jueves, 4 de octubre de 2012

UNA REVISTA FRESCA Y UNA HISTORIETA PODRIDA

Segunda parte de un artículo escrito por Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno para la edición argentina de El Eternauta (remake de Oesterheld y Breccia), publicada en 1982 por Ediciones de la Urraca.

Y siguen saliendo los números
Alain Delon llega a Buenos Aires (tapa y 9 páginas). Evangelina Salazar será Remeditos. Lillana Caldini es el boom. Tiene 17 años, actúa en un comercial de cigarrillos, baila el zucundún, "leo a Hermann Hesse. Antes me gustaba Cortázar... después me fue dejando de gustar. Me encantaría saber algo de política o de economía, pero es algo que me apabulla. No puedo entender los mecanismos de la cosa. Ricardo trata de explicarme todo eso cuando se lo pido. Pero igual es muy dificil.
¿Y más adelante? pregunta Gente.
¿Más adelante qué?
¿Qué pensás hacer?
Tengo un proyecto bárbaro.
¿Cuál?
Vivir.

Liega a Buenos Aires un ex mediocre actor llamado John Davis Lodge, actual embajador norteamericano. Se destaca que trabajó con Marlene Dietrich, y la expresión de su cara, típica "del bueno de las películas norteamericanas, que inevitablemente triunfa sobre el malo de turno".
Le preguntan: ¿Cómo ve Estados Unidos a la Argentina?
Con gran porvenir contesta.

En el número 209, gran noticia: los yanquis llegaron a la luna. En ese mismo número, un lector escribe contra El Eternauta de Breccia.
Soy un antiguo lector de "El Eternauta"'. lo seguí, capítulo tras capítulo, en el viejo y olvidado "Hora Cero Semanal", primera publicación en que apareció. He notado que Héctor Oesterheld ha introducido varios cambios en el argumento de la nueva versión, que aparece semanalmente en vuestra publicación. Pero, sin duda, lo más importante es el cambio de dibujante, Alberto Breccia sucedió a Solano López. No voy a negar la calidad artística de los dibujos de Breccia, pero sí es discutible su valor como ilustrador de historieta. Solano López resolvía la cuestión con dibujos claros, diferenciando netamente los personajes y dotando de valor el detalle. Los dibujos de Breccia son confusos, hay cuadros virtualmente inexplicables y los protagonistas se confunden entre sí. Las mujeres, por ejemplo, tienen las tres la misma cara.
Sería importante que Breccia dotara a sus ilustraciones de mayor sentido historietístico.

¿Sólo por el dibujo de Breccia se queja el lector M. Valenzuela, evidente alter ego del editor? ¿O hay otra cosa que molesta, esa sensación de realidad, esa falta de control que inevitablemente acosa al ideólogo de una publicación cuando un par de autores de talento ocupan en sus páginas un "quiosco" inexpugnable?
Dice J. G. Ballard en el prólogo de su libro Crash: "El equilibrio entre realidady ficción cambia radicalmente en la década del sesenta, y los papeles se están invirtiendo. Vivimos en un mundo gobernado por ficciones de la más diversa índole: la producción en masa, la publicidad, la política conducida como una rama de la publicidad, la traducción instantánea de la ciencia y de la tecnología en imaginería popular, la confusión y confrontación de identidades en el dominio de los bienes de consumo, la anulación anticipada, en la pantalla de TV, de toda reacción personal a alguna experiencia. Vivimos dentro de una enorme novela. Cada vez es menos necesario que el escritor invente un contenido ficticio. La ficción ya está aquí. La tarea del escritor es inventar la realidad".
Y eso es lo que estaban haciendo Oesterheld y Breccia en sus tres páginas semanales de la revista Gente.
Mientras, en las cien páginas que rodeaban su obra como un escabroso mar que mezclaba los restos de demasiados naufragios, se entrecruzaban el cumpleaños número setenta de Borges, el éxito de Donald con Tiritando, la debacle del fútbol argentino en Bolivia, 24 horas en la vida de Roberto Galán, el ascenso de los hermanitos Sofovich, la muerte de un paciente de Barnard, el acartonado diálogo de Ongania con los jóvenes (jóvenes cuidadosamente seleccionados para la lobotomía preventiva).
"En el pasado sigue diciendo Ballard dábamos siempre por supuesto que el mundo exterior era la realidad, aunque confusa e incierta, y que el mundo interior de la mente, con sus sueños, esperanzas, ambiciones, constituía el dominio de la fantasía y la imaginación. Al parecer esos roles se han invertido. El método más prudente y eficaz para afrontar el mundo que nos rodea es considerarlo completamente ficticio. Recíprocamente, el pequeño nodo de realidad que nos han dejado está dentro de nuestras cabezas. La distinción clásica de Freud entre el contenido latente y el contenido manifesto de los sueños, entre lo aparente y lo real, hay que aplicarla hoy al mundo externo de la llamada realidad"

