Cuenta la leyenda que la mamá de Juan Giménez fue abducida una noche cuando estaba en el sexto mes de su embarazo.
Somos muchos los que adjudicamos a ese acontecimiento improbable pero verdadero, ocurrido en las cercanías de la Cordillera de los Andes allá por 1943, las visiones que fueron poblando la calva cabeza del futuro artista.
A los 3 años, al ver el regalo que le hacía el tío Cholo, preocupó bastante a sus primas al gritar: –¡Caramba! ¡Una calimestradora espacial con acceso a los rayos Ulfer de Ganímedes! ¡No me esperaba semejante obsequio, huevón! (el término huevón es una muletilla del autor que significaría, más o menos, “tontito”).
Aquel día, nadie se animó a decirle que todos los demás veían solamente un monopatín. A partir de allí, la evolución fue vertiginosa.
Seis meses después ya tenía su primera bicicleta. Y antes de cumplir 8 años había aprendido a manejar la pequeña motocicleta del novio de su hermana.
Para él, los vehículos de dos ruedas constituyeron desde el comienzo una puerta de acceso hacia los más extraños y maravillosos universos.
Todavía hoy, a tantas décadas de distancia, cada vez que se pone el casco y hace arrancar su –para nosotros, pobres seres sin imaginación– BMW 1000, el tipo inicia invariablemente un viaje por espacios inconcebibles.
Es posible que al lector toda esta introducción le parezca afiebrada y fantasiosa.
Me gustaría verlos en el trance de explicar el arte de Juan Giménez, su incesante evolución en el territorio del cómic sorprendiendo con sus dibujos inmóviles y en dos dimensiones más que muchos sofisticados video juegos o que ciertos films plagados –hasta las más millonarias cifras en dólares– de efectos especiales.
En Juan hay un escenógrafo de inéditos pero verosímiles paisajes, un coreógrafo capaz de orquestar el movimiento intergaláctico con precisión de rayo láser, un tipo profundamente humano que sabe exprimir las expresiones de sus criaturas para hacer que el sufrimiento, el amor, el goce sean de una abrumadora y sinfónica profundidad.
Este libro –de ilustraciones inéditas, de bocetos inconclusos, de materiales dispersos que se juntan por primera vez– quizás permita comprender cuánto de cierto puede haber en la leyenda de la abducción y el posterior “don” otorgado al nonato por vaya a saber qué inteligencias superiores y alienígenas.
Porque algo que no es de este mundo brota fluidamente de la cabeza –siempre calva– de uno de los más notables artistas de género fantástico que en el mundo han sido.
Traten, si son guapos, de explicar todo esto de otra manera.
(prólogo para la edición de un sketchbook de Juan Giménez de fines de los ´90 que no logramos identificar)
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