Cuando los tiempos oscuros quedaron atrás y ya no hizo falta recurrir a la metáfora para hablar de ciertas atrocidades de nuestra historia reciente, Carlos Trillo fue muy explícito. Principalmente en El Síndrome Guastavino, realizada junto a Lucas Varela, que se convirtió en una de sus pocas obras realmente polémicas.
Cuando todavía no se había editado ni una sóla página de la historieta, Trillo le escribía a Varela un mail titulado “Guastavino me da asco!”, en el que decía: “La abyección de nuestro hèroe es repulsiva. Cada vez me gusta más, aunque me provoca pesadillas espantosas”. Los autores sabían perfectamente que con esa historieta se estaban metiendo en un terreno pantanoso, en el que más de una sensibilidad podía resultar herida.
Cuando la historieta empezó a serializarse en Fierro (después de varias idas y vueltas, porque el contenido “asustaba” en cierto modo a los artífices de la revista), fueron los lectores los que reaccionaron ante la forma en que Trillo y Varela retrataban ciertos arquetipos. Al guionista esto lo irritaba bastante, y le escribía al dibujante:
“Judíos, gallegos, tímidos, gays, drogones, rubias taradas, todo puede ser discriminativo según la political correctness, digo.
Un gallego bruto como el papá de Manolito es gracioso.
Un judío con gorrito y trenzas es un atentado antisemita.
No lo es el personaje de Maus porque el autor es judío, si no lo habrían crucificado.
Los personajes son los que son, una unidad no es una crítica racial, un negro puto no hace que todos los negros sean putos.
En Clarín, me acuerdo, se preocupaban porque en una historieta había un empresario que robaba: a ver si perdían avisadores porque TODOS los empresarios se sentían aludidos.
Ahora, en una historieta, ¿un judío no puede ser un acosador sexual – sería un comentario antisemita -, aunque en Israel hayan tenido hace poco un presidente que tuvo que renunciar porque le tocaba el culo a las chicas?
Hay gente muy boluda, Lucas”.
La historieta siguió jugando siempre al límite, sin renunciar jamás a su incorrección política y a su caricatura deforme y visceral de esa abyección que asqueaba a Trillo. En 2008, cuando a Fierro le tocó publicar el último tramo de El Síndrome..., Trillo pidió un espacio y, además de la historieta, publicó este texto:
UNA MALA IDEA
Nos dijeron muchas cosas sobre Guastavino.
Antes de aparecer en esta revista, que era demasiado fuerte para ser publicado.
Durante los meses que duró su desarrollo en estas páginas, que tenemos la cabeza podrida, que Lucas Varela nunca volverá a ser el mismo después de dibujar esta historieta, que por qué no aprendemos de las sublimes sutilezas de Minaverry, que “quedé tan enganchado a esta cosa enferma que están haciendo que voy a tener que comprar la próxima Fierro, yo que había decidido decirle al diarero que no me la traiga más”. El mismo Varela me llamó un día para pedirme que tuviéramos un poco de piedad, por favor.
Uno aprendió que los hechos no son dramáticos en sí mismos. El drama requiere la participación del que lo mira. Ver el elemento dramático (cómico, farsesco, divertido, trágico) de un acontecimiento significa tanto percibir los elementos en conflicto como reaccionar emocionalmente ante ellos.
Uno aprendió, también, que en este país pasaron cosas muy feas. Y que esquirlas de la peor locura han ido quedando en demasiadas cabezas compatriotas.
Y, entre tantos aprendizajes, hemos absorbido este enunciado irrenunciable: todos los relatos terminan.
Y eso pasa hoy con esta historia de Guastavino, el tipo que aspiraba a un cielo con represores con alitas que sacan dulces melodías de sus picanas y con muñecas que solo piensan en el amor.
No te vamos a extrañar una mierda, Guastavino.
Al año siguiente, la historieta se recopiló en libro y –para sorpresa de los propios Trillo y Varela- no generó ningún rechazo dentro de la editorial (Random House/ Sudamericana) ni ninguna reacción airada entre los lectores. Mañana, una entrevista en la que los propios autores hablan de este tema.
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