América nació de sangre. Sangre nativa, criolla y realista. Sangre bien espesa, de la que no se cuela en las estampitas de Billiken, pero que sí abunda en Simón, que Carlos Trillo y Eduardo Risso serializaron en la extinta Columba hacia fines de los ’90 -cuando la editorial veía sus últimos años- y que Deux Studio recopiló hace algunas semanas.
“Una aventura americana”, reza el subtítulo de la historia. Es difícil pensar una frase más acorde al contenido de la obra. Simón, el libro, está atravesado por la sangre. La de las batallas, las traiciones, la cama y los labios. Simón, el protagonista, también. Pero, formado en Europa, rehuye del barro y las venas abiertas. No entiende mucho de las disputas independentistas en las que se ve envuelto. No sabe gran cosa de la guerra y ya puestos, tampoco de las mujeres. Llega al ejército criollo buscando respuestas sobre su origen y se alista para conseguirlas y para quedarse cerca de una cautiva condenada a muerte. Si no rompe con las tropas que lo cobijaron no es por lealtad a un ideal, sino por un código de honor que le impide desconocer la palabra ya empeñada. Le repugna la sangre del combate, pero no se atrave a bucear en la de la cautiva.
Sobra decir que, como es de esperar, será esa cautiva la que ponga en marcha los resortes principales de la historia. Juana es realista, la venganza le arde en el pecho y su cuerpo incendia a los hombres. Como la mayoría de los personajes femeninos de Trillo, Juana está lejos de ser un mero objeto de conquista para el muchachito de turno. La mujer es por lejos el personaje con más personalidad de toda la novela y desde su aparente indefensión tiene a todos los hombres del relato persiguiéndose la cola en círculos.
Luego, claro, está el dibujo de Risso. El cordobés radicado en Rosario, que por estos días anda atareadísimo ajustando los últimos detalles de Crack Bang Boom, hace de cada línea la definición de un personaje. A excepción de algún ayudante de campo revolucionario, cuya personalidad y posición Trillo define desde el diálogo, el temple de todos los personajes queda en el plumín de Risso.
Simón es delicado y de una ingenuidad casi infantil. El coronel Olaguer tiene el rostro curtido por la experiencia y por el desgaste espiritual de mandar a fusilar realistas (Trillo pone en su boca algunas frases de antología). Estanislao lleva la tierra de los pobres bajo su lengua. Juana tiene rabia e inteligencia en los ojos y enloquece a los hombres con su pelo y sus labios. En sus vestidos sencillos se adivina que, si busca el poder, no es por el poder mismo, sino por motivos personales. Los militares creen utilizar su cuerpo y no se dan cuenta que, en el fondo, es ella quien los manda.
Con toda esa mezcla el guionista se las arregla para contar una historia sólida a puro oficio, gambeteando lugares comunes y haciendo hincapie en los grises de la gesta independentista antes que en los discursos del manual escolar. Simón no tiene muchas manchas en su pasado ni le falta honor, pero está lejos de ser un héroe inmaculado. Sencillamente, está lejos de ser un héroe. Es más bien un muchacho buscando cerrar la ausencia de un padre a quien jamás conoció que, casi por casualidad, se ve envuelto en las luchas de ese oeste que aún no se llamaba “argentino” ni “chileno”.
Publicado originalmente en el blog Cuadritos, el 19/10/2010.
"SIMÓN: UN AVENTURA AMERICANA" tuvo su origen muchos años antes de su publicación. Proviene de la frustrada adaptación cinematográfica del relato "GASPAR RUIZ" de Joseph Conrad, que iba a dirigir Alberto Fischerman (el mismo de "LAS PUERTITAS DEL SR. LÓPEZ" y "LA CLÍNICA DEL DR. CURETA") con guión de Trillo.
ResponderEliminarEl cuento original es una historia de aventuras que transcurren durante el cruce de los Andes por el Gral. San Martín. Fischerman entusiasmó a Trillo con el proyecto por la particular óptica de la narración: una gesta argentina contada por un escritor polaco devenido en inglés. Por desgracia, la película nunca llegó a realizarse y Trillo se quedó con las ganas de aprovechar su guión. Luego de muchas idas y vueltas, supresiones y agregados, acabó por reescribirlo en su forma definitiva, que es la que podemos apreciar en "SIMÓN".