Raro lo que me pasó con este comic: hace cinco o seis años lo leí en francés y me gustó bastante. En 2010, cuando se editó en Argentina, lo volví a leer en castellano y me gustó bastante menos. Ojo, no es un problema de la edición local (a cargo de Historieteca), que es realmente grossa, sin nada que envidiarle a la francesa. Es más bien un gusto a poco que me dejó el guión.
Acá tenemos de nuevo al Carlos Trillo versión Siglo XXI, ese que se regodeaba en las miserias, las atrocidades y las perversiones, que nos contaba con la peor de las malas leches historias de gente de mierda, más allá de la redención y de las moralejas edificantes o las bajadas de línea políticamente correctas. El truquito inédito que ofrece Boggart es que Trillo nos propone un cruce entre géneros: por un lado las hadas, duendes, orcos, musas y demás criaturas legendarias de los bosques, de esas que pueblan las fábulas y las novelas de fantasía con ambientación medieval. Por otro lado, la estructura del relato respeta casi a rajatabla las convenciones del policial negro: un asesinato, un detective bastante perdedor, líos de polleras que complican la investigación, aprietes mafiosos cuando los poderosos detrás de los crímenes ven tambalear su impunidad, y un clima enrarecido de sordidez, corrupción y decadencia moral. No es fácil plantear un hard boiled con haditas y duendecitos, que en vez de en Chicago transcurra en un reino mágico. Pero la verdad es que Trillo lo logra y demuestra que cuando a uno le sobra oficio, este tipo de desafíos bizarros se superan sin mayor dificultad.
El resultado es una historia que, cuando la leí por segunda vez, no me terminó de cerrar. Boggart resuelve el misterio simplemente apostándose frente a la casa de la principal sospechosa y vigilando a ver quién entra y quién sale de su casa. Es un poco simplista, no? En el medio, la trama se hace llevadera gracias a los buenos diálogos entre Boggart y Boon, y gracias a alguna peripecia menor, en la que el investigador interactúa con otras criaturas fantásticas. Pero el final es sumamente anticlimático (salvo por el giro del final, en la última página) y subraya aún más esa falta absoluta de códigos, de ética, casi hasta de justicia que veníamos viendo a lo largo de la historia. Cuando una mina que está buena se abre de gambas, se olvidan los crímenes, las traiciones, las mentiras y hasta “el bueno” se caga en todo y se dedica a darle a la matraca. O sea que el guión acierta en el planteo (en mostrarnos cómo sacude el status quo del reino mágico la aparición de un misterioso asesino serial) pero no llega a buen puerto a la hora de resolver ese planteo tan atractivo.
Parte de lo que hace que esto sea interesante (más allá de mis pegas para con el final) es el dibujo de Horacio Domingues, que acá realiza un gran trabajo, con personajes y fondos muy trabajados y muchas páginas de 10 cuadros de las que sale intacto. A nivel visual, los mejores pasajes llegan cuando los personajes narran flashbacks. Acá Domingues modifica sutilmente su estilo: cambia el color plano por unas texturas sutiles y de gran belleza plástica y suaviza la línea negra de los contornos. Estas imágenes son grossas de verdad y los franceses, que no comen vidrio, lo convencieron para que en su siguiente novela gráfica con Trillo (el primer tomo de Angustias) trabajara de punta a punta del álbum en este estilo, un poquito menos pegado a Carlos Meglia y un poquito más cerca de Juan Bobillo. Ni hace falta decir que lo que hace Domingues en ese libro es majestuoso, a años luz de trabajos suyos hechos sin onda ni inspiración, como Fantastic Four: True Story.
Pero volviendo a Boggart, el muy buen dibujo de Domingues y la muy buena consigna de Trillo (re-interpretar el mundo idílico y pastoril de las criaturas fantásticas en clave de sexo, droga y corrupción dignas de Sin City) alcanzan para que la lectura sea novedosa y entretenida, pero no para elevar a esta obra al panteón de las grandes novelas gráficas realizadas para Europa por los autores argentinos y cuya edición nacional resultaba poco menos que indispensable. Igual está bueno que se haya editado y que esté al alcance de todos los lectores argentinos, para que cada uno la lea y saque sus propias conclusiones.
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