lunes, 23 de julio de 2012

LAS MUCHAS LECTURAS DE UN CLASICO, por Carlos Trillo

El Eternauta comenzó a aparecer, por entregas, en la revista Hora Cero Semanal el 3 de septiembre de 1957, ese año fundacional para el humor y la historieta en la Argentina.
EI peronismo habla sido volteado hacía dos ahos, el gobierno militar de turno tenía funcionando una convención constituyente, y estaba por permitir un muy acotado traspaso de poder a los civiles. La prensa escrita experimentaba nuevos límites después de una década peronista de férrea censura, y empezaban a aparecer periódicos que observaban la realidad con prismas diferentes.
En ese contexto efervescente, el humor y la historieta, dos géneros gráficos muy populares, inauguraron también nuevas tematicas. Varias revistas se disputaban desde hacía años el mercado masivo. El humor conservador de Patoruzú competía con el más actualizado de Rico Tipo. Las clásicas historietas de Patoruzito le hacían frente a las aventuras menos acartonadas de Misterix.
Los territorios estaban parcelados con precisión: las revistas de humor se ocupaban de la observación risueña sobre la cotidianeidad, y las de historietas nos lanzaban a aventuras en tierras y tiempos lejanos.
En 1957 aparecieron dos nuevas editoriales "de autor": Nopra, de Landrú, y Editorial Frontera, de Héctor Germán Oesterheld. Tía Vicenta, guiada por Landrú, se alejó de la observación de hábitos urbanos para meterse de lleno en la ironía política. Y Hora Cero y Frontera, manejadas por Oesterheld, humanizaron definitivamente a los personajes de historieta... No es casual que los dos lanzamientos se hayan hecho prácticamente el mismo día. Tampoco, que ambos experimentos, con dos creadores de enorme originalidad al frente, hayan hecho tambalear a las publicaciones existentes.
Editorial Frontera comenzó lanzando revistas mensuales en un mundo de semanarios. Decidió publicar historias breves y contundentes en vez de interminables folletines por entregas. Y cuando afianzó esa propliesta, se atrevió también a dar batalla en el terreno del "continuará".
Hora Cero Semanal fue una revista pobre, con tapa a dos colores (una ilustración en blanco y negro con manchas rojas, azules o amarillas que destacaban algún detalle. Costaba un peso con 50 centavos, la mitad que Hora Cero Mensual y la cuarta parte que su casi contemporánea Hora Cero Extra. Era apaisada, tenía solamente dieciséis páginas y aparecía los miércoles. De las tres historias que publicó en sus primeros números, dos apelaban a personajes conocidos: Ernie Pike, el corresponsal americano en la Europa de la Segunda Guerra, y Randall the Killer, un western clásico y preciso.
La tercera ración semanal fue El Eternauta, de cara a una Buenos Aires que conocíamos y donde se desarrollaba una catástrofe que el cine y la historieta, hasta entonces, habían ambientado en geografías más "prestigiosas", como Londres o Nueva York.
Los sorprendidos lectores caminábamos todos los días por esas calles donde caía la nevada fatal. La General Paz, la cancha de River, el Congreso Nacional eran importantes lugares del relato. Un poco tapadas por la tragedia, se leían las pintadas que decían "Vote Frondizi" o el cartel que indicaba que estábamos en la calle Charcas.
Si, como tantas otras historietas, El Eternauta no hubiera vuelto a publicarse, estos elementos, sumados a la riqueza de su aventura, a la precisa pintura de personajes y a un final sorprendente, la habrían hecho inolvidable para quienes la leímos entonces entrega por entrega.
Pero, después de esas ciento cinco semanas que culminaron el miércoles 9 de setiembre de 1959 en siete páginas que nos cortaron el aliento, El Eternauta no cesó.
Primero, fue la misma Editorial Frontera la que repropuso, en 1962, la saga completa en tres volúmenes mensuales con un fulgurante suceso.
En 1969, la revista Gente siempre a la caza de éxitos probados llamó a Oesterheld para escribir una remake en sus páginas. Para esta reescritura, Oesterheld convocó a Alberto Breccia, con quien ya había hecho la monumental Mort Cinder. El experimento fue un fracaso. Breccia había empezado el camino sin retorno de la experimentación gráfica. Y el guionista propuso la relectura desde un pensamiento antiimperialista, afín a los tiempos pero lejos de la línea del semanario de los Vigil y de los hábitos que había inculcado en los consumidores de esa revista, que en aquel entonces se autoproclamaba "fresca" desde su misma tapa.
