lunes, 19 de marzo de 2012

SEPARANDO LA PAJA DEL TRILLO, por Martín Pérez

Primera parte de una entrevista publicada en Página/12 el 6 de Septiembre de 2009.

Empezó escribiendo para dos de los dibujantes más prestigiosos y populares de la Argentina: Alberto Breccia y Horacio Altuna. Y desde entonces, Carlos Trillo no paró. Su pluma dio vuelta al héroe clásico de los cuadritos para dar vida a un nuevo y querido tipo: el antihéroe. Desde El Loco Chávez hasta el flamante Guastavino, pasando por Clara de Noche y Cibersix, sus historietas se traducen en el mundo y llegaron a vender cientos de miles de ejemplares. A treinta y cinco años de su debut, el hombre que leyó los clásicos, ayudó a construir la historieta argentina moderna y la vio refugiarse en las comiquerías y las ediciones extranjeras, ahora es el primero en probar suerte en las librerías de la mano de una editorial grande.

No siempre se trató de la misma oficina. Una estaba ubicada en Florida y Viamonte. Otra frente a un restaurante llamado Broccolino, en la calle Esmeralda. La que le duró más tiempo, recuerda, estaba en Santa Fe y Talcahuano. Y cuando no había una oficina propia, lo estaba esperando un lugar en la redacción de alguna revista o de alguna agencia de publicidad.
Desde que descubrió su oficio, Carlos Trillo se levanta todas las mañanas y se va a trabajar, como si fuese una persona como cualquier otra. Sí y no, claro. Porque Trillo, qué duda cabe, es una persona como cualquier otra. Pero, al mismo tiempo, su oficio no es un oficio cualquiera, sino que es uno que ya casi nadie realiza: escribir historietas. Lo hace, eso sí, con la mayor de las cotidianidades. Desayuna, se despide de su familia, y se marcha al trabajo. Como si fuese el protagonista de una de sus historietas, parece guardar las formas, componer un personaje hasta dar vuelta la esquina o meterse en una cabina telefónica. Allí, el oficinista perfecto se abre el traje, se saca los anteojos, y debajo de la camisa aparece esa enorme S, en azul y rojo.
Pero como no es el protagonista de la historieta de nadie, sino que es quien las escribe para que otros las dibujen, Carlos Trillo continúa su camino, y se instala en esa oficina, cualquiera sea, que siempre estuvo ahí, para que pueda imaginar esas historias de un género que creció leyendo y que, treinta y cinco años después del que se puede considerar su primer guión, su persistencia y entusiasmo ayuda a mantener vivo, a pesar de que muchos crean que –en los tiempos que corren– la historieta es apenas un anacronismo. “A mí no me parece”, asegura previsiblemente Trillo, que ha hecho mucho para que la historieta reflexione sobre sus clichés más heroicos y, al mismo tiempo, vuelva a abrazarlos. “Tal vez acá sea anacrónica. Pero no me termino de dar cuenta. Lo que sí es verdad, es que la historieta desapareció del kiosco de revistas”, concede Trillo, sentado ante la mesa que ocupa el living de su actual oficina –o estudio– ubicado a la vuelta de su hogar, en Vicente López. “Toda mi vida me fui a trabajar al centro”, comenta. “Pero hace unos años decidí probar quedándome por la zona. Con alguna duda, porque no sabía si iba a funcionar, estando tan cerca de casa. Pero a la semana no entendía cómo hacía para irme hasta allá todos los días”, explica el gran sobreviviente de esa raza en extinción llamada guionista de historietas argentino, una genealogía que se inició con Oesterheld y supo continuarse en esos nombres prolíficos que los fieles lectores del género veían repetirse de revista en revista, como los de Alfredo J. Grassi, Ray Collins o Robin Wood. Aquellas revistas desaparecieron, pero Carlos Trillo sigue y sigue.
Cuando se le pregunta si alguna vez se imaginó que iba a estar tanto tiempo haciendo historietas, o si la historieta iba a durar tanto, a Trillo se le escapa una sonrisa. “La historieta va a terminar con nosotros”, asegura, y los múltiples sentidos de la frase ayudan a dejar la respuesta en suspenso hasta que explica que tanto él como sus colegas –y también los lectores, ¿por qué no?– tal vez sean los últimos de su clase. Porque es difícil que haya nuevas generaciones que puedan vivir de la historieta, calcula. “Ahora ya es muy difícil”, asegura Trillo, que antes ha terminado su razonamiento sobre la desaparición de las historietas del quiosco, diciendo que deberían haber terminado en la librería. Pero se interpuso la comiquería, lamenta.
Por eso es que tiene un particular significado que sea justo una historieta de Trillo –El síndrome Guastavino dibujada de manera extraordinaria por Lucas Varela, y serializada originalmente en la revista Fierro– quizá la primera argentina en intentar romper ese límite impuesto por las comiquerías y encontrar un lugar en las librerías locales, de la mano de Mondadori. Algo que sucede tres décadas y media después del comienzo de una larga historia construida desde una oficina, donde Mr. Trillo sabe ir todos los días a buscar esas puertitas que, como una generosa versión de su legendario Sr. López, le permita seguir invitándonos a visitar todos esos otros mundos que, por supuesto, siempre estuvieron en éste.

