Esta es la primera parte de una extensa entrevista realizada para Tebeósfera en Septiembre de 2007.
-Carlos, nos gustaría comenzar este breve cuestionario, hablando sobre una de tus obras más desconocidas para el público español. Nos referimos a tu colaboración con García Seijas en El Negro Blanco, las tiras de prensa que entre 1987 y 1993, publicasteis en el diario Clarín. ¿Cómo surge tu colaboración con Ernesto García Seijas? ¿Cómo planteabais el trabajo en una tira?: ¿respondía ésta a un planteamiento previo exhaustivo u os fuisteis adecuando a tenor de la respuesta del público? Lo digo por el amplio calado de personajes como el sin par Marcucci o la bella Flopi y que a medida que avanzaba la serie adquirían una dimensión mayor, casi independiente… -Antes que nada, quisiera decirles que no suelo interpretar muy poco lo que hago, que soy el menos experto en traducir al lenguaje de la crítica las motivaciones e intenciones que me llevaron a hacer tal o cual cosa. Me doy cuenta que hay lecturas de ficciones y de periódicos, cine, televisión, teatro, siempre dando vuelta a mi alrededor, que muchas veces anoto algo en mi infaltable cuaderno pequeño, donde escribo las ideas elementales cuando se me aparecen delante después de una lectura, o una revelación de mis neuronas, o una charla con un amigo, o un sueño. Muchas veces, cuando me preguntan cosas del tipo de si mis motivaciones previas al escribir la historia tal pasa por el intento de superar mis propios límites como narrador o más bien por el deseo pragmático de adaptarme al rigor de un mercado tan cambiante como es el de la historieta lo primero que me viene a la cabeza es contestar que no tengo la menor idea, que trato de construir historias que me gusten, que me motiven, que tengan narradores (no autores, que ese soy yo) aportando un punto de vista original, irritante, divertido, que nunca tengo antes de la idea de la historia una idea que enuncia por ejemplo: “debo criticar la maldad de las grandes potencias que, luego de explotar bestialmente a los países indefensos, dejan una secuela de hambre y desolación”. Ese u otro tipo de mensaje, si aparece, es porque lo descubren quienes leen, quienes critican, quienes buscan en el relato en cuestión las razones para que uno – el autor - haga esto o aquello. Tengo que decirles que mis motivaciones conscientes siempre apuntan a estar satisfecho con lo que estoy haciendo. Nada más que eso, así de simple.
Y como esta entrevista me llegó por escrito, y antes de empezar a responder pude leer las preguntas que vienen después, aclaro esto para que no se piense que me estoy escapando cuando no respondo directamente algunas de los temas que me plantean desde esa tarea de “traductores” - de mis historias, en este caso - que asumen los críticos, los reporteros y algunos editores que gustan de buscar símbolos y mensajes.
Dicho lo cual, una vez abierto este paraguas, contesto la primera pregunta:
Con Ernesto, un dibujante realista de trazo impecable, habíamos intentado una colaboración en los tiempos de la revista Skorpio de Ediciones Record que se llamó El Pequeño Rey. Podría haber sido una larga saga de aventuras pero el editor tenía otros proyectos para Ernesto y nos hizo abortar la serie. Una lástima. Nos quedaron ganas de seguir trabajando juntos. Por eso, cuando Altuna decidió abandonar el dibujo de la tira El Loco Chávez, en el diario me pidieron que presentara un proyecto con otro dibujante y pensé en Ernesto. El Negro Blanco sería, se me ocurrió, el que reemplazaba al Loco Chávez en la redacción del diario, o sea, una especie de continuidad, a partir del trabajo de sucesor, con ese tipo de historias urbanas, cercanas geográficamente a los lectores, con pinceladas de actualidad y de aventura periodística. El Negro Blanco, desde su nombre, reflejaba una contradicción entre mote y apellido. Y, como siempre dijeron los lectores, fue muy diferente a Chàvez. Tal vez porque, con la llegada de la democracia, las costumbres de los porteños cambiaron muy rápidamente. El Negro Blanco fue una historia más fantasiosa, con amigos nuevos, con neurosis distintas, con líos de faldas como el personaje anterior, con muchísimas menos escenas en los bares, sitio tan concurrido por todos nosotros en la década anterior (a lo mejor porque era más seguro encontrarse a hablar pavadas en lugares públicos y a la vista del mundo, quién sabe). Carlos Marcucci – poeta, periodista, escritor - es un gran amigo mío y, realmente, siendo un tipo feo y pobre, ha sido siempre asediado por las mujeres. La t-shirt que usaba en la tira, con el texto “YO NO SOY SOLO OTRA CARA BONITA” era, en la realidad, un regalo que le hicimos para su cumpleaños – al Marcucci de verdad - para que las señoras se dieran cuenta de que él no era sólo un objeto sexual. La tira, curiosamente, le dio a Marcucci una nueva dimensión, lo reconocían por la calle, le pedían autógrafos, más mujeres –todavía más – empezaba a reparar en él…
Las tiras diarias no se pueden planear en su totalidad ni con demasiada anticipación si se ha de estar atento al registro urbano, y su fluir cotidiano las hace un poco impredecibles aún para los autores. Hay que dejarse llevar, observar las reacciones, cambiar el camino cuando se encuentran personajes interesantes para incorporar a las historias. Es un trabajo muy fascinante eso de aparecer todos los días en el periódico que más se vende. El público participa, escribe, pregunta, se enoja o se alegra. Los lectores quieren – al menos de manera consciente - que todo termine bien y, cuando no ocurre, lo fastidia seguir esperando. Pero me parece que en realidad encuentra la gracia en aguardar que las complicaciones se solucionen y que, arreglándose los asuntos pendientes, haya nuevas frustraciones, esperanzas, tareas difíciles por delante. Ha de ser parecido, supongo, a las telenovelas, a las series tipo Friends, hay que crear conflictos y resolverlos sin olvidarse jamás de tener ya listos otros conflictos.
