sábado, 31 de marzo de 2012

ENTREVISTA, por Alejandro Aguado

Primera parte de una entrevista originalmente publicada en el blog de La Duendes en Mayo de 2009

Los comienzos de Carlos Trillo en el mundo editorial se remontan al año 1966, en las hoy emblemáticas revistas Patoruzú (formato vertical, que presentaba historietas de diversos géneros) o en la editorial de García Ferré. En esta última, además de escribir cuentos y notas siguiendo un estilo periodístico, escribió guiones para los personajes Antifaz, Hijitus, El Topo Gigio o una serie llamada La Familia Panconara.
En el año 1972 ingresó a la revista Satiricón, donde trabajó con los dibujantes Oswal, Horacio Altuna y Lito Fernández. El material que producían lo canalizaban principalmente en suplementos especiales de la revista, como Humor Chancho, Humor Político o Humor Negro, entre tantos otros.
Posteriormente, pasó a integrar las páginas de la revista Mengano, desde el número uno. Allí formó dupla con Horacio Altuna y Alberto Breccia, con quien realizaron la serie Un tal Daneri.
Dice al respecto de su trabajo con aquellos autores:
“Altuna era un compañero de trabajo, con Alberto tenías que tener cuidado con lo que pasaba (en referencia al guión), porque él se enamoraba de su dibujo y tenías que poner textos explicativos, porque no le interesaba más la secuencia. Entonces medio que tenías que explicar las cosas, no se podía secuenciar. Eso Altuna lo hacía muy bien.
Yo trabajé con muchos al mismo tiempo. El Loco Chávez y Las Puertitas del Señor López fueron muy conocidas, porque salían en revistas de tirada muy grande (contratapa del diario Clarín y revista Hum®). Las de La Urraca, en una época eran las que más se vendían, en la época de la dictadura militar. Hum® vendía 350.000 ejemplares y por eso todo el mundo las conoció y se las acuerda. Clarín era una gran vidriera, el diario que más se vendía. Tuvo un momento de esplendor la página de humor, fueron los primeros en poner humor nacional, fueron eliminando las tiras importadas, las fueron sacando para poner a Bróccoli, Viuti, Crist, Fontanarrosa. Entramos en una página que tenía mucha fuerza”.
Otra tira diaria realizada para el mismo diario, tras concluir la serie El Loco Chávez, fue El Negro Blanco, dibujada por García Seijas. El Negro Blanco se publicó entre noviembre de 1987 y septiembre de 1993. Su final, un tanto abrupto, fue determinado desde el mismo diario. El personaje también se publicaba en Italia y en Argentina fue compilado en diez tomos.
“El Negro Blanco se siguió publicando (en el exterior) porque teníamos un contrato. Las tiras se adaptaban para una publicación italiana. Los libritos que salieron acá están adaptadas al formato revista y con variedad en los globos.”
Del personaje El Loco Chávez también se editaron varios libros, compilando varias de sus etapas, como uno de 1989 realizado por Clarín-Aguilar, otro dentro de la colección de libros de historieta del diario Clarín y el más reciente de Doedytores. Al respecto se refiere:
“Ahora editaron el Loco Chávez con Doeyo. A las tiras, parece que Altuna las perdió, entonces trató de levantarlas de los diarios y no se pudo. Los diarios antiguos se arruinan mucho, entonces lo levantó de una edición italiana. Tuvimos que adaptarle los textos. El quería ponerle los textos originales, pero armado en página, el texto está lleno de reiteraciones. Se recuerda lo que pasó ayer. Si eso lo ponés en una página quedás como un estúpido. Tuve que hacer toda la adaptación del texto para que quedara legible. Para el segundo tomo le dije que me pase el texto en italiano para tomarlo de ahí. Yo lo había hecho en español, andá a saber dónde fue a parar, yo lo adaptaba para la publicación en Italia”.

-El Loco Chávez me parece una historieta que refleja los ´80.

