Artículo publicado en Pagina/12 el 30 de Mayo del 2009.
La muestra del C. C. Recoleta es un buen resumen del peso que posee la obra de Carlos Trillo: allí se exponen cien piezas que retratan a 25 personajes célebres, que incluyen al Loco Chávez, Cybersix, Clara de Noche, Alvar Mayor y el Caballero del Piñón Fijo.
El fotógrafo pide al entrevistado que pose con un toallón playero de una señorita semidesnuda. Y el hombre acepta. “Años de ser un tipo serio y respetable tirados por la borda”, ríe y llama a reír. El objeto de los flashes es Carlos Trillo y la mujer semidesnuda, una de sus creaciones: Clara de Noche, la prostituta de historieta que anima la contratapa del Suplemento NO de Página/12 y las páginas de la revista española El jueves.
Con 66 años, Trillo sigue siendo un incansable guionista de historietas, lúcido en su mirada del medio y gentil con quienes le siguen la huella. No lo desvelan ni suben a una nube premios ni reconocimientos, a los que se acostumbró desde joven, cuando en 1978 los italianos le entregaron el Yellow Kid. Sólo en 2009 recibió tres distinciones. Fue finalista en Angoulême, el festival más importante de Francia, por su terrible El Síndrome Guastavino (junto a un excepcional Lucas Varela), que aquí serializó la revista Fierro y en el Viejo Mundo se leyó bajo el título L’heritage du Coronel. En la Argentina, el Museo del Dibujo y la Caricatura Severo Vaccaro lo distinguió con su Premio a la Trayectoria. El Festival Internacional de Historietas Viñetas Sueltas lo declaró su artista destacado y montó una muestra de 100 obras con “apenas” 25 de sus grandes personajes.
“Pero son premios del ambiente”, comenta, tratando de correrse del lugar privilegiado en que sus colegas lo ubican. Por la generosidad de sus consejos, su talento irrefutable y sus personajes entrañables, Trillo ciertamente ya dejó una marca fuerte en la historieta argentina. Los dibujantes lo llenan de elogios. Otros guionistas señalan su importancia en su carrera. Un destacado de la nueva generación, Diego Agrimbau, le reconoce su ayuda enorme para su desembarco en Europa. “Si me piden un consejo lo doy, pero no sé si decir que dejo ‘un legado’”, se encoge de hombros, para inmediatamente elogiar a dos de la generación que lo sucede. “Agrimbau es un tipo particularmente talentoso, y otro que es un monstruo, aunque casi no escribe historietas, es Pablo de Santis.”
¿Y de qué hablar con un hombre de casi medio siglo tipeando escenas y numerando viñetas para que los dibujantes hicieran lo suyo?
El dibujante y el narrador
-¿Cómo se hace para que en una exposición puedan poner 25 grandes personajes y que encima queden muchos afuera?
-(Trillo, que cobró por sus primeras historietas a los 19 años, sonríe levemente antes de responder.) 25, ¿es un número, no? Es que vivo de los comics hace bastante, y para eso hay que trabajar un montón, es como el periodismo, no se crea. Hay que remar. Uno ha remado bastante. Además hay dos lados: trabajos por encargo y personales. Creo que aprendí a ser muy versátil, porque hago desde historietas para niños que no saben leer en la revista Jardín hasta comic porno para Penthouse.
Claro que comic porno e historieta destinada a niños no son sus únicos campos. Los lectores de matutinos aún lo recuerdan por su excelente El Loco Chávez, que aparecía en la contratapa de Clarín durante la última dictadura militar. Los adictos a la pantalla chica aún se persignan ante la infame adaptación local de Cybersix (que creó junto al fallecido Carlos Meglia). Esa que se hizo en los ’90 con la actuación protagónica vergonzosa y vergonzante de Carolina Peleretti. Esa misma historia, además, fue la primera historieta argentina adaptada al animé. A veces en la historieta es difícil distinguir entre guión y dibujo. ¿Hasta dónde llegan las indicaciones del escritor? ¿Cuánto libre albedrío tiene el ilustrador? A Trillo le gusta el trabajo en equipo y la colaboración estrecha. “Siempre es mejor jugar a favor del dibujante –explica–, un guionista francés muy bueno, Pierre Christin (Valérian), dice que hacer un guión es como hacer un traje a medida del dibujante”, aunque matiza: “A veces el lápiz se esmera más”.
El argentino destaca al español Jordi Bernet (Clara de Noche) y a Cacho Mandrafina (El Caballero del Piñón Fijo –reeditado recientemente por Página/12– y otros): “Ni les tengo que poner indicaciones, ya sabemos cómo laburamos porque lo hacemos desde el fondo de los tiempos. En Viñetas Sueltas me propusieron hacer una charla con algún dibujante y yo propuse hacerla con el más viejo, Mandrafina, y el más joven, Pablo Túnica, que tiene 25 años y recién terminamos un álbum”, cuenta, refiriéndose a una historia de época y amores contrariados, ambientada durante la primera fundación de Buenos Aires, con un personaje deforme y escenas de canibalismo, que encantó a su editor francés y que el dibujante calificó como “muy divertida de dibujar”. “La colaboración es un tema que discutí mucho con (Juan) Bobillo, porque él me pedía el guión completo para después dibujarlo. Yo le decía que si en la página tres hacía un personaje secundario que me gustaba más de lo que pensaba, no lo podía cambiar”, acota.
