Primera parte de una entrevista originalmente publicada en el número 22 de Fierro, en 1986.
MG:¿Vos empezaste en Satiricón, en Mengano...?
CT: Empiezo en Anteojito haciendo guiones en El Hada Patricia, con aventuras de Antifaz. También en Patoruzú semanal que era la revista inalcanzable de mi infancia, con dibujos de Camblor, Liotta, Ferro… Hago un programa de radio con Bróccoli y Marcucci en Nacional, que venía después del “Concierto de la Mañana” y nosotros subtitulábamos “El único programa de humor para camioneros cultos”. Y mientras estudio Derecho, que dejo porque era una carrera muy aburrida, comienzo a trabajar en el departamento de publicidad de Canal 13 con el Negro Dolina y con un compañero que luego despareció, Manuel Epequén, que tenía nuestra edad. Se recibió de abogado defendió presos políticos y se supone que lo mataron.
MG:¿De allí viene tu pareja humorística con Dolina?
CT:Si, cuando salió Satiricón nos llamaron porque veníamos haciendo unas historias de Tony Ávila, un “detective poeta” en Siete Días y firmábamos Dolina Trillo que parecían el nombre y apellido de una mina. En Satiricón todos hacíamos parejas: Abrevaya–Guinzburg, Ulanovsky- Mactas y nosotros. Con el Negro paso a Mengano junto a Marcucci, Amengual, Bróccoli, Sanyú y Killian. En esa época algunos amigos de Mengano que trabajaban en Clarín (Caloi y Bróccoli) nos avisan que el diario quería reemplazar la historieta gauchesca que tenían por otra más moderna. Yo con Altuna ya había hecho un trabajo en Satiricón, un cowboy muy limpio y un villano muy roñoso que le untaba mierda en la culata de la pistola y el otro era tan puntilloso que al querer sacar el arma y verla así se impresionaba y el villano lo cagaba a tiros. Era un chiste que habíamos hecho para el suplemento Humor Chancho. Entonces nos juntábamos con Horacio y bueno, como nos habíamos entendido, decidimos mostrar unas muestras. Nuestro único objetivo era hacer una historieta de actualidad y se nos ocurrió que el protagonista podría ser periodista porque esa debía ser una profesión muy aventurera y que tenía que ser corresponsal en el mundo, porque de esa manera la aventuras iban a ser más vistosas.
MG: Pero El Loco Chávez no es tu primera historieta...
CT: Contemporáneo a El Loco Chávez hice la primera historia de Un tal Daneri que dibujo en 1974 Alberto Breccia para el exterior y que apareció, su primer capítulo en Mengano. Daneri era una especie de pesado de barrio, algo impreciso. Breccia dibujaba sus fantasmas mataderiles y yo trataba de armar historietas comprensibles.
MG: Vuelvo a El Loco. Ese contacto con la sátira de la cotidianeidad con Dolina te hacen darle un valor muy especial a lo que es, como si ser y ser de una manera en la vida cotidiana, equivaliera al suceder de la acción tradicional de las historietas y, aún más, de las aventuras del cine y la TV en general. Con El Loco Chávez es como si inventaras un género diferente a lo acostumbrado hasta allí.
CT: Uno puede pensar en un lector posible y dirigirse a él con una cosa que sabe que le va a interesar o pensar “esto no le va a interesar a nadie pero yo lo voy a hacer de manera tal de conseguir que existan lectores que lo lean”. De alguna manera El Loco Chávez era una historieta novedosa; no había lectores comprobados del otro lado. Las exigencias editoriales anteriores (en la época de Vito Nervio de Wadel-Breccia por ejemplo) apuntaban a la aventura con tres tiros por página, un villano, un asesinato cada cuatro páginas, etc. El Loco puede pasarse charlando un mes en un bar que nadie nos va a decir nada. Las historias no tienen principio ni final, se van entrelazando unas con otras, mientras una va desapareciendo la otra va creciendo; incluso hay historias que nos hemos olvidado por la mitad y hemos pasado a otra cosa.
Un día, prendiendo el televisor y pasando de un canal a otro, verificamos que conociendo los códigos podés entender todos los programas simultáneamente. Entonces decidimos no darle tanta importancia en la trama al enganche de un día al otro. Dijimos que a la tira si la agarras empezada la entendés igual, como en la TV, y en cinco minutos te das cuenta de lo que pasó antes o lo podés inventar para la ocasión.
MG: Para mí El Loco Chávez tiene tres etapas bien marcadas. La primera es la de la democracia de los 74-75, cuando nace. Allí se permite tener las aventuras más estrafalarias, pero también enamorase, tener novias, sufrir cuando Verónica se le va a Europa, etc. Después, la segunda, es durante el Proceso; ahí él se junta con los amigos, aparecen Homero, Malone (que no es otro que el mismo Saccomanno, una especie de Woody Allen gomía) que se baja de detective a creativo de publicidad, el gordo que se separa y se queda por allí boyando y el Balderi de siempre que nace de Independiente y al hacerse de Argentinos Juniors como Citrymblum, el jefe de redacción de “Clarín”, pasa a ser su “alter ego”. Pero en esta etapa, que sería la tercera, El Loco actúa como un “separado”; se abona al escepticismo, sale con minas sin enamorase, desnuda los mecanismos que quedan de la Patria Financiera, las roscas del Proceso, los negocios “raros” que subsisten en el sistema de esta sociedad. Un Loco más jugado periodísticamente y más angustiado, más desesperanzado, más escéptico.