-Puede ser ser, ¿no? Tiene que ver en cómo se vivía en esa época, en cómo se pensaba. Eran épocas difíciles, no se podía hacer ninguna reflexión política, había que tener mucho cuidado. Como los militares nunca se metieron con el sexo, el Loco Chávez corría atrás de las minas y eso no era problema. Pero si decías “las mandarinas están caras”, el comité de redacción lo miraba. Era bravo.

-¿Ustedes sufrieron la censura?

-No mucho, porque enseguida te das cuenta cómo funciona. Hum® era mucho más libre, pero tampoco podías decir “Videla está asesinando gente”

-¿Cómo es su trabajo en la actualidad?

-Trabajo mucho ahora, publico varios libros por años en Italia, España, Francia.

-Usted siempre tuvo mucha producción

-Si, pero en este período es menos, porque son cosas más complejas. El trabajo episódico que se hacían en una época, se hacían muchas historias de 12 páginas. Es fácil porque contás un cuentito atrás de otro. Ahora, cuando tenés que armar un libro en tres tomos cuya historia comience al principio y finalice al final y no hacer que termine nada hasta el final, tenés que armarla como una película. Es una cosa más larga, es como una novela. Tenés que tener muy estructurado el arranque.

-¿Con qué autores trabaja actualmente?

-Con los muchachos de aquella época, trabajo con Bernet que hago Clara de Noche y cada tanto hacemos una historieta para el mercado europeo. Con Mandrafina sigo trabajando mucho, y ahora estamos haciendo una serie de tres álbumes para un editor francés. Con Mandrafina hicimos muchas cosas que acá ni deben haber salido. Los Spaghetti Bros, que hay como tres mil páginas. Yo escribía 16 páginas por mes y Saccomanno 24 y se publicaba en Italia.
Con Risso estamos por hacer una para el mercado Francés, porque está terminando Cien Balas y quiere tomarse un año sabático de los norteamericanos. Quiere hacer la historia de cadáver de Eva Perón.
También trabajo con Pablo Túnica, con Lucas Varela, Horacio Domíngues, también para la revista Genios con Gustavo Sala. Esa historia la leen los pibes, los comiqueros no la conocen.

-¿Cómo elige con qué dibujantes trabajar, o es algo que se da solo? Por ejemplo con Mandrafina, que llevan tanto tiempo.

-Y, porque nos divierte trabajar juntos. Hay gente con la que tenés afinidad y gente con la que no. Con Bernet y Mandrafina tengo mucha afinidad, otros fueron pasando y ellos no me extrañan y yo tampoco a ellos. Después aparece gente nueva, como Lucas Varela, o Pablo Túnica. Lucas trabajaba en Clarín y hacía la revista Kapop y coincidió que entré a Genios. En Clarín proponés un dibujante y empieza un expediente a ver si lo toman. Ellos quieren que entre gente pero les cuesta, no quieren que tengan más de 24 colaboraciones por año, hay toda una historia. Yo soy colaborador de Clarín desde hace mil años y no tengo problemas. Lucas estaba trabajando en el diario y empezamos ahí. Después le propuse hacer la de Guastavino para los franceses (El Síndrome Guastavino). Había un empleado que estaba cambiando de editorial y nos dijo que si lo esperaban a que se mude de trabajo se la llevaba a la otra editorial. Se la llevamos a Fierro, les pareció muy fuerte y no la querían publicar. Después no sé quién la vio y dijeron que si.

-Lástima que acá la mayoría de los autores no tiene espacio donde publicar.

-Y, acá no te publican las cosas. Habrá que esperar que mejore la edición de libros. Lo que hay son demasiados editores que usan al autor como variable de ajuste, con lo cual no te quieren pagar adelantos, después no cobrás. Entonces mejor no editarlos y cobrar un poco menos. Hay un montón de editoriales, algunas muy serias y un montón de tipos que son como peligrosos. Después está la tendencia de los autores jóvenes, que me parece lícita, y que cuando yo era un autor inédito hubiera hecho lo mismo, les dan el material sin cobrar. Es una lástima, pero es lo que hay.

