A principios de 2010, Editorial Paidós publicó El Oficio de las Viñetas, el fundamental e influyente libro de Laura Vazquez Hutnik acerca de la industria de la historieta nacional en las décadas del ´60, ´70 y ´80. Para acompañar la reseña que se publicaría en la revista Ñ, se le encargó un texto a Carlos Trillo.
Así se lo comunicó a Laura:ME LLEGÓ EL LIBRO de Paidós. Cuánto que laburaste, por Dios!
Creo que va a ser un libro muy importante en estos asuntos del comic.
La nota, al final, no tenía que hablar de tu libro (yo lo quería ver para ver las épocas que tomabas, esas cosas), sino de cosas que yo haya pensado en el largo tramo en que estuve haciendo estas cosas.
Te la mando, son dos mil caracteres, una cosita de nada, pero quiero que la veas antes del sábado que sale en la EÑE.
Te mando un beso gigante,
Carlos
Y este es el texto que se publicó en Eñe:
Y YO ANDABA POR AHI
El libro de Laura Vazquez abarca la época de oro, los cambios de formato, las decadencias y resurrecciones de la historieta argentina. Y yo estuve cerca de estos acontecimientos en casi toda su extensión.
Primero como lector, cuando las historietas significaban más de la mitad de las ventas de revistas y duraba todavía la tal época de oro.
Leo desde 1950, y mis preferidas eran - lejos - las de Editorial Abril. El Pato Donald, Misterix, Rayo Rojo, la hoy todavía modernísima Gatito. Y otra, vedada para los chicos pero que compraba mi prima, llamada El diario de mi Amiga. Se suponía que era para nenas y si uno la miraba, aunque fuera de lejos, era un maricón. Sin embargo, El diario de mi Amiga era – y lo digo sin dudar - una gran puerta de entrada a la literatura de aventuras.
Abril, sabemos hoy, chorreaba talento: Oesterheld, Pedro Orgambide, Boris Spivacov, Breccia, Pratt, Solano López, la Chacha Oski, la inconmensurable Beatriz Ferro. Sus publicaciones eran como el Séptimo de Caballería que venía a rescatarnos de los bostezos que nos arrancaban todos los lunes la moral y el mármol de Billiken.
Cuando empecé el secundario llegó Editorial Frontera. Para uno que tenía la cabeza en formación fue una epifanía. Y en aquel memorable 1957 también el humor gráfico dio una vuelta de campana y Landrú nos voló la cabeza y nos enseñó a entender la política desde su memorable Tia Vicenta.
Cuando estas revistas decayeron dejé de leer historietas: las de Columba nunca las soporté. Me enganché como un caballo, sí, con la propuesta de la LD de Masotta, y al empezar a picotear como colaborador de Patoruzú semanal, que se apagaba, y de las revistas de García Ferré, que estaban en su esplendor, ya sabía más o menos qué decía la Escuela de Frankfurt sobre la industria cultural.
Después, de paso por Satiricón y por Mengano, empecé a escribir guiones. De manera poco típica, creo: nunca fui colaborador de Columba, editorial que tenía la palabra “autor” como la más ofensiva del diccionario.
Trabajé a veces para el mercado español o para el italiano, siempre para el francés. Allí también hay crisis, sustos, bajas de ventas y temblores. Pero en la Argentina sigue pasando algo raro: la historieta no termina de desembarcar en las librerías, su lugar de pertenencia en estos tiempos, y se aferra al kiosco que, me parece, ya no la quiere esperando lectores en la vereda.
Esto se me pasó! No lo leí en su momento. Qué groso.
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