viernes, 20 de abril de 2012

LA METAFORA COMO ARMA, por Manuel Barrero

Cuarta parte de una extensa entrevista realizada para Tebeósfera en 2002.

LA DICTADURA, OTRA VEZ
T: Como los españoles y algunos latinoamericanos no lo hemos vivido, no entendemos que ocurre con ciertos mitos de los argentinos: Evita, San Martín…, los cuales apenas si se satirizaron en tu patria. ¿Es cierto que a Copi se le odió por tocar esos mitos en sus obras?
CT: Copi ha sido uno de los más grandes dramaturgos y humoristas que nacieron en la Argentina. Su obra de teatro sobre Eva Perón es impresionante en su captación de los personajes principales, deformados hasta la caricatura para mostrarlos más desnudos.
Siempre hemos tenido esas censuras. Ahora ha mermado. No sé, se me ocurre y corrígeme si es un disparate, al Rey, en España, al comienzo se lo trataba con mucha ceremonia aún en revistas satíricas como El Jueves. En cambio ahora le dicen de todo. Aquí poco a poco se va en ese mismo camino. Espero...

T: Otro humorista, Quino, descolló en los diarios argentinos de los setenta, sobre todo. ¿Qué opinión te merece su obra?
CT: Mafalda es una creación que significa un antes y un después en la tira diaria humorística. Después de Mafalda, nunca se pudo volver atrás, desaparecieron los personajes que se limitaban a desarrollar una única característica (eran cobardes como Purapinta, o de doble mensaje como Falluteli, o avaros como Amarroto). Después de Mafalda todo se hizo más complejo, con más lecturas, mucho más profundo. Quino sigue siendo un grande, un humanista, un desencantado. Me ha parecido desde siempre, desde antes de Mafalda, un gran maestro.

T: Según Masotta, en 1974 las ventas de tebeos en Argentina llegaron a una cifra doble de la lograda a finales de los sesenta. ¿Cómo debemos entender entonces la crisis de los setenta?
CT: Como crisis de censuras, de militares, de asesinados por fuerzas del “orden”, de secuestrados y desaparecidos. No eran años fáciles para trabajar en los medios, a menos que fueras un autor de Editorial Columba...

T: Desde el día 26-VII-1975 se publicó El Loco Chávez en el diario de Buenos Aires Clarín, tira en la que cabe realidad y fantasía siguiendo esa corriente de hacer “aventurable” la realidad. ¿No podría entenderse al revés, como un querer hacer “realismo fantástico”?
CT: La última página de Clarín había comenzado a cambiar vertiginosamente en 1973. Se habían eliminado algunas tiras de procedencia norteamericana (Mutt y Jeff, La Familia Flop) y se habían incorporado a nuevos autores argentinos de tiras humorísticas. Fontanarrosa, Crist, Caloi, Bróccoli.
La página de chistes comenzó a crecer, a ser comentario cotidiano de los lectores, la gente comenzó a leer el diario por la última página. Y allí fue que en el diario decidieron eliminar una historieta “seria”, de gauchos, para reemplazarla por algo más moderno. Con Altuna nos conocíamos poco, pero Bróccoli, uno de los autores de esa contratapa nos acercó y presentamos nuestro personaje, un tímido intento de hacer un corresponsal del diario en Europa (la realidad argentina nos parecía demasiado pesada para hacer una tira). El proyecto fue aprobado y a los tres o cuatro meses de comenzado, con aventuras que ocurrían en Londres, en París, en San Francisco, en Finlandia, el héroe volvía a su casa por un poco. Y ahí, en cuanto en el aeropuerto tomó el colectivo que lo llevaría a casa, descubrimos que en ese exacto lugar estaba la mejor aventura que podíamos contar, sin superhéroes, sin persecuciones a lo James Bond, simplemente quejándose del precio de las mandarinas y enamorándose de las hermosas mujeres argentinas (que Altuna mitificaba de manera soberbia).
El Loco Chávez pronto estuvo a la altura de las historias humorísticas de esa página y, en realidad, era como un seleccionado de fútbol que funcionaba a la perfección ganándole un partido a los lectores todas las mañanas. Agreguemos que el Clarín vendía una cantidad enorme de ejemplares y crecía. Que la censura que siguió después agigantó los pequeños mensajes de nuestras historietas. En esos años, dije alguna vez, decir: «ché, qué cara está la lechuga en el mercado» era tomado casi como una proclama subversiva.
En el Mundial de Fútbol del año 1978, uno de los personajes de la página, Clemente, se convirtió en una bandera de oposición extrañísima: mientras el relator deportivo del régimen militar, José María Muñoz, gritaba que había que ser prolijos y no ensuciar las canchas porque eso era de malos argentinos, Clemente pedía que tiraran papelitos. Y la gente coreaba su nombre y arrojaba papel picado como acto en contra de las directivas del Poder. Contado así, parece una estupidez, pero puesto en el contexto y en el momento fue un verdadero acto de resistencia.
El Loco creció con sus amigos, con Malone que era igual a mi querido Saccomanno, con Balderi que tenía un aire al verdadero jefe de redacción del diario, con Juan, un melancólico separado, con Pampita, una morocha de la que se enamoraron todos los hombres de Buenos Aires. Una amiga periodista me contó que ella leía El Loco Chávez para entender por qué le gustaba tanto a su marido. Era como un intento de las mujeres por captar qué misterios albergaba la cabeza de los hombres. En 1982 Altuna se fue a vivir a España y poco a poco fue descubriendo otras cosas más importantes para su carrera, hasta que decidió abandonar la tira. En el diario me pidieron que propusiera otra historia... El final fue muy comentado en la prensa, era un hecho inusual que una historia tan popular dejara de aparecer.

