cambió la historia: Ediciones Record no era más que una copia de las revistas que había hecho Oesterheld con su Editorial Frontera. Si miras los primeros números verás: El Corto Maltés, que ocupaba el lugar de Sargento Kirk, esta vez con Pratt como autor único y los correspondientes cambios de escenario. El Condenado, de Saccomanno y Mandrafina, buena serie, seguía el Cayena de Oesterheld y Haupt. Derek, de Saccomanno, Mandrafina y un dibujante que hacía los lápices, que se parecía a Ticonderoga. Watami parecía retomar de Ticonderoga las historias de indios americanos. A Buster Pike, de Oesterheld y Solano y ayudantes lo reemplazaba Precinto 56. Patria Vieja, de Oesterheld y Roume era emulada (yendo un poco más atrás en el tiempo) por Alvar Mayor. Y Giménez dibujaría una serie con aviones en la segunda guerra mundial a la manera de Amapola Negra, de Oesterheld y Solano López. Y – la guinda del postre - El Eternauta fue, como ya había sido en Hora Cero Semanal, el gran hit de Record. Los autores estábamos muy influídos por la obra de Oesterheld y su manera de contar, así que un editor que te pidiera seguir ese camino era para muchos de nosotros una bendición.
Habían pasado diez o más años, eso sí, y el lenguaje general de la historieta se había hecho más adulto. No era más una lectura de iniciación.
Y, pidiendo disculpas por la disgresión, voy a la pregunta: Guillermo Saccomanno había empezado a trabajar con Record desde el principio, creo recordar que contactado por Eugenio Zappietro (Ray Collins), el autor de Joe Gatillo en la vieja Misterix (un inolvidable western que dibujaba Carlos Vogt). Zappietro era un guionista profesional de gran trayectoria, que había trabajado no sólo en Editorial Abril y en Yago - la editora de Misterix y Rayo Rojo en sus últimos años – y que se desempeñaba en ese período en Editorial Columba. En los comienzos de Record era algo así como el jefe de redacción y le había pedido guiones autoconclusivos e ideas para nuevas series a Guillermo. Yo, por mi parte, estaba comenzando esa carrera rara para un guionista de historietas que consistía en escribir guiones en revistas que no eran de historietas (García Ferré, Satiricon, Mengano, el diario Clarín, un poco después la revista Humor) y ya estaba trabajando con Alberto Breccia en lo que sería Un Tal Daneri, y con Altuna en la tira diaria El Loco Chavez. Preparé un guión autoconclusivo de ciencia ficción y Saccomanno me presentó en Record.
LL: ¿Es verdad que Ray Collins era policía? ¿O es un mito?
CT: Ray Collins, o Eugenio Zappietro, era comisario de la Policía Federal Argentina. Y novelista, y un gran autor de historietas. Su Joe Gatillo, con dibujos Vogt, es inolvidable.
LL: ¿Te acordás de cuál fue tu primera historieta para Skorpio?
CT: Era un trabajo de doce páginas, la medida que pedía la editorial, autoconclusivo, unitario, de ciencia ficción con una nave espacial. No recuerdo el título pero, como lo dibujó Juan Giménez (a quien conocí personalmente mucho después) fue recopilado en un libro de historias breves dibujadas por él y que fue publicado en España. No ha de ser difícil dar con él. La historia la firmé con seudónimo. Yo, en 1972, había escrito un par de novelas policiales que después – como decía Raymond Chandler de sus cuentos que fueron gérmen de relatos más largos – “canibalicé” para hacer historietas. Y una de esas novelas la había firmado como Lester Millard. Usé ese nombre y como tal me nombraron cuando la historieta apareció en Skorpio (el título de la historieta es “2 Castigos para el Cobarde”).
Por si te interesa, las dos novelas se llamaban Círculo Mortal (la de Lester Millard), que se convirtió, con grandes cambios, en el hilo argumental de Light & Bold que dibujaría Jordi Bernet, y Trampa para Ratones (de un cierto David Grennell) que me sirvió mucho para no perderme en la larga aventura de Cosecha Verde, dibujada por Mandrafina. La editorial que las publicó, Finisterre, era un invento de un amigo editor, Carlos Marcucci, Guillermo Saccomanno y yo. Las novelas fingian ser de autores europeos y norteamericanos, por eso los seudónimos. El Knutt Wellhaven de Saccomanno ha de haber sido el primer autor sueco que se conoció en argentina, antes del boom de la literatura negra escandinava que es tan fascinante.
LL: ¿Cómo era la relación entre Record y la Eura de Italia? ¿Scutti y su socio Zerboni eran meros agentes, o les interesaba realmente generar una producción argentina que funcionara como alternativa a Columba?
CT: Skorpio fue un invento italiano, nada menos que de Alvaro Zerboni, que por entonces había regresado a Italia y era agente internacional de las fotonovelas de la Lancio. Continuaba relacionado con el mercado argentino con la editorial Record, que publicaba, desde comienzos de los años ´70, revistas de fotonovelas góticas y eróticas. En ellas, bajo el título genérico de “fotohistorias escalofriantes” había lanzado Killing, Ultratumba, etc. En esos tiempos de semanarios de comics de enormes ventas en Italia, propuso al editor para el que trabajaba producir una revista de historietas, LancioStory, a la que luego se sumó Skorpio.
Los precios de guión más dibujo en Argentina eran mucho más bajos que los precios italianos. Esto auguraba un buen negocio para una producción hecha en su totalidad en la Argentina. Zerboni conocía bien el mercado argentino desde hacía años: había sido ilustrador de la mítica colección Robin Hood de novelas juveniles, y luego distribuidor de fotonovelas y editor. En su revista Totem, de los años ´60, había repropuesto a Hugo Pratt (Ann y Dan) y había publicado memorables trabajos dibujados, por ejemplo, por García Seijas, un jovencito que ya había dibujado en Frontera su interesante Tom de la Pradera. Totem duró poco pero fue una bocanada de aire en esas épocas en que Columba se estaba adueñando prácticamente del mercado argentino. En Buenos Aires, Alvaro contaba con un viejo empleado de su desaparecida editorial argentina, Alfredo Scutti, y con ayuda de él, que estaba “in situ”, colaborando con las fotonovelas, inició la producción (que llegó a ser de mil páginas mensuales) para los italianos de la Lancio.
Como toda esa mole de material no tenía revista que lo albergara en Argentina, Zerboni inventó Ediciones Record para publicar primero Skorpio y luego otros títulos. Su idea de publicar El Corto Maltés en la tapa del primer número de Skorpio revivió en muchos ex-lectores, que añoraban sus publicaciones de años atrás, las ganas de volver a leer historietas. Y como en la producción del material estuvieron el mismísimo Oesterheld, Zappietro, Arturo del Castillo, Jorge Moliterni, Lito Fernandez, García Seijas, Solano López, se vivió además como si, de alguna manera, las desaparecidas Hora Cero y Frontera volvieran a vivir. (mañana, la tercera parte)
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