Sexta parte de una extensa entrevista realizada para Tebeósfera en 2002.
T: Con Charlie Moon denotas ya una intención de desarrollar la obra con miras internacionales, ¿quisiste alejarte de desarrollar una temática argentina?
CT: Charlie Moon, en la fantasía de un primer momento, iba a ser Carlitos Luna. Pero nos pareció, en aquel momento, que un toque de internacionalidad le iría mejor. Éramos unos cuantos los que mirábamos hacia Europa como una posibilidad de desarrollar mejor nuestra obra como medio de vida. Pero no sé si las cosas pierden identidad de origen porque transcurren en Mongolia. A mí me parece que no.
Recuerdo haber pensado -y creo que también escrito- sobre la amistad del Sargento Kirk con sus amigos, el doctor Forbes, Maha el tchatooga, el Corto. Siempre me pareció una amistad tan argentina, tan de quedarse hablando boludeces en los bares para ver si somos capaces de arreglar el mundo, o de compartir desencuentros amorosos con la solidaridad de los amigos, en fin, sería todo un tema: por ejemplo, ¿es Tex una historieta italiana o, porque se trata de un western se convierte en una historieta americana? Sin embargo son los italianos y solo ellos quienes deliran por el viejo Tex, quienes saben sus latiguillos, quienes conocen, después de más de 50 años de seguirlo con devoción, cada comportamiento, cada tic de su héroe. Jamás el público norteamericano se sintió atraído por este personaje, ni aún cuando lo dibujó Joe Kubert...
T: En la revista Don, hubo sitio para textos teóricos como el de Oscar Steimberg aparecido en abril de 1983 (en el núm. 1): “Risa peronista, risa antiperonista” ¿Podrías explicar al público no argentino las implicaciones del peronismo con la historieta, sea por militancia de los autores, sea por el contexto social en que publicaban su obra?
CT: Peronismos hubo muchos. El del primer Perón entre 1946 y 1955, que significó un enorme cambio en la distribución de la riqueza en la Argentina y empujó el ascenso de las clases trabajadoras a una vida más digna. Eso, al tiempo que perfeccionaba una censura férrea que muchos humoristas sufrieron en carne propia. Las historietas, en aquellos años, en cambio, en tanto narraban fantasías y aventuras, tenían una libertad mucho mayor. Y el humor debió refugiarse en el costumbrismo, mientras las revistas políticas debían cerrar porque les cortaban los cupos de papel. El caso más importante fue el de Cascabel, un semanario donde colaboraba el dibujante socialista Tristán y algunos escritores opositores, que primero hubo de cambiar de formato por uno más pequeño, luego debió aparecer con la mitad de sus páginas habituales, y terminó desapareciendo “por problemas económicos”.
El peronismo de aquellos años clausuró periódicos, persiguió a gente del mundo del espectáculo y trató de convencer a todos, por las buenas o por las malas, de las ventajas de ser peronista. Sin embargo, sin duda, el impulso de la parte social, de la atención hospitalaria, de la pelea contra la pobreza, de la erradicación de enfermedades producida por aquel peronismo fue notable.
El siguiente peronismo fue el de Perón en los años siguientes a su caída, años de encarnizada persecución contra los trabajadores peronistas, con fusilamientos, muertos y encarcelados. En esos años, los que hacían publicaciones clandestinas eran los seguidores de Perón que, siendo una mayoría absoluta del pueblo argentino, obstaculizaban con su presencia a una sucesión de gobiernos débiles que se sucedían a uno y a otro golpe militar con el que el viejo-nuevo régimen intentaba perpetuarse.
Finalmente, un general, Alejandro Lanusse, presidente dictatorial él, decidió que el peronismo se acababa permitiendo volver a Perón. Era la década del los setenta, Perón era un anciano. “No le va a dar el cuero”, pensó Lanusse. Pero Perón volvió, ganó arrolladoramente unas elecciones sin fraude, y gobernó un tiempo con la gente fiel que él había elegido para ocupar el poder ejecutivo durante unos meses. Pero ya el peronismo era una bolsa de gatos rabiosos. Socialistas y fachistas luchaban por el poder dentro del partido. Perón debió asumir como presidente. Y allí tuvo que elegir quién se iba y quién se quedaba a su lado. La fractura fue terrible y, al morir Perón en 1974, la sociedad estaba dividida y los grupos parapoliciales asesinaban a los peronistas que pugnaban por una salida hacia el socialismo.
En esos agitadísimos años, muchos de nosotros comenzamos a trabajar en espacios relevantes de humor y de historietas que había en el mercado. Yo fui Director Creativo de la revista Satiricón, un mensuario muy popular, que vendía 250.000 ejemplares y desde donde se satirizaba a la Argentina y al mundo. Estuve allí entre 1972 y 1974, cuando junto con un grupo de compañeros fuimos convocados por un editor muy poderoso entonces, la Editorial Julio Korn, que pretendía sacar una revista que compitiera con Satiricón.
La hicimos y se llamó Mengano. Allí estuvieron Viuti, Amengual, Martín Mazzei, Carlos Marcucci, Osvaldo Soriano, Carlos Killian, Jorge Limura, Alberto Bróccoli, Quino. Pero la revista era muy difícil de hacer porque la editorial tenía publicaciones de espectáculos, de deportes, femeninas, y no era posible tomarle el pelo a casi ningún sector de la agitada sociedad de entonces. Y se fue convirtiendo en una vuelta al pasado, a los tiempos en que solo se podía hacer costumbrismo en el humor nacional.