T: Sí. Tengo entendido que hasta caló entre la afición futbolística, pues entre los seguidores del Racing Club, que coreaban «¡El Loco no se va!» cuando decidisteis dejar de hacer la tira.
CT: El Loco era hincha de Racing, cuadro del que era hincha Altuna. Además, hacía años andaba muy mal en las tablas de posiciones siendo un club con enorme cantidad de seguidores. Entonces, este sufrimiento por Racing, que tantos compartían, fue un gran condimento para la historia.

T: Por el año 1975 trabajaste con el Viejo, con Breccia, en Un tal Daneri. ¿Cómo fue?
CT: Con Alberto hice varias cosas, la primera fue Un tal Daneri, un detective, o más que detective, un pesado, un gorila, de un barrio marginal. Sus historias eran muy fuertes, algunas incorporaban, de rondón, algún elemento fantástico, fue una gran experiencia para mí escribirlas. Luego, hicimos adaptaciones de cuentos infantiles, tratando de llegar hasta las fuentes originales, que son muy crueles. Y también adaptamos cuentos de Lord Dunsany, de Horacio Quiroga. Y hasta hicimos, para la revista Skorpio, una historia que se llamó “El Viajero de Gris”, poco conocida fuera de Argentina pero con algunas ideas que todavía me gustan mucho.

T: Desde aproximadamente 1976 en adelante, algunos autores comenzaron a verse muy influidos por los comic books yanquis, caso de Alcatena, Risso, posiblemente Meglia y otros jóvenes autores… ¿Crees que cometen algún tipo de falta de respeto por no mirar hacia los clásicos autóctonos?
CT: De ninguna manera. Los clásicos miraban, también, a los norteamericanos. ¿O no está Caniff detrás de los primeros Breccias y los primeros Pratts? ¿O Raymond o Foster atrás de Salinas?

T: Razón tienes. Pero insisto en saber si consideras que una obra hecha desde Argentina para otros mercados sigue siendo argentina, o bien crees que la nacionalidad de la obra corresponde al editor que la solicita.
CT: No lo sé. Yo trato siempre de escribir cosas que me gusten. Y aquí, para editores argentinos, he escrito historias que pasan en otros países, y otras veces, he desarrollado para editores europeos historias más latinoamericanas, como La Gran Patraña, por ejemplo, que hicimos con tanta alegría con Cacho Mandrafina. Yo no dejo de ser yo porque esté trabajando para un editor de Singapur, me temo.

T: Desde el 24 de marzo de 1976, que dio el golpe Videla, se instalaron de nuevo gobiernos militares en la Argentina. A Videla le siguieron Viola, Galtieri, Bignone… Al parecer fue una etapa de censura feroz y de represión. Autores como Benedetto, en 1976, luego Haroldo Conti, Rodolfo Walsh o Francisco Urondo, fueron arrebatados por el poder militar. Más tarde le tocó el turno a Oesterheld…
CT: El silencio era terrible en esos años. Nosotros, con Saccomanno, cuando supimos que Oesterheld estaba desaparecido, decidimos escribir mucho sobre él sin mencionar -no sé podía en los medios argentinos donde colaborábamos- este hecho. Pero durante varios años escribimos sobre su sentido ejemplar de la aventura, sobre el héroe en grupo, sobre sus ideas acerca de las historias que había hecho. Contábamos, milagrosamente, con un material que nos había pedido Antonio Martín para la revista Bang! y que jamás publicó, un extenso reportaje del que publicamos partes en sucesivos artículos en Skorpio, en Hum®, en El Péndulo [más recientemente, también en la Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta editada en La Habana].
Ese período lo vivimos mal, pero intentando defender nuestro trabajo y nuestros afectos a la invasión de la brutal ofensiva de esos asesinos. Tal vez por esa censura opresiva que nos asfixiaba es que nos pusimos tan metafóricos por aquellos años. (Mañana, la quinta parte).

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