Trillo no se cansa de elogiar a sus dibujantes. Como si su nombre se esfumara ante los trazos de sus compañeros de andanzas. “Mandrafina es de los dibujantes que hacen grandes aportes de imagen, de gestualidad a la historia sin cambiar una letra del guión”, aplaude a uno. “Varela es un monstruo de meticulosidad, trabaja dibujos cerrados y gana mucho con el diseño de cada página, con sus ideas gráficas”, destaca de otro.
Tipear dibujos
¿Pero cuál es el modo de narrar de Carlos Trillo? En principio, rehúye de las historias serializadas “a la italiana”. “En Italia hay un personaje muy famoso, el cowboy Tex, que siempre se va por un camino polvoriento. Yo no lo entiendo, ¿por qué el héroe se va siempre solo? ¿No tiene una mina que le guste? ¿De quedarse en la cama una mañana? Este Tex cogió una vez en 60 años, en un solo capítulo de un personaje con 2500 álbumes conoció a una mina, se enamoró, se casó, tuvo un hijo y la mina se le murió... y se sigue yendo por el camino polvoriento.”
Su mercado favorito es el francés, donde no sólo los editores cuidan a sus autores, sino que el mercado está pensado para la historieta de autor. “Los editores te piden novelas, no cuentos”, explica. En lo técnico, prefiere que la acción se trasluzca en los dibujos, evitando todo lo posible los cuadros de texto. Con ello se desmarca de la tradición imperante en la época de oro de la historieta argentina. “Había una editorial muy grande que se llamaba Columba y le pedían a los guionistas que pusieran mucho texto, para que el dibujante trabajara menos por cada página, y porque la revista te tenía que durar no sé, ponele que de Constitución a Temperley”, cuenta. “Así el guionista ponía algo así como estalló la batalla como un tembladeral de emociones y sangre y en la imagen el dibujante mostraba una mano con un hacha y listo, resuelta la batalla. Eso era feo de ver.” El, en cambio, apunta que siempre trató de resolver la acción desde el diálogo.
Quien había resuelto muy bien la imposición de incluir “mucho texto”, recuerda Trillo, fue Héctor Germán Oesterheld, el mítico autor de El Eternauta. “El pensaba una novela para doce páginas, la historia transcurría a lo largo de un año, con lo cual el texto se hacía necesario. Habría que escribir alguna vez de lo bien que le hubiera hecho a Columba que Oesterheld hubiera trabajado más tiempo con ellos.”
Esto no es un testimonio
“Yo no estoy interesado en el testimonio político o ideológico”, aclara tajante Trillo. “En todo caso me interesa el de época, en ironizar sobre cosas de los tiempos que voy viviendo.” En su carrera muchas veces le han señalado el poder metafórico de sus historias. En plena guerra de Malvinas, en El Loco Chávez un inversor inglés pretendía comprar un edificio pese a la resistencia de los vecinos. Para los lectores era una metáfora elocuente del conflicto, pese a que Trillo y Horacio Altuna tenían preparado un colchón de tiras para tres meses, pues el dibujante iba a radicarse en España.
El mismo guionista aporta otra anécdota similar. “Una historia que hicimos con Mandrafina y que aquí se conoce poco, los Spaghetti Brothers, es sobre una familia de italianos, un cura, un gangster, un policía y dos mujeres, una actriz de cine porno y la otra ama de casa que asesina por encargo de su amante”, plantea. “A mí me divertía la idea de que el cura le pegara con la cruz en la cabeza al gangster cuando se mandaba alguna cagada. Me reía mucho, y hoy me dicen que es un gran testimonio de época, ¡yo ni siquiera había ido a Estados Unidos!”
Sin embargo, reconoce que “algo debe haber” en sus historias para que la gente se deje seducir por ellas. “A veces pasa que el que tiene ganas de que le digan algo, se lo dice él mismo y te lo enchufa a vos”, especula. En algunas de sus obras el trasfondo social es innegable. Es el caso de Chicanos, que realizó junto a un excelente dibujante rosarino, Eduardo Risso. “Originalmente iba a llamarse Bolita y era una inmigrante boliviana detective en Buenos Aires. Era detective, pero claro, una morocha y encima fea, no una rubia bonaerense, entonces aunque era un fenómeno resolviendo casos, la discriminan todo el tiempo.” El editor, un italiano, le explicó que sus compatriotas no podrían comprender las referencias geográficas, así que el relato se terminó ambientando en Nueva York y la protagonista resultó, claro, una chicana. “Encima era una desgraciada con mucha mala suerte personal, el día que un rubio de ojos celestes se enamora de ella en serio porque puede ver su belleza escondida, la pisa un colectivo, ¡dos veces! Pero es así, hay gente que tiene mala suerte en la vida por portación de cara.”
Para quienes no conozcan a la protagonista de Chicanos ni sepan qué personajes aparecían en Cosecha verde. Para los que quieran recordar la redacción de la que Chávez escapaba para levantarse un minón o prefieran saltar a la aventura con Alvar Mayor, la oportunidad estará vigente hasta mañana en el C. C. Recoleta, con originales y reproducciones de quienes trabajaron codo a codo con Trillo.
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