Satiricón fue prohibida por el gobierno de Isabel Perón, la patética sucesora de Perón en la presidencia luego de su muerte. La censura regresaba a paso vivo. Las derechas más totalitarias ocupaban los entresijos del poder. Mengano sobrevivió unos meses a Satiricón. Fue clausurada pocos días después de asumir la presidencia de facto Jorge Rafael Videla, el de la triste fama. Y mientras el humor desaparecía de los quioscos, donde había ocupado durante años lugares de privilegio, las historietas, ya encarnadas casi en soledad por la Editorial Columba, seguían su camino con esas historias que ya he descrito. Enfrente, como competidor, tenía a Ediciones Record y a su revista Skorpio, donde aparecieron las últimas historietas de Oesterheld.
Los años de la dictadura pasaron, un partido que no era el peronista -de tormentoso recuerdo para tantos argentinos- ganó las elecciones de 1983. El humor opositor había regresado antes, con la revista Hum®, donde tantos colaboramos mientras gobernaba la dictadura militar. Tímidamente se había convertido en una tibia forma de oposición, única posible para vender una revista en los quioscos.
Con la llegada del gobierno de Alfonsín, en 1983, Hum® se hace furiosamente alfonsinista, antiperonista, y poco a poco pierde colaboradores... y lectores. Cayendo desde muy alto, en una larga agonía que culminó ya bastante avanzados los años noventa, terminó quebrando estrepitosamente.
No se puede hacer humor oficialista, decían quienes veían los intentos del primer peronismo de hacer revistas chistosas a favor de su líder (que nadie compraba y se mantenían con las dádivas de la publicidad oficial). No se puede hacer humor oficialista, dijeron los que vieron en ese motivo la principal razón del derrumbe de la revista Hum®. A todo esto, las historietas también habían ido empalideciendo, y el último destello fue la revista Fierro, que cerró bastante antes del quiebre de la editorial de Hum®, que era quien la publicaba.
Y volviendo al tema de esta extensa parrafada, llegamos al tercer peronismo en el poder, el de Carlos Menem. Nada de censura esta vez, pero en lo político, un plan perverso que fue la semilla de la destrucción que la Argentina padece en estos días.
Conclusión: bajo el nombre peronismo se conocen cosas tan, tan diversas, que es difícil hasta para nosotros, los argentinos, definir a ese monstruo extraño y cambiante. Sin embargo, ser peronista es muchas veces como ser creyente de la Vírgen de la Macarena o hincha de un cuadro de fútbol. Tantísimos argentinos, porque hacen buenos negocios con los peronistas, o porque son pobres y desvalidos y esperan un milagro, seguirán a los confusos y contradictorios candidatos de este llamado “movimiento” que ha teñido casi 60 años de nuestra historia.
LIBERTAD Y CRISIS
T: Desde la toma de poder de Videla hasta que la llegada de Alfonsín en 1983 hay un paréntesis de libertades, pues. Según lo que me cuentas, ¿consideras que Alfonsín pudo ser una suerte de “liberador” para las publicaciones de humor gráfico e historieta en Argentina; crees también que fueron utilizadas en el ínterin dictatorial como instrumento ideológico?
CT: Para el humor y para las historietas menos convencionales, la segunda parte de la dictadura militar permitió desarrollos interesantes. Recuerdo que Oreste del Buono, un relevante estudioso y divulgador de los cómics en Italia, nos decía a Guillermo Saccomanno y a mí en 1980 durante un encuentro en Roma, que nosotros, por imposiciones de la dictadura brutal que nos aplastaba, habíamos perfeccionado la metáfora como herramienta de trabajo. Y que en cambio, en su país, donde al pan se le podía llamar pan y al vino vino, era mucho más difícil alcanzar el vuelo poético de algunas producciones argentinas.
Y hay una cosa cierta, muchas veces, cuando hay poca libertad, el humor y la historieta dicen cosas muy interesantes. Lo cual no nos impide agregar que es mejor ser un poco más estúpido con los chistes pero un poco más libre en la vida real.
T: Desde su aparición en noviembre de 1983, Cuero se aprovechó ˆsi bien brevementeˆ de la etapa de apertura inaugurada por Alfonsín añadiendo a sus contenidos más dosis de erotismo ¿Crees que fue aquello bueno para el desarrollo del medio o podría entenderse como algún tipo de vulgarización?
CT: Tiras de Cuero fue una revista que precedió un poco a la llegada de la democracia. Se vivían intensamente esas vísperas. Y el editor de Tiras de Cuero hacía unos meses venía sacando el mensuario Don, donde se publicaban los primeros desnudos integrales de bellezas nacionales. Oscar Steimberg era el director de Don y fue, seguramente, quien propuso al editor una revista de historietas un poco más zafadas que la media. En Don publicamos, Mandrafina y yo, todos los episodios de "El Husmeante", una serie muy fuerte para los tiempos, con mutantes, racismos futuristas y protagonista desencantado que era capaz de cualquier cosa por echarse un polvo o por efectuarse una elongación peneana (que en aquel tiempo era ciencia ficción).
Tiras de Cuero, como experimento, fue muy marginal y duró muy poco tiempo. No era atractiva para los que habían leído SuperHUM®, que esperaban, tal vez, obras más “intelectuales”. Ni para los de Editorial Columba, que aspiraban a que su guerrero nubio derrotara por enésima vez al villano de turno. (mañana la séptima parte)
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