Flopi fue un personaje interesante. Pasó de jovencísima periodista ingenua a la malvada de la historia, capaz de cualquier cosa por lograr un reportaje importante. Su paso por la televisión le agregó mucha carne al personaje y, cuando la tira terminó, tuvo una serie de aventuras en solitario que se publicaron en revistas (creo que en España Playboy publicó un libro con esas historias que fueron saliendo en varios países).
En 1993, un cambio en la dirección de Clarín, produjo un cambio también en la página de humor e historietas y nos sacaron de ella casi sin darnos tiempo de despedirnos. Creo que en un diario no entienden que una tira que continua tiene muchos hilos sueltos que no se pueden unir precipitadamente otra vez para cerrar la historia en –pongamos– una semana. Por eso el final fue precipitado en el diario pero, como se publicaba en un semanario italiano bastante popular por entonces, pudimos cerrar bien la historia para ese público tan lejano que apreciaba mucho la puesta en página de nuestras tiras.
-Puesta en relación con otras obras como El loco Chávez o tu posterior trabajo con O´Kif en Clarín en el 2003, CaZados, encontramos un evidente nexo común interpretativo: el costumbrismo de la realidad porteña, de los distintos rostros ajados de Buenos Aires a lo largo de casi treinta años de historia, que, a nuestro modo de ver, te hacen una suerte de cronista, de vocero intrahistórico. ¿Existen diferencias sustanciales con el devenir de los tiempos o, por el contrario, la lunfarda alma porteña permanece inalterada? ¿Es el costumbrista tu género favorito?
-Cazados apareció bastante después y luego de un intervalo de diez años. La ciudad estaba en un momento catastrófico tras el colapso económico de 2001, la pobreza era demencial, la historia tuvo que perder frivolidad, creo, porque lo que pasaba era demasiado fuerte. Se me ocurrió la idea de “novio embaraza novia y sin quererlo se mete en una vida que no había planeado”. No duró mucho, sin embargo, en el diario se daban cuenta de que los lectores no leian ya el periódico todos los días y que el continuará perjudicaba (según ellos) la lectura. En este caso fue peor todavía, porque la cortaron repentinamente sin dejar terminar ninguna de las historias que avanzaban en los cuatro cuadritos diarios. Muchos lectores escribieron al diario y a nosotros ofendidos por este final abrupto, pero ahora en la página sólo hay tiras humorísticas con finales cotidianos.
Me gusta el costumbrismo, creo que lo utilizo bastante, aún en historias de aventuras. Neferú el gato, si bien presenta a un gato paranoico y algo humanizado, tiene que ver con las historias de costumbres; Clara de Noche seguramente también. Lo que hace la gente, sus esquizofrenias, sus enojos y alegrías, sus mezquindades y grandezas es algo que está siempre cerca de lo que hago.
Siempre recuerdo cómo me sorprendía Hugo Pratt interrumpiendo la dramaticidad de una historia de guerra para que sus soldados discutieran con fervor sobre los ingredientes de un guiso. Las cosas humanas que tiene también el costumbrismo, ponen a los personajes más cerca del autor y también del lector. Tardi lo supo hacer también, y ahora los jóvenes franceses como Sfar, Larcenet, Blain, utilizan con generosidad el recurso de las conversaciones aparentemente desconectadas de la historia y eso los pone en primera fila en el interés de los lectores, creo. (mañana, la segunda parte)
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