LOCO Y NEGRO
Cuando finalmente Trillo llegó a estar frente a frente con Alberto Breccia, el dibujante de muchas de las historietas que había leído con pasión durante su infancia, ya sabía que no iba a ser médico (llegó a dar el examen de ingreso a la Facultad de Medicina) ni abogado (aunque había cursado varios años de Derecho). Y sabía también, desde hacía tiempo, que no iba a ser el piloto de avión que soñó durante su infancia de hijo único, con padre colectivero y madre ama de casa. “Cuando mi viejo se jubiló, vendió todo y metió la plata en un banco”, recuerda Trillo. “Eran otros tiempos. ¿Te acordás de la frase de Perón, ésa en la que preguntaba quién había visto alguna vez un dólar? Bueno, mi viejo nunca vio uno. Cuando murió fui a cerrar su cuenta: había apenas 120 pesos. Nunca la había usado.”
En la casa del futuro guionista no había muchos libros, salvo los que leía él. Y las revistas de historietas, claro. “Con los amigos de la cuadra leíamos el Pato Donald con tanta atención que ya sabíamos que había diferentes autores, y que uno era mejor que los demás, aunque el nombre no salía en ningún lado: era Carl Barks.”
A pesar de semejante fanatismo infantil, arengado por profusas sesiones primero de Misterix, y luego de Frontera y Hora Cero, Trillo asegura que nunca se le pasó por la cabeza ser guionista de historietas. Aunque con un compañero de Derecho llamado Eduardo Belgrano Rawson llegaron a escribir un guión que llevaron a un Misterix ya lejos de su mejor época, cuando ya la editaba Yago. Con el mismo caradurismo de estudiante con el que presentaron aquel guión, Trillo y Belgrano Rawson llegaron a hacer un programa de radio en Municipal. Así fue como Trillo llegó a hacerle un reportaje a García Ferré para su programa, y terminó escribiendo guiones para El Hada Patricia o La Familia Panconara en sus revistas. En la vorágine de aquellos años jóvenes también escribió cuentos humorísticos para Patoruzú, un par de volúmenes para el Centro Cultural de América Latina junto a Alberto Bróccoli (incluido uno dedicado a la historieta) y también se asomó a la publicidad, donde conoció a Alejandro Dolina, con quien escribió Tony Avila, el detective poeta para la revista Siete Días.
Por eso es que, cuando finalmente estuvo frente a Breccia, Trillo insiste que aún no sabía lo que quería hacer, pero ya sabía lo que no. Breccia había ido a Satiricón convocado por su director Oskar Blotta y se estaba yendo sin ganas de hacer nada de lo que le proponían, cuando le pidió a Trillo –que ya andaba por ahí, y que “por alguna razón” (sic) era el único que sabía hacer guiones– que le escribiera algo. “Me acuerdo que el mismo día en que Breccia me trajo el primer Daneri, Altuna vino con las primeras pruebas del Loco”, precisa Trillo, refiriéndose al primer capítulo de la serie Un tal Daneri –que se publicaría por primera vez en la revista Mengano, de la que fue director– y a El Loco Chávez, la tira que a partir del 20 de julio de 1975 empezó a publicarse en la contratapa de Clarín, y que aún hoy tal vez sea el personaje más popular de toda su carrera.
“Era una historieta que se hacía fácil. Sólo tenías que ir contando las costumbres de la gente”, revela Trillo, que confiesa haber disfrutado mucho haciéndola. La base de las historias eran los amigos y las minas, y Trillo lamenta que con el tiempo se haya perdido eso de juntarse en el bar a hablar pavadas. Una costumbre que no sólo perdió la ciudad, sino también el Loco en los reentapados que se publican en forma de libro. “Es que cuando armamos las tiras para publicarlas en las revistas italianas, descubrimos que había páginas y las de charlas de bar... ¡no se terminaban nunca!”. Según cuenta Trillo, el final de El Loco llegó porque Altuna vivía en España, y el correo con las tiras nuevas siempre se retrasaba. “Además Horacio nunca fue un hombre que entregara temprano... ¡A veces tenía que ir directamente al taller con las tiras!”. Como muestra de la popularidad del personaje, recuerda que cuando El Loco se estaba terminando, la hinchada de Racing –el cuadro por el que sufría el personaje– llegó a cantarle el clásico “El Loco no se va/ El Loco no se va”. El reemplazo fue El Negro Blanco, que Trillo realizó con dibujos de Ernesto García Seijas, y nunca alcanzó el nivel de popularidad de El Loco. “Hoy pienso que el error fue hacerlo también periodista, porque la comparación era inevitable. Pero es algo que no me di cuenta en ese momento.”

