Segunda parte de una entrevista publicada en Página/12 el 6 de septiembre del 2009
COSECHA FRANCESA
Trillo cuenta que, cuando era chico, con sus amigos jugaban a abrir sus revistas de historietas al azar, y obligarse a descubrir quién era el autor de los dibujos que aparecían frente a ellos. “Y casi siempre lo descubríamos.” Pero si se le pide que explique cómo descubrir que una historieta tiene guión suyo, asegura que no podría. “Creo que no sabría reconocerla”, dice el autor que no dejó de escribir historietas cuando al fin pudo decirle al pan, pan, y al vino, vino. Y la sucesión de éxitos se multiplican: el fenómeno Cibersix en la década pasada, un primer pie en el mercado francés con Fulú –con el hoy mundialmente reconocido Eduardo Risso–, y una actualidad en la que no deja de trabajar con diversos artistas locales, y también del extranjero. “Alguien me dijo alguna vez que se notaba en mis guiones la influencia de Carl Barks, algo que me gusta, porque siempre fui fanático”, comenta con sorpresa. “Pero también hay cosas que me dejan perplejo, como sucede en Francia, donde muchos dicen que yo hago denuncia social. No estoy de acuerdo, porque si uno muestra gente pobre que vomita en la calle, es porque esa gente está ahí. No se lo puede llamar denuncia, sino que es apenas una observación. Pero para ellos yo soy un artista social, y así es como llegan a leer Clara de Noche, que para mí es apenas un chiste. Ellos destacan que en esas páginas los hombres sean siempre todos chiquitos y mezquinos, y cosas así.”
Si se le deja elegir a Trillo sus historietas preferidas, la selección permite recorrer su evolución como guionista en los últimos años. Primero con la extraordinaria Custer, homenaje fantástico a Alphaville, ciencia ficción noir sin trajes espaciales ni cohetes, dibujado por el español Jordi Bernet. “Fue mi primera historieta para un mercado extranjero, y también todo un desafío”, explica. “Además, me acuerdo que al editor español no le parecía ciencia ficción. Y lo convencí mandándole el prólogo de Crash, donde Ballard habla del espacio interior. Creo que picó con eso”, recuerda con una sonrisa traviesa. Pero el colmo de las travesuras llegó con Cosecha verde, una feroz farsa bananera con dibujos de Mandrafina. “Me acuerdo que Cacho me llamó para avisarme que ya llevábamos como tres días de noche en la historieta, porque yo nunca le había dicho que pasase al día. Y ahí fue cuando inventamos eso de la noche eterna de la dictadura”, explica y, ahora sí, no puede evitar lanzar una carcajada. Premiada en Francia con todos los honores –junto con Fulú fue uno de sus mayores éxitos en un mercado difícil, que hoy se ha abierto para sus proyectos–, Trillo la ubica entre sus preferidas porque fue su primera historieta larga, para ser leída sin ser separada en capítulos. Pero también confiesa haberse avergonzado un poco, porque para los franceses es un alegato contra la dictadura militar argentina, y –cuenta en realidad– Cosecha... es una opereta centroamericana desaforada. “Lo que ahí se cuenta no tiene nada que ver con los usos y costumbres nuestros, así que me daba un poco de vergüenza que me premien de manera equivocada, ¿no?”, dice el guionista, que revela que, para los franceses, los dibujantes argentinos son iguales a los italianos. Porque suelen contar las historias desde cerca, y a ellos –los franceses– les gusta en cambio que se tomen el trabajo de mostrar el entorno, de “alejar la cámara”. Es la escuela francobelga en acción, que un dibujante como Mandrafina –con el que Trillo ha trabajado por más tiempo y que, asegura, siempre lo sorprende– sabe interpretar a la perfección. Por más que, como cuenta Trillo, su sueño siempre sea que le escriba una historia que sólo suceda entre tres paredes, como una obra de teatro. “Algún día lo vamos a hacer”, amenaza. O se resigna. O ambas cosas, quién sabe.
