martes, 14 de agosto de 2012

TRILLO, EL ABANDERADO, por Ervin Rustemagic

En estos cuarenta y un años de SAF he trabajado con clentos de dibujantes y escritores de comics, la mayoría de ellos de Argentina. Y, si fuéramos a organizar nuestras propias olimpiadas de los comics en SAF, entonces la bandera argentina del equipo de SAF definitivamente estaría en Carlos Trillo, del mismo modo que Hermann llevaría la bandera belga, Joe Kubert la bandera estadounidense y Alfonso Font la bandera española. La bandera italiana la llevaría Robert Totaro, Martin Lodewijk izaría la bandera holandesa, la bandera de uruguaya estaría a cargo de Zalozábal, etc.
Pero fue Carlos Trillo quien escribió los guiones para la mayor cantidad de artistas y comics cuyos derechos de publicación SAF vendió y aún vende en todo el mundo. Sus ideas no tienen fin y su forma de contar historias es muy particular, todo sazonado con un toque de humor inteligente y discreto, aunque a veces muy oscuro. Me gustaría compartir un par de anécdotas increíbles vividas junto a ese gran creador y gran amigo que fue Carlos Trillo.
Una vez estabámos sentados en el restaurante 1-2-3-4 de Buenos Aires, llamado así porque está ubicado en el número 1234 de la Avenida Santa Fé. En esa época (1998), era tradición para los autores de comics argentinos que vivían en Buenos Aires reunirse allí para tomar café o almorzar. Había algunos artistas argentinos de SAF con nosotros ese día. Hablábamos de negocios y yo anotaba en un trozo de papel, que es una de mis vieja costumbres, dándoles ejemplos de precios que las distintas revistas de comics pagarían por página de comic o por las portadas, además de distintas cantidades de adelantos que conseguíamos por álbumes en distintos países.
Mi papel tenía cifras tales como $100, $250, $500, $ 1.000 y $ 4.000 escritos por todas partes. Mientras estábamos sentados allí, hablando de negocios y mientras escribía en ese trozo de papel, los mozos que nos traían la comida y la bebida escuchaban nuestra conversación. Pero sólo podían escuchar algunas partes, así que no entendían de qué hablaban sus clientes habituales con un extranjero al que nunca habían visto antes. Luego de varias horas, cuando estábamos saliendo del restaurante, Carlos me pidió el bolígrafo, volvió a la mesa en la que habíamos estado sentados y empezó a escribir algo en el trozo mi papel. Recién después, en la calle, me dijo que los mozos irían inmediatamente a la mesa para ver lo que había escrito en el papel, así que volvió y agregó tres ceros a cada uno de mis números. ¡Ahora los mozos verían las cantidades $ 100.000, $250.000, $500.000, $ 1.000.000 y $ 4.000.000!
(el jueves, otra anécdota)




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