-¿Le parece que hoy en día es redituable la historieta en Argentina?

-Creo que para algunos debe ser redituable, porque los editores más o menos instalados te hacen liquidaciones, te las pagan, hacen lo que hace cualquier editor del mundo. Otros desaparecen, es más complicado.

-¿Por qué le parece que no hay más revistas? ¿Se fueron los lectores?

-Nosotros tuvimos una época en Argentina, en los ´50, en que la mitad de las revistas que se vendían eran de historietas. Rayo Rojo, Patoruzito. Tenían un eje, en el cual si vendían menos de 70 mil ejemplares empezaban a dar pérdidas. Yo no sé cómo armaban la ecuación, pero armaban para vender mucho.
Hoy 70 mil no venden ni las revistas de más venta. Hoy la crisis de la historieta es también la crisis de la revista Gente, de Caras. Esas revistas vendían 300 mil ejemplares y hoy venden 40-50 mil, no sé exacto. La lectura bajó al diez por ciento. Los diarios permanecen, es lo único que está funcionando más o menos bien, pero en caída creo. Ahora vas a internet y mirás las noticias.

-¿Se extrañan las revistas de los ´80, que había tanto?

-No, yo no las compraba. No soy de leer muchas historietas. Soy de recibir montañas de libros. Ahora yo compro la Fierro por curiosidad, porque es rara. Por ahí tiene algunas cosas sorprendentes.

- Que buena su serie El Síndrome Guastavino.

-Ah, esa acaba de salir en libro, estamos ternados para un premio en Francia, de la crítica. Viajamos en enero. La edición francesa es distinta a la de Fierro, está adaptada a la medida del libro, tiene menos cuadros por página, son más de cien páginas.

-Ahí castigó lindo al personaje

-Y, pero era una basura, el tipo era un miserable. Era un pobre tipo.

-También es muy buena la que hicieron con Grillo.

-Bueno, nacimos el mismo año y fuimos al mismo colegio público, con lo cual armamos una historia. Jugábamos con que éramos nosotros, como nos veíamos ahora, pero donde los demás no veían como chicos.

-Una historieta suya que me parece que marcó época es Alvar Mayor.

-Si (piensa) estaba bien. De esa tenemos un problema, no tenemos los originales. El editor de acá la publicaba clandestinamente en Europa sin avisarnos. Pero últimamente conseguimos recuperarlo y salió en España e Italia en cuatro tomos y empezó una carrera nueva. Tuvimos que recuperar el material escaneando páginas viejas. Los originales no se guardaban. Cuesta mucho republicar cosas viejas. Por ejemplo, acá quieren republicar Buscavidas y no están los originales. Pero rastrearla y ver quién tiene el soporte es muy complicado. (el lunes, la segunda parte)

