martes, 6 de noviembre de 2012

EL ETERNAUTA, LA HISTORIA INTERMINABLE, por Carlos Trillo

Leí El Eternauta desde el primer número de Hora Cero Semanal, en aquella primavera del ´57.
Tuve ese privilegio: ser un pibe lector que se apasionaba por algunas historietas. Porque había historietas buenas y malas, para mí. Las del Intervalo y El Tony eran malas. Las del Bucaneros y el Pimpinela eran malas. Las de Misterix, Frontera, Rayo Rojo, Hora Cero, esas eran las buenas.
Casualmente, ei guionista y el dibujante de El Eternauta habían desarrollado o estaban desarrollando en esas revistas una parte importante de sus obras. Bueno, la cosa no era casual. Había una manera de contar que ellos estaban descubriendo, desarrollando, perfeccionando.
Solano venia de Uma Uma y de Bull Rockett.
Oesterheld de Sargento Kirk, de Indio Suarez, también de Bull Rockett.
Juntos, además, ya nos habian hecho caminar por un amplio arco de emociones. En esa curiosa editorial de autor que era Frontera, en las revistas mensuales que antecedieron al Semanal, estaban llevando adelante Amapola Negra, tal vez la primera historieta de guerra intimista en la que el adentro del avión era más importante que las batallas aéreas. También Rolo, el Marciano adoptivo, una historia donde un grupo de argentinos (y no yanquis, como siempre, antes y después) enfrentaban una invasión extraterrestre. Y Joe Zonda, una deliciosa serie de cuentos de humor descacharrante. Y el Cuaderno Rojo de Ernie Pike, que fue dibujada por otros pero nunca alcanzó los picos de emotividad logrados con esos pibes en medio de la guerra que Oesterheld escribía especialmente para esa inalcanzable expresividad de las caras dibujadas por Solano.
Y entonces, ahí, en medio de esa maduración de sus estilos de escritura y de dibujo, los lectores nos topamos con El Eternauta, apareciendo todas las semanas a razón de 4 ó 5 páginas por entrega.
Después pasó el tiempo y supimos que El Eternauta tenía muchas lecturas, lucubramos teorías sobre la nevada fatal y el renacer de este relato ya convertido en un clásico en medio de la dictadura más sangrienta de nuestra historia, en años en que la feroz realidad sólo podía contarse con metáforas sutiles, como esta.
Y hubo nuevas maneras de que se te hiciera un nudo en la garganta cuando recorrías esas páginas que comenzaban con aquel hoy legendario: Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la vecindad, la ventana de mi cuarto era la única iluminada...
Se ha dicho muchas veces, y se ha dicho bien, que El Eternauta es la historieta más importante que se creó en la Argentina.
Y nadie que la haya leído, por entregas en su edición original o completa en su version más reciente, olvidará la sorpresa en el rostro de Polsky cuando decide salir corriendo de la casa, ni los vaporosos copos mortales, ni la solidaridad de esos amigos perdidos en la ciudad devastada, ni la batalla de la cancha de River, ni la muerte del Mano acariciando la cafetera como si hiera una escultura perfecta, ni el grito desesperado de Juan Salvo cuando su cuerpo incandescente atraviesa el tiempo y el espacio, ni el azoramiento del guionista de historietas que se pregunta ¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror? ¿Será posibie evitarlo publicando todo lo que el eternauta me contó? ¿Será posible?
Y después de tantos Ellos y tanto dolor, de tanto ser Robinsones en este mundo desierto de solidaridad, descubrimos que permanece inalterable aquella certeza, la misma que tuvimos hace 40 años:
Al Eternauta sólo lo podía haber escrito Oesterheld.
Al Eternauta sólo lo podía haber dibujado Solano López.

Originalmente publicado en el catálogo de Fantabaires ´97 (Buenos Aires, 1997)

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