martes, 8 de mayo de 2012

¿NO?, por Laura Vazquez Hutnik

Hoy se conmemora el primer aniversario de la muerte de Carlos Trillo. Lo recordamos con este texto publicado originalmente en el blog de la revista Fierro y con la tira que Rep publicó ayer en Página/12.

Desde el domingo a la noche, el tiempo no pasa. Hoy martes, a esta hora, debería estar dictado mi seminario sobre historieta argentina en la facultad. Los textos de Trillo se acumulan en la caja “Artes Secuenciales” de la UBA. Y no sé cómo ponerme al frente del aula sin largarme a llorar. Entonces, no lo hago. Yo no sé si era “otro Carlos” con el que me conectaba, pero poco me importaba su figura de guionista. Leí casi todos sus libros, por supuesto, hasta me atreví a escribir sobre su obra, pero no era por ahí la cosa. A Carlos y a mi nos gusta hablar de historia, de literatura, de Masotta, de Copi, de García Ferré, de arte, de crítica, de Carver, de ciencia ficción, de cine, de Oesterheld, de Breccia, de teoría y pavadas como esas.
Miro las postales de un pasado que no puedo ni quiero soltar. Y ahí nos veo, en los cafés y comidas (siempre con Diego) haciéndonos un hueco para hablar de “cosas serias”. Y luego la charla seguía y hablaban de editores, de dibujantes, de contratos y yo me perdía. Cada tanto me nombraba en una nota al lado de los guionistas. O decía por ahí que le gustaba cómo escribía, que tenía que hacer más guiones de historietas. Y yo luego lo llamaba o le escribía para recriminarle: “¡Pero no me chicanees más Carlos! ¿Vos sabes que soy investigadora y que laburo de otra cosa?”. Y siempre, ahora releo o recuerdo decía: “pero se puede hacer todo bien”. Él sí, yo no. Durante años lo llamé y escribí para pedirle datos, para corroborarlos, para que me lea un capítulo o un ensayo en proceso. ¡Le envíe hasta ponencias de Congresos y artículos de revistas académicas! Nunca me dijo: “Estoy podrido de vos” y seguramente, lo estuvo en algún momento. O no. Como sea, me respondía y daba meticulosas sugerencias siempre iluminadas y certeras. Me aconsejaba alguna lectura, me corregía un año o un apellido mal escrito. Y nunca dejaba de alentarme. Cuando le mandé la tesis hace un par de años me escribió uno de los correos más lindos que haya recibido alguna vez. Lo llamé al estudio para agradecerle y lo primero que dice es: “Estoy en la bibliografía como investigador y crítico, ¿ese debe ser un error, no?”. Y se refería al capítulo 7 (que no está en el libro) “Intelectuales e Historietas”. Porque ahí estaban Oscar Masotta, Oscar Steimberg, Jorge Rivera, Juan Sasturain y estaba él, obviamente. Tan sólido, tan faro, tan inquieto. El libro que hicieron con Saccomanno para Récord, ya deshojado, en bolsita, lo doy cada cuatrimestre en la facultad. Sus textos publicados en los catálogos de las Bienales, los de los fascículos de Toutain, los del CEAL.
Algunas entrevistas que le hice y otras que fui rastreando. La sección “El club de la Historieta” en Skorpio. Mientras otros le demandaban técnica, oficio y virtuosismo como escritor de historietas, yo le pedía que me explique la historia. Y estoy segura que nos satisfacía a todos, con creces. Por ahí no coincidíamos: “Laurita… no creo que Las Puertitas del Sr López sea tan importante para que lo presentes en un congreso”. Y yo creí siempre que lo poco importante, en todo caso, era el congreso. Pero él me leía y me daba su devolución, a favor, siempre sumando. Discutíamos sobre el libro de Dorfman y Mattelart. ¡A Carlos le encanta tanto el Pato Donald!. A mí no. Así que es divertido hablar (era divertido hablar) de ello.