Oesterheld está, presumiblemente, muerto desde 1977.
Pero Breccia cuenta algunas cosas acerca de la experiencia de Gente: "Me llamaron y me dijeron que cambiara el dibujo, que lo hiciera más claro, más comercial. Les contesté que yo dibujaba así y que si a ellos no les gustaba, podían levantar El Eternauta. Después de todo, el editor puede hacer eso, si quiere. Sé que también hablaron con Oesterheld, y a él le pareció mal que la obra quedara trunca. Por eso se ofreció a abreviarla, a meter dos o tres capítulos más de la mitad de la historia. Así se hizo, mientras seguían publicando cartas en contra de lo que yo estaba haciendo. En el número en que salió el último capítulo, Carlos Fontanarrosa, el director de la revista, hasta se disculpó por haberle dado semejante plato indigesto a sus lectores". La carta al lector de Fontanarrosa, Director Editorial de Gente, está fechada en Nueva York y fue publicada en el número del 18 de septiembre (216). Se titula Ojos argentinos... y sorprendidos, y en ella, Fontanarrosa se muestra deslumbrado por la capital yanqui.
Habla del cine que hacen allá, un cine de vanguardia que vale la pena ver, y eso le hace acordar de dos cosas.
Esto me hizo acordar de dos cosas: la primera, nuestro cine joven o de vanguardia, que juega con la forma, se queda en la superficie, hace maravillas con la cámara, pero no pinta a nadie, no representa sino a pequeños sectores, se solaza con montajes, movimientos de cámara, filmación ejemplar y, atrás, el hueco. Lo de aquí es distinto: antes que nada, detrás de la cámara hay alguien que quiere decir algo, y después viene el hallazgo fotográfico o el juego cinematográfico. Nosotros somos puro juego. Había una segunda cosa que anuncié antes: nosotros, en la revista teníamos una gran posibilidad con "El Eternauta", una historieta, que como ustedes recuerdan, "la vimos" y por eso la publicamos, Que me disculpe Breccia, un gran dibujante y diría artista, pero nosotros en nuestra misión de lograr comunicación no debíamos habernos entregado a la forma estética de su dibujo, que por momentos la hizo ininteligible. Aquí también la forma, el adorno, el medio, se convirtió en fin y quedó a mitad de camino nuestra intención.
Me vino a la cabeza esta autocrítica, porque cuando veo una cosa bien hecha, directa, firme, que va al nudo del asunto y abandona florilegios y pequeñeces para llegar, me entusiasma. Eso es tener rigor, verdadero rigor, sea artístico o periodístico. Cuando nos dejamos invadir por contemplaciones secundarias, adiós objetivo.

Ya está. Matamos la historieta más comprometida con la realidad argentina y latinoamericana. Ya está. Dijimos que Breccia es un artista dudoso, que llena de adornos para engañar.
Ahora el señor director les va a hablar del Nuevo Argentino, un viejo invento de la revista que ha dejado de publiicarse y hay que explicarle el por qué a un amigo de Nueva York.
Y tuve que explicarle lo que varias veces he hecho: que nos vimos desposeídos de una verdadera fuente de elaboración Para darle a la idea la fuerza que requería, que vamos a volver cuando tengamos más clara y definida la manera de mantener el interés con la idea central de N.A.; en fin, todo eso que ya saben, pero que en el fondo, creo, son autoexcusas o algo por el estilo.
Porque el N.A. se movi6, cuando tuvimos fe y determinacion, Entonces lo vimos claro, pero creímos que nos repetíamos demasiado y paramos la producción, como si fuera un modelo de auto pasado de moda. Lo que había que hacer era sacar otro modelo, pero con la misma marca...
Perdón, me fui por las ramas, pero les estoy escribiendo una carta, y una carta no se maneja como una nota donde los ingredientes deben ser mezclados como un cocktail. Lo que pasa es que estoy en la etapa que todo viaje produce: veo a mi país desde lejos y me da rabia el tiempo que perdemos.

