Era el año 2005, o 2006, y las autobiografías arreciaban en todos los mercados y se llevaban todos los premios: Blankets de Craig Thompson, Persépolis de Marjane Satrapi, La Ascención del Gran Mal del David B, etc. Trillo me llamó fingiendo cierta desesperación, para anunciarme que definitivamente la ficción -y con ella nuestro trabajo guionístico- estaba llegado a su fin.
Fue entonces que me propuso encarar una obra conjunta: una falsa y terrible autobiografía de una negra africana que escapa de milagro a las guerras civiles de su país, hasta llegar a Francia y poder contar su espantosa biografía en una historieta. Empezamos a tirar ideas de inmediato. A la pobre negra le pasaba de todo: siendo niña la violaba toda la tribu, tenía siete hijos, la torturaban las milicias rebeldes, luego las gubernamentales, la violaban de nuevo, le mataban a los hijos, se moría de hambre, se contagiaba el sida, se enamoraba de un casco azul que la dejaba por otra, todo un rosario de crueles penurias. Finalmente cruzaba el Mediterráneo en una barcaza y se ponía a dibujar.
Yo pensaba que Trillo lo decía en joda, pero en un momento me di cuenta de que la propuesta era en serio. Su idea era que se editara contando con la complicidad del editor y cuando ganara algún premio salir a decir toda la verdad y armar un escándalo que pusiera en cuestión toda la moda de las autobiografías noveladas. No sé por qué, por cobarde seguramente, no quise seguir el juego. El era un autor consagradísimo, yo era un perejil, me dio miedo. Preferí dejarlo “para más tarde”. Claro, en ese momento sabía que no habría “más tarde”.
Por suerte la moda de las autobiografías se frenó un poco, la ficción sigue existiendo, nuestro trabajo continúa. Pero nunca se sabe, tal vez en unos años haya que inventarse algo.
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