CT: No soy escéptico, pero si vos lo ves está bien Uno en general es escéptico sobre la carnadura humana, sobre la posibilidad de ser heroico o salir corriendo, sobre las cosas sencillas o verdaderas. El Loco es cobarde como uno, en definitiva no estoy contando nada dese afuera. Como el Señor López de Las Puertitas…, es un pusilánime. En todo caso al Sr. López uno si lo puede poner afuera, porque es tan horrible que nadie quiere ser el señor López, ¿no?... Aunque en definitiva algo nuestro debe tener. Con el Loco es distinto.
MG: El Señor López es un tema aparte ¿no? Sin embargo encaja con esa necesidad de la gente de leer entrelíneas durante la dictadura, y encarna también la imposibilidad de vivir la vida abiertamente según las convicciones de uno.
CT: Sí, yo creo que tenía que ver con la época en que la estábamos haciendo, con la imposibilidad y además con la índole psicológica del personaje, que era incapaz de enfrentar la realidad y permanentemente se refugiaba en un mundo de ficciones. Nace en El Péndulo y la revista se cerró porque vendería poco, o esas cosa de las editoriales, y la historieta (que había sacado 4 o 5 números) sigue en Hum® durante 35 quincenas, contrariamente a lo que suponíamos Altuna y yo cuando decidimos no hacerla más, sin haber agotado el tema. Por eso después la seguimos con Horacio en Tragaperras que acá se publica como Circuito Cerrado y tiene prácticamente la misma estructura: el recurso fantástico ahora está dado por una máquina. Un tipo al que le pasa algo en la realidad, mete la moneda en la máquina y ésta siempre le muestra una historia que le define cómo puede seguir la suya propia o le dice la verdad o lo engaña. (No se puede creer en las máquinas…)
MG: Alvar ¿por Álvaro Zerboni, el editor italiano, o por Alvar Núñez Cabeza de Vaca?
CT: Por Alvar Núñez. No sé de donde salen esas mezclas de nombres, Uno mezcla, mezcla…
MG: ¿Es la selva latinoamericana por una posición ideológica o por clima exótico pensando en el mercado europeo?
CT: Si en algo pensé fue en el western: Si uno mira a Alvar Mayor y a Jackaroe deben de parecerse bastante, ¿no?, aunque es cierto que Alvar no es un solitario y si vos trasponés la aventura a un ambiente del Oeste norteamericano tenés que sacarle el ingrediente mágico que le incorporaba mi lectura de García Márquez: América, Latinoamérica no es exactamente igual al mundo europeo o norteamericano. Es otra cosa: eso que García Márquez dijo hasta el cansancio en los reportajes. Cuando le mostró Cien Años de Soledad a su madre ella le dijo “¿A quién le puede interesar esto que pasó en nuestra familia?”.
Él lo embelleció, pero de alguna manera, el sistema de pensamiento es distinto. Uno piensa desde el otro lado, siempre. Hay cosas que pasan en estos lugares que no pasan en ningún otro o que, si no son tamizadas por el cartesianismo europeo entran dentro del terreno fantástico y aquí, sin embargo pasan: el tipo que pescó un león en el mar por ejemplo, que lo contaba García Márquez. La historia decía que tenía el recorte de diario de una vez que un señor había pescado en Chubut con su barca. Y claro, se había escapado de un circo, un viento del sur había levantado la carpa y el león había aparecido en el mar. Una barca lo rescató. Pero García Márquez decía, supongo que con un poco de desprecio, que esas cosas no pasaban en Europa. Desde una posición de poder material, los norteamericanos, o de un poder cultural, los europeos, miran las cosas como son, desde los que saben cómo se nombran las cosas. Nosotros miramos desde como deberían ser y no desde el cómo son. Por eso nuestra mirada es revolucionaria en el mensaje. Nosotros todavía queremos cambiara al mundo, ellos ya no quieren: si el mundo está bien así…
MG: Aquí en Alvar Mayor, como en El Peregrino de las Estrellas, hay todo un ping-pong reflexivo, filosófico, encuentros con el pasado, incluso con el propio pasado de los personajes.
CT: Si, el juego de los espejos. Viejos trucos de la literatura que a mí me vienen bien para contar historias. Es como cuando en la radio toman una noticia de un diario y la comentan, vuelven a sus protagonistas y la convierten en una buena noticia. Yo trato de contar buenas historias y, si la misma no es original, por lo menos que lo sea el lugar donde transcurre, la forma en que están mezclados los ingredientes. (El lunes, el final)
No hay comentarios:
Publicar un comentario