viernes, 30 de marzo de 2012

ALVAR MAYOR, por Fran G. Lara

Obra del genial guionista argentino Carlos Trillo y del dibujante Enrique Breccia, hijo del también ilustrador Alberto Breccia, Alvar Mayor parte del relato de aventuras con héroe justiciero en perpétuo viaje en socorro de los débiles y desvalidos, para mutar en una suerte de Las Mil y Una Noches indiana ambientada en un Imperio Español en las Américas, mitológico y de leyenda, poblado de sueños y seres de fantasía.
Alvar Mayor, el personaje que da nombre a la obra, es un aventurero que camina incesantemente a la busca de algo que jamás llega a encontrar y que en ningún momento se explicita. El lector sospecha que lo que Alvar Mayor busca es a sí mismo. Su propia entidad como persona y una idea mítica de la felicidad. La misma idealización de la existencia que persigue el hombre de hoy. La sospecha de que la vida tiene que ser otra cosa diferente a esto que vivimos.
En sus viajes el protagonista se encontrará con una pléyade de secundarios esperpénticos que, como en un grand guignol, exponen las miserias y los anhelos humanos. Los autores disponen de estos estereotipos como medio para contar una historia que reflexiona sobre la condición humana. Ciudades perdidas, tesoros escondidos, dioses olvidados, damas encantadas, monstruos amenazantes, villanos depravados, amores imposibles, nativos orgullosos. Todos desfilan ante el lector en un entorno de ensoñación onírica y de cuento fantástico de tradición oral.
El estilo de Breccia es de un expresionismo impactante, realista y feista al mismo tiempo, de rasgos exagerados. A lo largo de cada episodio el maestro demuestra su dominio de la anatomía y su maestría con el juego de luces. Una iluminación rotunda, en un blanco y negro durísimo, sin matices de grises. Donde mejor se luce el dibujante es en el despliegue de escenarios. Desde junglas exóticas a ciudades coloniales, de paisajes de caminos polvorientos a cielos extrañamente bellos y extraterrenos. Pero es en sus caracteres de pieles ajadas y resecas, con ropas harapientas, bocas desdentadas y uñas como garras, donde da la medida de su excelencia.
Se le puede achacar a Breccia un dibujo algo estático, que se manifiesta en la rigidez de las escenas de lucha, muy mal llevadas a base de primerísimos planos. Pero es que ni al dibujante ni al guionista le interesan esos combates, muchas veces grotescos, si no ridículos. El objetivo de los autores es mostrar el absurdo que lleva a estas luchas y, sobre todo, las consecuencias de las mismas, la estupidez inherente al ser humano.
El tono de los relatos irá evolucionando hasta transmutar al protagonista en antihéroe, mientras que las damas paulatinamente irán acercándose a las princesas de los cuentos. Guionista y dibujante se aseguran de marcar un contrapunto siempre desmitificador. Cuando Alvar Mayor ejerce de héroe clásico, la dama se representa como una Aldonza Lorenzo, que pasa a convertirse en Dulcinea según Alvar Mayor va alejándose de sus papel de benefactor justiciero y pasa a ser espectador de sucesos cuasi surreales. Una extraña obra maestra, clásica, obligatoria y necesaria recopilada por Norma Editorial en cuatro tomitos. A must.

Publicado originalmente en el blog Sigue al Conejo Blanco, en Junio de 2011.

jueves, 29 de marzo de 2012

SIN TITULO, por Carlos Trillo y Horacio Altuna

Esta es otra historieta rara de Trillo y Altuna, originalmente publicada en 1980 en la revista Hum®.
En esta época, los autores solían aportar cada quincena dos planchas de dos tiras que formaban una historia corta y que se publicaban dentro de una de las secciones de la revista, impresas en papel amarillo. En reediciones posteriores (Comix Internacional y Trix, por ejemplo) se remontó estas planchas para conformar una especie de página, más angosta que las habituales. Esta historieta en particular nunca fue reeditada.

miércoles, 28 de marzo de 2012

UN MAESTRO DEL GENERO DE PASO POR BUENOS AIRES, por Andrés Valenzuela

Artículo publicado en Pagina/12 el 30 de Mayo del 2009.

La muestra del C. C. Recoleta es un buen resumen del peso que posee la obra de Carlos Trillo: allí se exponen cien piezas que retratan a 25 personajes célebres, que incluyen al Loco Chávez, Cybersix, Clara de Noche, Alvar Mayor y el Caballero del Piñón Fijo.