Cuando lo llamé para invitarlo al congreso de Viñetas Serias se alegró porque se iba a reencontrar con Oscar Steimberg después de no sé cuántos años sin verse. La vida los había alejado, esas putas cosas del destino. Me acuerdo que me mandó un mensajito de texto el día de su charla para decirme: “Estoy perdido en la Biblioteca Nacional”. Ya estaban todos. La mesa la coordinaba Fede Reggiani, estaba Oscar, el público. Salgo corriendo para el hall. Nuevo mensaje: “Estoy en el ascensor”. Se abre la puerta y lo veo ahí: “Ah, me viniste a buscar….está bien, es un laberinto la biblioteca, ¿no?”. La charla salió maravillosa. El reencuentro de los dos, me sacó alguna lágrima que disimulé. Fede hizo un trabajo impecable: llevó la conversación por rumbos deliciosos y ahora nos queda eso para atesorar, dos horas de filmación y un aplauzo de cierre.
Nos escribimos y vimos varias veces después. Pero no los últimos meses. Me apuraba con la investigación sobre García Ferré y Quinterno. En uno de sus últimos correos (las últimas veces, escribía él) me dice, copio: “¿Para cuándo la entrevista con García Ferré?, el hombre está muy viejito y tenes que entrevistarlo. Cuando quieras hablamos de mi paso por la editorial”. No llegué a hacerlo. Total, había tiempo. ¿Qué apuro hay? Nos mudamos hace un par de meses, el verano se pasó rápido y bueno, total, Carlos estaba siempre ahí, a la vuelta de la esquina. Ese trabajo fue mi proyecto de ingreso a Conicet. Antes de enviarlo para evaluar y después que lo lea Diego, se lo mandé a Carlos. No sé por qué (o sí sé por qué… él tenía la fiebre de la investigación en la sangre) se encantó con este proyecto. Yo le decía que mi muñeco favorito era un Topo Gigio que hablaba. ¿Y qué decía?” Me preguntó una vez: “A la camita… ¡qué va a decir Carlos!”. Y se rió. Ese costado infantil que lo hacía tan maravilloso. Como si siempre se pudiera entender perfectamente con los niños. Por eso estaba rodeado de jóvenes. Por eso a todos nos parecía que estaba siempre igual. A Carlos no le pasaba el tiempo. O sí, pero era el mismo. Los que madurábamos, éramos nosotros.
La última vez que lo vi le dije que le debía un libro de Copi, uno deshojado, sin tapa, uno que me prestó hace años. Me contestó que se lo lleve al estudio alguna tarde y de paso hablábamos del tema. Al libro me lo quedo ahora, junto a la charla que no fue. Ese día también me preguntó por el enano, el que hacíamos con Ale Lunik. “Ustedes tienen que hacer un libro juntas, son bárbaras…”. Y yo le decía que sí, que espere, que seguro que lo íbamos a hacer. Teníamos una reunión con Ale ayer, para arrancar, pero la reunión se resiste sin él. El primer Ojo al Cuadrito, fue sobre Bolita (el último, el de este sábado, sobre una historieta de Matías Trillo). Me escribió que le gustó (aunque no sé si demasiado) porque enseguida me preguntaba por García Ferré, por Copi… por los proyectos “serios”. Y me decía que le cuente en qué andaban esas investigaciones, pero yo me hacía la distraída, no avancé mucho el año pasado. Y no fui a hablar sobre la Familia Panconara, ni sobre Hijitus, ni sobre el Hada Patricia, porque ya habría tiempo. Si él siempre está ahí, tan generoso y grande como pocas veces conocí.
Era un maestro y más que eso. Era un amigo. Nudo en la garganta. Y los amigos nunca parten… ¿no?

2 comentarios:

  1. No lo había visto subido. Me mataste papa....:(
    Se me volvió a hacer un nudo.
    Este texto fue escrito de tirón y con algo de tembleque en las manos.

    Abrazo che...gracias

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  2. Excelente entrada, Laura. Muy emotiva. Tuviste la bendición de tener una relación muy especial con una persona maravillosa como Carlos, y lo dejaste perfectamente retratado en esta reseña. Por momentos casi me pongo a lagrimear.

    Saludos

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