La patria historietística del último puñado de años parece caracterizada por la recopilación, por una mirada hacia atrás de obras que en su momento cantaron quiero vale cuatro, o falta envido. Desde el sábado esa patria del material desempolvado tiene un nuevo habitante: El caballero del Piñón Fijo, historieta en seis episodios que con guiones de Carlos Trillo y dibujos de Mandrafina había aparecido en la primera etapa de la revista Fierro. Esa media docena de “cantos” por capítulos reaparecen ahora en la segunda versión de la clásica antología vernácula, agrupados en un tomo único de 96 páginas por la colección Continuará, de la revista y el diario Página/12 El libro viene además con una generosa yapa de historias “sin ruido”, también de la dupla.
Entre tanto recurso a obras consagradas para mantener las imprentas escupiendo páginas, El caballero del Piñón Fijo destaca por su altísimo nivel. La única pena es que obliga al coleccionista a lamentar su edición austera: tapa blandísima y un papel barato a tono con su precio popular. No estaría mal, quizás, la presencia de algún boceto original de la época. O algún dibujo actual de manos de Mandrafina, o incluso de parte de otro artista consagrado dispuesto a homenajear al personaje. Pero hasta ahí llegan los reproches. Porque para el caso, las quejas son de lleno.
Los distintos niveles narrativos se mezclan para contar las aventuras del Piñón Fijo
La delirante relectura de las novelas de caballería medievales (y de El Quijote cervantino mismo) que proponen los autores sorprende por su vigencia. Quizás de ser escrita hoy, aparecería un teléfono celular aquí o allá. O una computadora. Pero lo cierto es que su ausencia no salta a la vista. Es difícil suponer que el relato tendría otro destino si en su universo se concibiese la existencia de tales aparatos. El vuelo imaginativo de Trillo no pierde altura en ningún momento, ni tampoco baja el ritmo su talento narrativo.
Hay en El caballero… una preciosa atención al detalle como parte fundamental del efecto humorístico. Ninguna de las alusiones a drogas o sexualidad es abiertamente guarra, todas están tamizadas por la extraviada inocencia del Piñón y la verba mitológica de la galería de personajes barriales. Trillo y Mandrafina construyen la historia con tres cimientos fuertes: la sutileza de los diálogos, los dibujos cuidados y perfectamente balanceados, y una fantástica capacidad para romper las leyes del mundo.
Y ahí se manda el deshollinador noble a recuperar el cofre de polvo blanco del poder, a rescatar princesas colocadísimas, a hurgar en callejones y cines de mala muerte. Entre tanto acto valeroso, tanto arrojo personal y sentido del deber, la historia se deshace en distintos niveles de relato: entre los diálogos, las imágenes y las intersecciones de los sentidos. Así el protagonista habla con un televisor, los carteles callejeros le alcahuetean al villano y los autos son monstruos. Varios quisieran para si tanta elegancia para contar y a la vez una claridad tan meridiana. Ya se sabe: a veces lo simple es muy difícil.
La química entre ambos autores es excepcional. Por si los seis “cantos” de la épica de cotillón del Piñón y su bicicleta no bastaran, las “historias sin ruido” que completan el libro certifican el hecho. Allí Trillo propone, pero quien dispone con una trazo envidiable es Mandrafina. La Bailarina, El Bombero y Último Round, por poner sólo algunos ejemplos, demuestran de los autores un poderoso sentido poético y un amplio domino de los recursos del medio, ratificando que la historieta muda no sólo es historieta, sino que además puede ser una gran historia.
Publicado originalmente en el blog Cuadritos, el 17/02/2009.
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