viernes, 8 de junio de 2012

UN PUERTO EN AMÉRICA, por Andrés Valenzuela

En los lápices de Pablo Túnica, los personajes de Carlos Trillo parecen títeres. Eso deja entrever Jusepe en Amérique, publicado recientemente en Francia por la editorial Gallimard en su colección Bayou (dirigida por Joann Sfar) y aun está inédito en nuestro país. En 2008, cuando el libro era un proyecto en marcha y no un hecho concreto, el joven dibujante había comentado en una charla que se trataba de “una historia muy divertida para dibujar, llena de necrofagia y cosas tétricas”. En rigor a la verdad, el relato sólo presenta una escena de canibalismo, aunque hay que reconocerle al artista que varios pasajes resultan de inquietante crudeza.
Sucede que el relato está ambientado en la primera fundación de Buenos Aires. Para quienes no estén familiarizados con la historia, la expedición que llegó al Río de la Plata sufrió numerosos traspiés y, finalmente, fue abandonada y librada a su suerte tras sufrir un sitio de indígenas locales, hambrunas y enfermedades. En esos días siniestros en los que los “nobles” se disputaban el curioso “honor” que otorgaría el oro que finalmente jamás encontrarían en la pampa húmeda, los complots estaban a la orden del día, lo mismo que los pequeños héroes anónimos.
Jusepe en Amérique narra la historia de Jusepe, un enano contrahecho que se embarca con la expedición que viene a dar cuenta de estas costas. El comandante de la expedición, don Pedro de Mendoza (o “Pedrito”, pues según asegura el hombre, así lo llama el rey de España) viene al Río de la Plata con más naves, más armas y más barcos que Pizarro y que Cortez. Si ellos con un puñado de hombres famélicos pudieron con los aztecas y el Perú -razonan los mandamases- conquistar estas tierras será coser y cantar.
Sin embargo, el hombre del linaje de los Mendoza tiene varios problemas. El primero, que no está bien de salud. La sífilis lo tiene a mal traer y ya en las costas brasileñas le empieza a jugar malas pasadas. Sólo tendrá breves momentos de enérgica acción y euforia emotiva que terminarán mal y pronto en nuevas crisis. Además, su mujer y su segundo al mando (Ayolas) complotan contra él para hacerse de la expedición, la fama y la gloria, pero sobre todo, del oro que sueñan encontrar en El Dorado.
En el medio de todo esto se encuentra Jusepe, sirviente de Don Pedro y encargado de llevar y traer la vacinilla con las deposiciones del comandante y cualquier otra cosa que el señor guste mandar. El relato del libro es su historia, la de cómo descubre a Elvira -una marinera disfrazada de hombre entre la tripulación del barco- y cómo se ve envuelto en la trama conspirativa a partir del asesinato del amante de esta. A estos elementos hay que sumarle algunos guiños fantásticos, pues el muerto se le aparece en sueños a toda la carabela aconsejando, augurando o sugiriendo rumbos a seguir.
Todo el relato está narrado con ademanes ampulosos y gestos desmesurados surgidos de la pluma de Túnica. Los primeros recuerdan al teatro de títeres, siempre expresionista para captar la atención del espectador y señalar la acción. Los segundos al grotesco, que acentúan los aspectos retorcidos y extraños de la trama de Trillo (que sin embargo se revelará mucho más clásica que otras producciones de su carrera).

Túnica hace un buen trabajo en la construcción gráfica de los personajes y sus cuerpos encarnan sus caracteres. Don Pedro, por ejemplo, es una sombra negra con ojos blancos y boca aguzada cuando apenas puede parlotear en su enfermedad: una sombra febril escupiendo palabras como un extraviado. Cuando lo embarga la energía, en cambio, se transforma en un conquistador apuesto, de pies flacos y pecho ancho que embate con gozoza energía.
Jusepe suele tener los ojos redondísimos, como si estuvieran abiertos porque el protagonista vive en perpetuo estado de susto. Ayolas, en cambio, aparece con un rostro cruel en la intimidad, y falsamente sereno ante su jefe. Del mismo modo, las dos mujeres que atraviesan el relato son retratadas por Túnica en sendos extremos: una, la traidora, como una faz artera de nariz aguileñísima; la otra, en gracia con Don Pedro de Mendoza, una joven de ánimo voluble y la fuerza indómita de la juventud.
Lo interesante de Jusepe en Amérique es que Trillo se corre de su habitual línea de relatos protagonizados por antihéroes o villanos. Es cierto que Jusepe no es un héroe convencional, pero exceptuando sus aprensiones no muestra muchos defectos de carácter y acaso su gran hándicap físico sea la ventaja que le permite salir indemne: nadie cree que ese enano pueda ser un obstáculo importante o digno de atención.
Por lo demás, y en una colección que se caracteriza por dar muchas páginas (106, en este caso) a los autores para desarrollar su historia, es llamativo que Trillo eligiera un relato convencional. Especulando un poco, es probable que la posibilidad de desarrollar verdaderamente a un protagonista lo haya tentado en esta dirección para darle volúmen a la narración. Con el pequeño Jusepe el guionista ciertamente no descubrió América, pero junto a su contramaestre Túnica, sí llegó a buen puerto.

Publicado originalmente en el blog Cuadritos, el 5 de Febrero de 2010.

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