El fotógrafo pide al entrevistado que pose con un toallón playero de una señorita semidesnuda. Y el hombre acepta. “Años de ser un tipo serio y respetable tirados por la borda”, ríe y llama a reír. El objeto de los flashes es Carlos Trillo y la mujer semidesnuda, una de sus creaciones: Clara de Noche, la prostituta de historieta que anima la contratapa del Suplemento NO de Página/12 y las páginas de la revista española El jueves.
Con 66 años, Trillo sigue siendo un incansable guionista de historietas, lúcido en su mirada del medio y gentil con quienes le siguen la huella. No lo desvelan ni suben a una nube premios ni reconocimientos, a los que se acostumbró desde joven, cuando en 1978 los italianos le entregaron el Yellow Kid. Sólo en 2009 recibió tres distinciones. Fue finalista en Angoulême, el festival más importante de Francia, por su terrible El Síndrome Guastavino (junto a un excepcional Lucas Varela), que aquí serializó la revista Fierro y en el Viejo Mundo se leyó bajo el título L’heritage du Coronel. En la Argentina, el Museo del Dibujo y la Caricatura Severo Vaccaro lo distinguió con su Premio a la Trayectoria. El Festival Internacional de Historietas Viñetas Sueltas lo declaró su artista destacado y montó una muestra de 100 obras con “apenas” 25 de sus grandes personajes.
“Pero son premios del ambiente”, comenta, tratando de correrse del lugar privilegiado en que sus colegas lo ubican. Por la generosidad de sus consejos, su talento irrefutable y sus personajes entrañables, Trillo ciertamente ya dejó una marca fuerte en la historieta argentina. Los dibujantes lo llenan de elogios. Otros guionistas señalan su importancia en su carrera. Un destacado de la nueva generación, Diego Agrimbau, le reconoce su ayuda enorme para su desembarco en Europa. “Si me piden un consejo lo doy, pero no sé si decir que dejo ‘un legado’”, se encoge de hombros, para inmediatamente elogiar a dos de la generación que lo sucede. “Agrimbau es un tipo particularmente talentoso, y otro que es un monstruo, aunque casi no escribe historietas, es Pablo de Santis.”
¿Y de qué hablar con un hombre de casi medio siglo tipeando escenas y numerando viñetas para que los dibujantes hicieran lo suyo?

El dibujante y el narrador
-¿Cómo se hace para que en una exposición puedan poner 25 grandes personajes y que encima queden muchos afuera?

-(Trillo, que cobró por sus primeras historietas a los 19 años, sonríe levemente antes de responder.) 25, ¿es un número, no? Es que vivo de los comics hace bastante, y para eso hay que trabajar un montón, es como el periodismo, no se crea. Hay que remar. Uno ha remado bastante. Además hay dos lados: trabajos por encargo y personales. Creo que aprendí a ser muy versátil, porque hago desde historietas para niños que no saben leer en la revista Jardín hasta comic porno para Penthouse.
Claro que comic porno e historieta destinada a niños no son sus únicos campos. Los lectores de matutinos aún lo recuerdan por su excelente El Loco Chávez, que aparecía en la contratapa de Clarín durante la última dictadura militar. Los adictos a la pantalla chica aún se persignan ante la infame adaptación local de Cybersix (que creó junto al fallecido Carlos Meglia). Esa que se hizo en los ’90 con la actuación protagónica vergonzosa y vergonzante de Carolina Peleretti. Esa misma historia, además, fue la primera historieta argentina adaptada al animé. A veces en la historieta es difícil distinguir entre guión y dibujo. ¿Hasta dónde llegan las indicaciones del escritor? ¿Cuánto libre albedrío tiene el ilustrador? A Trillo le gusta el trabajo en equipo y la colaboración estrecha. “Siempre es mejor jugar a favor del dibujante –explica–, un guionista francés muy bueno, Pierre Christin (Valérian), dice que hacer un guión es como hacer un traje a medida del dibujante”, aunque matiza: “A veces el lápiz se esmera más”.
El argentino destaca al español Jordi Bernet (Clara de Noche) y a Cacho Mandrafina (El Caballero del Piñón Fijo –reeditado recientemente por Página/12– y otros): “Ni les tengo que poner indicaciones, ya sabemos cómo laburamos porque lo hacemos desde el fondo de los tiempos. En Viñetas Sueltas me propusieron hacer una charla con algún dibujante y yo propuse hacerla con el más viejo, Mandrafina, y el más joven, Pablo Túnica, que tiene 25 años y recién terminamos un álbum”, cuenta, refiriéndose a una historia de época y amores contrariados, ambientada durante la primera fundación de Buenos Aires, con un personaje deforme y escenas de canibalismo, que encantó a su editor francés y que el dibujante calificó como “muy divertida de dibujar”. “La colaboración es un tema que discutí mucho con (Juan) Bobillo, porque él me pedía el guión completo para después dibujarlo. Yo le decía que si en la página tres hacía un personaje secundario que me gustaba más de lo que pensaba, no lo podía cambiar”, acota.
Trillo no se cansa de elogiar a sus dibujantes. Como si su nombre se esfumara ante los trazos de sus compañeros de andanzas. “Mandrafina es de los dibujantes que hacen grandes aportes de imagen, de gestualidad a la historia sin cambiar una letra del guión”, aplaude a uno. “Varela es un monstruo de meticulosidad, trabaja dibujos cerrados y gana mucho con el diseño de cada página, con sus ideas gráficas”, destaca de otro.