En 1976, un editor de historietas repropone en los quioscos El Eternauta original en un solo tomo de más de 350 páginas. El éxito vuelve a sorprender. Se repiten las grandes tiradas en muchos formatos: álbum, serie de fascículos en blanco y negro, coleccionables a color.
Entusiasmado por las ventas que no cesan, el editor invita a Oesterheld y a Solano López a hacer una segunda parte para incluir en su mensuario Skorpio. Oesterheld, por entonces militante montonero, produce un guión con poco disimulados llamados a la lucha revolucionaria. El editor lo modifica salvajemente, temeroso de la violencia de los tiempos. Solano dibuja, por fin, este segundo Eternauta, donde el guionista, simple testigo de la primera aventura, se convierte en un narrador en la línea de combate. La historia es por momentos confusa debido a las mutilaciones casi irracionales que el miedo obliga a realizar en su trama y en su letra.
Oesterheld ya no está cuando el escritor italiano Alberto Ongaro guionista de Misterix toma la posta y escribe un tercer Eternauta. Solano López no tiene tiempo de dibujarla, empeñado en otros trabajos. El editor lo convence de que haga las cabezas de los personajes, mientras cuerpos y fondos son realizados por un equipo de anónimos artesanos.
Los lectores no se interesan en este experimento poco atractivo, mientras es el viejo primer Eternauta el que crece, se internacionaliza, ve ediciones en otros idiomas, es la historieta que representa mejor a la Argentina en colecciones de comics internacionales. Es, incluso, el único comic que formó parte de La Biblioteca Arqentina, Serie Clásicos, la colección de literatura naciorial que sacó Clarín en 2000.
Cuando una obra atraviesa el tiempo sin perder vigencia, es porque permite a quienes se acercan a ella una lectura que se adecua a la época que se está viviendo. El Eternauta, en estos 47 años, ha demostrado que participa de esta cualidad necesaria de los clásicos.
Apareció como una revolución en el mundo de la aventura dibujada, incorporando a Buenos Aires a la ciencia ficción. Su modesta version original fue capaz de oscurecer para siempre la orquestadísima remake de Gente, apoyada en la tirada enorme de ese semanario a fines de los '60.
Cuando reapareció, en 1976, la desgracia se había adueñado de nuestras vidas. Oesterheld como tantos argentinos se convirtió en un desaparecido aperias un año después, mientras miles de nuevos lectores se emocionaban con esa nevada fatal y esa peripecia solidaria de un grupo de resistentes.
Ya no era más una conmovedora historia de ciencia ficción, se parecía demasiado a una metáfora de lo que estaba pasando. La más grande historieta argentina regresaba, esquivando censores, para ser leída conio un himno a la libertad, a la necesidad de pelear contra los monstruos, a que la vida es lo más importante que hay sobre la tierra.
La democracia del '83 instaló sucesivas reediciones de El Eternauta en el lugar de la lucha por obtener la libertad. Los mezquinos años del menemismo, en el sitio de la dignidad por la que hay que seguir peleando aunque sepamos que vamos a perder. En fin, cada tiempo de esta vertiginosa Argentina hace de estas páginas una lectura diferente.
Hoy estamos en un momento tibiamente esperanzado: la deuda externa es una carga que parece que nos va a sepultar a todos, los piqueteros hacen su batalia en la General Paz, las manos (o los manos) de las privatizadas se resisten a soltar sus tajadas (fíjese en el diario y agregue lo que corresponda, que seguramente todo sirve).
Porque El Eternauta sigue allí. Aquí.
Demos vuelta esta página y hagamos nuestra lectura del 2004.

(prólogo a la edición argentina de El Eternauta, Clarín, 2004)

1 comentario:

  1. ‎"Cuando una obra atraviesa el tiempo sin perder vigencia, es porque permite a quienes se acercan a ella una lectura que se adecua a la época que se está viviendo."

    eso separa una obra de una verdadera obra de arte

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