Desde el 26 de julio de 1975, en la última página del diario Clarín, venimos desarrollando con Horacio Altuna las andanzas de un personaie de Buenos Aires. Lo hemos inventado periodista porque, en un embrionario principio tratamos de convencernos a nosotros mismos de que esa profesión era la última que quedaba con aigunas posibilidades de "vida aventurera". Un periodista supónese se mueve como pez en el agua por cataclismos, bombardeos, festivales de cine y lanzamientos de barriletes atómicos al espacio sideral.
Al rato (dos o tres meses después) de empezada la tarea, descubrimos que las mejores aventuras que podía protagonizar nuestro héroe eran de relevancia ínfima a los efectos de los titulares cuerpo catástrofe, pero que esas historias pequeñas, cotidianas, nos permitían manejar mejor el dibujo de tipos y tipas creíbles de esta ciudad donde transcurre la acción.
Empezamos a mover at Loco Chávez por el Buenos Aires que conocemos, y a su alrededor brotaron como hongos los amigos y la familia. Por momentos, Malone se robó la escena con su ternura desvalida, con su querer ser Bogart pero parecerse a Woody Allen. Después, Homero acaparó la historia con su cara de Osvaldo Ardizzone y su infinita cultura tanguera.
Junto a ellos, Balderi, Juan Bergman, el gordo Globo, crecieron como compañeros de redacción y de boliche. Se supo que había una madre, un hermano mayor, una hermanita, y un padre jubilado que nos permitió repetir cosas que les pasan a nuestros propios pobres viejos, que creyeron, que laburaron y que esperaron un ocaso no regalado pero por lo menos justo.
Y también las minas. Una modelo de nombre Verónica, una adolescente llamada Gato que le metió al tipo todos los ratones desde su espléndida e inalcanzable adolescencia. Y Pampita. Y Olvido. Y siguen las firmas.
El Loco es un inmaduro, nos dicen ciertos lectores empedernidos con veleidades psicoanalíticas. No sabe lo que quiere, se encandila con cualquier buen trasero que se menee por ahí.
-Yo, en mi juventud, hacía lo mismo recuerda de repente un veterano . Y la tira me hace acordar de aquellos tiempos fenómenos en que podía dormir tres horas por día sin que empezaran a chiflarme los bronquios.
Con Altuna empezamos a sentir que la gente, allí por el 77 o el 78, comenzaba a hablar del Loco como de un tipo conocido, un vecino de la cuadra, el ocupante del departamento de al lado, algo así.
Hasta que fueron apareciendo, poco a poco, los que leyendo la historieta divisaban mensajes ocultos, sobre todo a partir de un país en que cada vez se decían menos las cosas por su nombre.
Y si en el barrio del Loco aparecía un especulador, un tipo que hacía negocios con el dinero y la buena fe del prójimo, se nos decía:
-!Ah, conque aludiendo a los Chicago Boys!
Y si en la casa de Malone surgía un individuo llamado Samson, que quería adueñarse de todos los departamentos, y eso ocurría allá, hace tantísimo tiempo, por mayo del '82, el punto era un inglés. Y el portero cómplice, un entregado ai imperialismo.
En fin, que autores, personaje y lectores nos fuimos acostumbrando a las medias palabras, al guiño, a las entrelíneas que, a fuer de ser sinceros, ni siquiera habíamos hecho conscientes a la hora de escribir y dibujar la tira.
La oblicuidad, que le dicen.
En noviembre de 1982. en una muestra internacional de historietas que se hace en ltaia, Oreste del Buono, importante crítico de los medios de comunicación nos decía, mirando algunas historietas que se exponían en el salón:
-Ustedes, los latinoamericanos, y últimamente en especial los argentinos, han afinado como nadie el instrumento de la sutileza. Claro, en sus países reprimidos. golpeados, silenciados, no se puede hablar de la realidad sino oblicuamente. Entonces, vuelan más alto que nosotros, los europeos, que lievamos 40 años consecutivos de decirle pan al pan y ladrón al que roba.
En su discurso, este crítico, insospechabie hombre de la izquierda, además, suspiraba recordando lo poderoso del pensamiento libre en tiempos del fascismo, colándose por cualquier rendija. Sí, claro, reconocía, ahora vivimos mejor. Pero cuando teníamos miedo, escribíamos y pensábamos mejor.
Y si la reflexión de del Buono puede servir para iluminar esa búsqueda incesante de entrelíneas, de cosas que no se dicen, pero se dicen, por parte de los lectores esta cita de un artículo de Ernesto Goldar, tal vez sea útil para comprender algunos mecanismos de adhesión a nuestro trabajo cotidiano desde hace pronto diez años:
“¿Cuánto de neurosis hay en el Loco? ¿Cuánto de inestabilidad emotiva? ¿Cuánto de realidad adulta destila el personaje? Hugo Chávez no busca el beneficio seguro sino el afecto, su personalidad tironeada no quiere ceder a las presiones, y es más, pide consejos. Este es el rasgo más positivo del Loco, su rechazo de la falsa seguridad, su inteligencia, pues quien pide consejo revela que no es necio ni pedante. Se dirá que le cuesta tomar decisiones por complejo de inferioridad, por indeciso. Pero quien escucha opiniones no se siente superior a nadie. Es un igual. Alguien con quien se puede discutir, una persona razonable. Este es el costado incuestionable del Loco, su función de propuesta, su "alegoría”, que plantea una denuncia de las costumbres autoritarias y estereotipadas, y abunda sobre un modelo político que el país necesita, moderno, abierto a una correspondencia con los otros, una democracia de la cotidianeidad y el estilo."
Nacido hace casi diez años y en un día raro (el del aniversario de la muerte de Eva Perón), la historieta continúa. Mañana a la mañana, por ejemplo, en la última página del Clarín, arriba, al lado de los datos del tiempo en esta capital, a la hora del café con leche y las tostadas con manteca.
Publicado originalmente en el n° 4 de la revista Zona 84 (1984).
No hay comentarios:
Publicar un comentario