Después, despedida y anunclo de regreso.
Corto aqui. Sé que todos andan bien y les pido algo más: corrijan las faltas de sintaxis y si hay algo muy exagerado también, pero déjenle el tono familiar, eufórico, porque equivocado o no, las cosas las he sentido así. Hasta pronto y conste que me está llegando la "hora de la verdad”, esa verdad que no se reemplaza con gente extraña, edificios, espectáculos distintos, posibilidad de conocer y experimentar un mundo como este, nada, nada puede reemplazar a la necesidad de volver a estar en lo suyo, en lo propio, en la de uno.
FONTANARROSA

A la semana siguiente, El Eternauta ya no estaba en Gente.
Seguían otras cosas: La hibernación en los Estados Unidos, fantástica técnica para no morir, Susana Giménez, chica de tapa por lo menos una vez por mes durante mucho tiempo. Otros éxitos musicales, Nelly Raymond, la señora television, un señor que por mandarle una carta al presidente recibló una camioneta a pagar en cómodas cuotas, etcetera, etcetera, etcetera, etcetera.

La historieta podrida
El Eternauta de Oesterheld y Breccia es una obra de arte maldita. Es un relato lúcido, que arranca lenta y puntillosamente el trazado de una metáfora: la invasi6n. En la medida en que el relato profundiza en las contradicciones de un grupo humano, que debe actuar, pensar y volver a actuar siempre en grupo para defender su condición humana, el editor responsable de la revista Gente, en la cual se publica la obra, decide abortarla con final precipitado.

Pero, ¿desde dónde se legitima el cese de la historieta? Desde la forma, como era de esperar. Los dibujos de Breccia, arguye, son irinteligibles, casi vanos florilegios. No hay una sola referencia al argumento, al fondo que se corresponde con estas formas. ¿Por qué? Porque el arte, para este señor que dirige una revista de miope historiografía, es la historia de las formas y no las formas que la historia otorgó a su sentido. Agarrarse de las rupturas formales de Breccia le evita analizar el discurso de la historia que trama Oesterheld, lo cual, evidentemente, lo obligaría a reconocerse como antipático para sus lectores, gente, toda la gente. Es sabido también que en la historia del arte es ingenuo separar forma de contenido. También, es sabido que las formas se corresponden siempre con un contenido, Es decir, siempre, forma y contenido están indisolublemente ligados. El dramatismo del relato, ese grupo que pelea por su integridad, por un pedazo de vida, traicionados por las grandes potencias que han negociado la invasión; ese grupo, decimos, que en un globito recuerda a Tupac Amaru, precisaba ser dibujado como lo dibujó Breccia con un expresionismo desgarrante, sombrío, pavoroso. Esa forma que asusta al editor Fontanarrosa es el fondo sobre el cual se recorta su revista: un país donde la industria nacional se deteriora paulatinamente, donde su cultura se ve obliterada por la enajenación de los medios, donde su gente no se cansa de intentar una aventura todos los días: obtener una existencia más digna.
La gente no es toda presidente ni toda estrellita de televisión, aunque por un momento ese sea un sueño de madres crédulas y esperanzadas con sus retoños. La gente no es tan bella como la muestra Gente. Ni tampoco fea.
En todo caso, la estética, que pareciera ser lo que más preocupa al editor cuando levanta este relato, es un tema que conviene poner en discusión, como la ética.
Tal vez, para la ética de este editor, lo más molesto era que los personales de la historia no fueran bellas señoritas ni apolíneos galanes. La estética de Breccia no es la estética verista de Solano López, el dibujante que, en su primera versión en Hora Cero, le diera a este folletín profético por su estilo más figurativo un tono menos angustioso. Breccia se preocupa, por estos tiempos, por experimentar en su obra. ¿Acaso la experimentación no es un derecho de los creadores, aún cuando crean por
encargo? lmaginamos que la experimentación puede ser perturbadora, aún cuando ocurra en el arte, para gente que teme que algo se modifique, que algo cambie, que alguien se dé cuenta y perciba. Esa gente, tal vez, prefiere como alternativa el quietismo, la espera de una nevada mortal que significará, entre otras pavadas, que los invasores nos ejecuten.

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