martes, 3 de abril de 2012

BUSCAVIDAS Y SU COLECCIÓN MARAVILLOSA DEL PURGATORIO TERRENAL, por Laura Vazquez Hutnik

La práctica del coleccionismo es una obsesión (obsesión por el orden y la totalidad) y como casi toda empresa intelectual oculta un interrogante moral por el pasado y futuro de la naturaleza humana. En este sentido, es que en el Buscavidas al que dan vida Carlos Trillo y Alberto Breccia asistimos a una serie perfecta de historias trágicas e inciertas robadas por un investigador anónimo: el Buscavidas, o en otras palabras, “ese que necesita una vida”. Su vida. O los retazos sobrantes de todas las ajenas. La coherencia de este personaje reside en un gesto sobrecogedor: a fuerza de no tener respuestas decide convertirse en narrador. El filósofo Walter Benjamin en correspondencia con Proust, escribió: “Quien alguna vez comenzó a abrir el abanico de la memoria no alcanza jamás el fin de sus segmentos; ninguna imagen lo satisface, porque ha descubierto que puede desplegarse y que la verdad reside entre sus pliegues”. El Buscavidas no es un perverso. Es apenas un autor. Un archivista infatigable que se pretende anónimo porque de lo contrario sería visto como un ser execrable. Mucho más que los seres que viven las historias que acumula: a diferencia de éstos, él no las padece, las goza.
Los extensos archivos recogidos por el Buscavidas ven la luz gracias al genio mental de su autor, Carlos Trillo, quien escribe también acerca de la contradicción... y no sólo en términos pesimistas. En el cuadro siniestro que monta Trillo se encoge el alma del lector y también se reanima. El lector continúa leyendo cada historia de esta obra, adentrándose paso a paso en el mismo infierno. No obstante, desciende, sin prisa, pero sin pausa. Convengamos de una vez por todas: esa búsqueda (dantesca), no puede ser tan mala. En el sadismo del Buscavidas también hay sabiduría. O viceversa como se prefiera. Pero siempre algo más que maldad. “Yo que nací para ilustrar tiernos cuentos infantiles tengo que lidiar con este juntacadáveres, como diría mi connacional Onetti”, sostuvo Alberto Breccia mientras dibujaba la historia.
Efectivamente, la tarea singular del maestro fue plasmar un microcosmos de personajes alucinados que no viven en la ficcional Santa María, ideada por el escrito ruruguayo Juan Carlos Onetti, sino en una ciudad muy parecida a un Buenos Aires nocturno, lúgubre, intenso y particularmente asfixiante. Un Buenos Aires que todavía respira la opresión y crueldad de la dictadura militar y cuyos bares, plazas y calles trazan un mapa siniestro.
El coleccionismo es un hobbie que fatiga. Y apasiona. El personaje en una viñeta de “Cero en conducta”, nos cuenta:“cuando me siento en un banco de plaza por las noches, lo hago bien en la punta. De esa forma dejo bastante espacio para que se siente también alguna historia”. Y más adelante, en “La vida es un bolero absurdo”: “bien tarde, a la noche, se consiguen –generalmente- ciertas historias densas” y agrega “me cuesta correr. Años, kilos, demasiado tiempo mirando correr a los demás”. Su actividad se reduce a mirar por la cerradura de las puertas ajenas. O quizás, me atrevo decir, a abrirlas de tanto en tanto para golpear la cara de ingenuos lectores.
Buscavidas fue editada en Argentina por Ediciones de la Urraca en 1982, en la mítica revista SuperHum®. Años más tarde sería reeditada por el sello Doedytores, en 1994. El escritor y guionista de historietas, Guillermo Saccomanno reflexiona magistralmente en el prólogo de la última edición de esta obra: “A Buscavidas, Carlos Trillo lo define “vacío, blanco y extraño recolector de confidencias”. En una primera aproximación, ¿podría conjeturarse que ese vacío alude a la hoja en blanco con que se enfrenta todo narrador cuando tiene que contar una historia? Se me ocurre otra pregunta: ¿no es el blanco de la ballena –según Herman Melville, en Moby Dick- también el color de la locura? Porque, además, Alberto Breccia dibuja a Buscavidas como un cetáceo pálido, impasible. Sin duda, Buscavidas no es un personaje agradable”. Finalmente, agregaría a estas dos preguntas, una tercera. Más que pregunta, una necesidad que impone esta escritura: ¿Es posible dar cuenta de aquello inenarrable?, ¿explicar lo espectral que tiene toda vida? Es probable que no. Que sea más sencilla la tarea de archivar. Quién sabe, publicar, tal vez... Todo: menos tratar de comprenderlo.

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