Tipear dibujos
¿Pero cuál es el modo de narrar de Carlos Trillo? En principio, rehúye de las historias serializadas “a la italiana”. “En Italia hay un personaje muy famoso, el cowboy Tex, que siempre se va por un camino polvoriento. Yo no lo entiendo, ¿por qué el héroe se va siempre solo? ¿No tiene una mina que le guste? ¿De quedarse en la cama una mañana? Este Tex cogió una vez en 60 años, en un solo capítulo de un personaje con 2500 álbumes conoció a una mina, se enamoró, se casó, tuvo un hijo y la mina se le murió... y se sigue yendo por el camino polvoriento.”
Su mercado favorito es el francés, donde no sólo los editores cuidan a sus autores, sino que el mercado está pensado para la historieta de autor. “Los editores te piden novelas, no cuentos”, explica. En lo técnico, prefiere que la acción se trasluzca en los dibujos, evitando todo lo posible los cuadros de texto. Con ello se desmarca de la tradición imperante en la época de oro de la historieta argentina. “Había una editorial muy grande que se llamaba Columba y le pedían a los guionistas que pusieran mucho texto, para que el dibujante trabajara menos por cada página, y porque la revista te tenía que durar no sé, ponele que de Constitución a Temperley”, cuenta. “Así el guionista ponía algo así como estalló la batalla como un tembladeral de emociones y sangre y en la imagen el dibujante mostraba una mano con un hacha y listo, resuelta la batalla. Eso era feo de ver.” El, en cambio, apunta que siempre trató de resolver la acción desde el diálogo.
Quien había resuelto muy bien la imposición de incluir “mucho texto”, recuerda Trillo, fue Héctor Germán Oesterheld, el mítico autor de El Eternauta. “El pensaba una novela para doce páginas, la historia transcurría a lo largo de un año, con lo cual el texto se hacía necesario. Habría que escribir alguna vez de lo bien que le hubiera hecho a Columba que Oesterheld hubiera trabajado más tiempo con ellos.”