LAS NUEVAS PLUMAS
Una anécdota que le gusta contar a Trillo comienza cuando suena el teléfono de su estudio. El guionista atiende, y al otro lado de la línea hay un periodista estadounidense que le pregunta cómo es que un guionista desconocido como él consiguió trabajar con una estrella como Eduardo Risso, refiriéndose a Chicanos, el segundo trabajo que hicieron juntos, y que publicaron también en Francia. Luego del éxito de Risso dentro del mercado de los cómics norteamericanos con la serie policial 100 Bullets, Chicanos se publicó en los Estados Unidos, y el periodista en cuestión –ignorante de todo lo que no sea el mercado propio, como apunta Trillo que suele suceder– no había repasado muy bien la cronología. “Así que le dije que sí, que el Sr. Risso había sido muy generoso al atender el pedido de un joven como yo, y cualquier pavada que se me ocurría... ¿para qué iba a perder el tiempo explicándole?”, se ríe Trillo.
Casi como los clubes de fútbol locales, con el tiempo las historietas de Trillo son como un verdadero semillero de dibujantes, que luego son tentados por dineros del exterior. O de otros géneros más rentables, como el joven Sáenz Valiente, que hizo un volumen del deleznable detective argento, coimero y violento Sarna con Trillo y ahora –cuenta– se dedica a los dibujos animados. “Los dibujantes vienen cada vez más jóvenes”, se sorprende. “¡Muchos son más chicos que mis hijos!”. El benjamín de la clase –que incluye a la italiana Mónica Catalano, y un proyecto en danza con ese maestro que es Ivo Milazzo, pasando por habitués como Bernet o Mandrafina, entre otros– es Pablo Túnica, con el que está desarrollando una serie para una colección que dirige el dibujante francés Joann Sfar, uno de los artistas actuales que Trillo más admira. “Con Pablo estamos haciendo Jusepe en América, que reversiona la primera fundación de Buenos Aires, que terminó trágicamente, con antropofagia y todo”, revela el guionista, y comenta al pasar que ésa sería la serie a consideración de Mondadori si deciden continuar con las historietas luego del flamante Guastavino, que ha despertado una cierta polémica. Cuando se le dice que el protagonismo de un padre castrador, militar y torturador en la historia huele a dictadura-explotation, Trillo se ríe, y dice que el papel que cumple ese personaje en la historia es casi el mismo que si fuese simplemente un obsesivo católico, como un Seineldín sin la parte militar.
Sabio lector del mercado en el que vende sus productos, Trillo concede que, ahora, cada vez más logra ambientar las historias que se le ocurren en Argentina, algo que antes no solía suceder. Como una sangrienta tragedia ambientada en la época de Rosas, que dibuja Horacio Domingues. O el vampiro que dibuja Peni (Pedro Penizzotto), que vive en Argentina y se alimenta de pobres, que por acá el poder parece no echar nunca de menos. “Alguna vez, cuando escribió el prólogo de Charlie Moon, Saccomanno eligió llamarla Carlitos Luna, preguntándose por qué no podía ambientarse una historia así por estos pagos. Y cuando con Risso hicimos Chicanos, en realidad queríamos llamarla Bolita”, revela. “Queríamos hacer una detective boliviana en Buenos Aires, y contar cómo era discriminada. Pero el editor francés, el único que se atrevió a publicar la historia, nos dijo que allá no se entendía, que hiciéramos un paquistaní en Alemania, algo así. Al final terminó siendo un chicano en Estados Unidos. Pero eso ya es algo muy visto. ¿Te imaginás qué lindo hubiese sido poder llevar a cabo la historia tal como la imaginamos originalmente?”, dice el guionista que, al parecer, ahora sabe cómo hacer para quedarse por estas tierras. Y que, a pesar de sus tres décadas y media de historias, asegura que hay nuevas que siguen viniendo.
Y aún más: que hay historias que –después de todo este tiempo, después de tanto profesionalismo– todavía está deseando contar. Sólo necesita esperar a que los dibujantes vengan a él.
Y que siga habiendo días de oficina, claro.
Lo que le dijo al periodista yanki fue demasiado gracioso, Trillo forever.
ResponderEliminar