HISTORIA ARGENTINA
Una de las claves tempranas de la carrera de Trillo como guionista de historietas fue, según él mismo dice, haber elegido a los dibujantes antes que las revistas. “Por entonces casi nadie trabajaba con los dibujantes”, explica el guionista, que escuchaba cómo Altuna le pedía que no le presentase guiones de ciencia ficción, porque le salían mal. O cómo Enrique Breccia le pedía que no le hiciera dibujar caballos. “¡Por eso en Alvar Mayor los personajes caminan tanto!”, revela. Pero para semejante plan era necesario tener dónde publicarlo, y ahí es cuando aparece primero la Editorial Record, que editaba la revista Skorpio, y luego las publicaciones de La Urraca, donde Trillo y sus dibujantes disfrutaron de algo que en aquellos comienzos resultaba una ventaja fundamental: tener piedra libre para hacer lo que quisieran. “No había un formato que respetar, una cantidad de páginas a la que ceñirse. Por eso es que Cascioli siempre fue para nosotros un gran editor”, calcula Trillo, que recuerda que supo irse de ambas editoriales antes de que las alcanzase, a cada una, su propia crisis.
Antes de esa retirada, el guionista aprovechó muy bien todas las libertades para hacer sus mejores historietas. E incluso para hablar de historietas, algo que no se solía hacer cuando –junto a Guillermo Saccomanno– escribió la sección El Club de la Historieta para Skorpio. “Sin inocencia alguna, con Oesterheld leído y disfrutado, con toda la literatura, con el oficio del creativo publicitario, Trillo entra en la ficción aventurera y le pega al primero que está ahí: el héroe”, dice Juan Sasturain, que cree que es la sucesión de personajes que Trillo fue realizando junto a Horacio Altuna –la evasión del pusilánime Sr. López, la melancolía de Charlie Moon, el patetismo del impresentable detective Merdichesky– donde mejor está ejemplificada esa tarea de desmontaje y descalificación hasta terminar de crear ese personaje clásico de las historietas marca Trillo: el antihéroe. Un camino que también se hace evidente desde las aventuras de Alvar Mayor para Skorpio hasta las desventuras de Marco Mono para La Urraca, ambas dibujadas por Enrique Breccia. Todo un trabajo realizado al margen de esa editorial que por entonces era el líder de la industria local de la historieta: Columba. “Para ellos, era como si las historietas de Oesterheld nunca hubiesen existido”, explica Trillo, tal vez su mejor heredero, el que terminó el trabajo del maestro y supo llevarlo aún más allá, como se puede ver en las recién reeditadas aventuras de Marco Mono (Doedytores), una historieta cuyo protagonista –como explicita su autor en el prólogo– está más allá de la maldad y la culpa. Y donde el mal (con minúsculas), siempre gana.
Se puede decir que Marco Mono es donde mejor se nota esa libertad de oficio tan bien ganada por Trillo, por la que ganó muy temprano –en el año 1979– el premio Yellow Kid, el más importante de la historieta europea. En aquel entonces, tanto él como otros representantes de su generación, comenzaron a viajar a Europa –presentó con Saccomanno, en el Festival de Lucca, su Historia de la Historieta Argentina–, y vieron cómo seguir esta historia de vivir haciendo historietas: entendiendo un mercado europeo al que seducir con sus baratijas. “Me acuerdo que Oreste del Buono, un crítico italiano muy inteligente que inventó la revista Linus, decía que lo que tenía de bueno la historieta argentina, era la dictadura que nos oprimía. Como nadie podía decir pan al pan y vino al vino, teníamos que inventar metáforas, y entonces lográbamos una cosa poética muy buena, que ellos no hacían más. Y nosotros le respondíamos que en una de ésas era mejor que fuésemos más pedestres pero viviésemos un poco más libres.” (mañana, la segunda parte)

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