Esto no es un testimonio
“Yo no estoy interesado en el testimonio político o ideológico”, aclara tajante Trillo. “En todo caso me interesa el de época, en ironizar sobre cosas de los tiempos que voy viviendo.” En su carrera muchas veces le han señalado el poder metafórico de sus historias. En plena guerra de Malvinas, en El Loco Chávez un inversor inglés pretendía comprar un edificio pese a la resistencia de los vecinos. Para los lectores era una metáfora elocuente del conflicto, pese a que Trillo y Horacio Altuna tenían preparado un colchón de tiras para tres meses, pues el dibujante iba a radicarse en España.
El mismo guionista aporta otra anécdota similar. “Una historia que hicimos con Mandrafina y que aquí se conoce poco, los Spaghetti Brothers, es sobre una familia de italianos, un cura, un gangster, un policía y dos mujeres, una actriz de cine porno y la otra ama de casa que asesina por encargo de su amante”, plantea. “A mí me divertía la idea de que el cura le pegara con la cruz en la cabeza al gangster cuando se mandaba alguna cagada. Me reía mucho, y hoy me dicen que es un gran testimonio de época, ¡yo ni siquiera había ido a Estados Unidos!”
Sin embargo, reconoce que “algo debe haber” en sus historias para que la gente se deje seducir por ellas. “A veces pasa que el que tiene ganas de que le digan algo, se lo dice él mismo y te lo enchufa a vos”, especula. En algunas de sus obras el trasfondo social es innegable. Es el caso de Chicanos, que realizó junto a un excelente dibujante rosarino, Eduardo Risso. “Originalmente iba a llamarse Bolita y era una inmigrante boliviana detective en Buenos Aires. Era detective, pero claro, una morocha y encima fea, no una rubia bonaerense, entonces aunque era un fenómeno resolviendo casos, la discriminan todo el tiempo.” El editor, un italiano, le explicó que sus compatriotas no podrían comprender las referencias geográficas, así que el relato se terminó ambientando en Nueva York y la protagonista resultó, claro, una chicana. “Encima era una desgraciada con mucha mala suerte personal, el día que un rubio de ojos celestes se enamora de ella en serio porque puede ver su belleza escondida, la pisa un colectivo, ¡dos veces! Pero es así, hay gente que tiene mala suerte en la vida por portación de cara.”
Para quienes no conozcan a la protagonista de Chicanos ni sepan qué personajes aparecían en Cosecha verde. Para los que quieran recordar la redacción de la que Chávez escapaba para levantarse un minón o prefieran saltar a la aventura con Alvar Mayor, la oportunidad estará vigente hasta mañana en el C. C. Recoleta, con originales y reproducciones de quienes trabajaron codo a codo con Trillo.

martes, 27 de marzo de 2012

NINA HAMMER, por Diego Agrimbau

Antes de que Gabriel Ippóliti comenzara a trabajar conmigo, llegó a hacer una prueba con Trillo. La historieta se llamaba "Nina Hammer" y por lo que puedo ver, era el germen de "Los Lindos", un proyecto que Carlos encaró años más tarde con dibujos de Lucas Varela. Pero ni la versión de Ippóliti ni la de Varela pudieron ver la luz. Algunas páginas de Los Lindos (en la versión de Varela) pueden verse en la edición nacional de Sasha Despierta, publicada en 2011 por Doedytores.


lunes, 26 de marzo de 2012

AQUEL INVIERNO DEL ´74, por Carlos Trillo

Hoy presentamos el guión de Aquel Invierno del ´74, tal como Trillo se lo entregó a Pablo Túnica.

Titulo tentativo: AQUEL INVIERNO DEL ´74.

1.- CALLE, FRIO, TODOS VAN ABRIGADOS, ES EL PRIMERO DE AGOSTO DEL ´74. JUAN, EL PROTAGONISTA, CON SU BIGOTE SETENTISTA Y EL PELO LARGO, ESTÁ MIRANDO EN UN KIOSCO DE DIARIOS EL TITULO DE TAPA, NO EL PRINCIPAL, DONDE SE VE UNA FOTO DE ORTEGA PEÑA PEQUEÑA Y OTRA FOTO DE UN CUERPO TIRADO EN LA CALLE, DE NOCHE, CON POLICIAS ALREDEDOR.
ES DE MAÑANA, JUAN TIENE UN LIBRO BAJO EL BRAZO.
LA ESCENA ES EN CARLOS PELLEGRINI Y JUNCAL. SOBRE LA NUEVE DE JULIO TODAVÍA SIN AUTOPISTA.
TAPA DIARIO LA NACION:
Asesinaron al abogado Rodolfo Ortega Peña.
SE ALCANZA A VER UN TITULAR MAYOR EN EL QUE SE DISTINGUE EL PRINCIPIO DEL TITULAR PRINCIPAL:
Isabel Perón decide
EL KIOSQUERO COMENTA CON UN CLIENTE SEÑALANDOLE UNA BRUTA MANCHA DE SANGRE A POCOS METROS DEL KIOSCO.
JUAN ESTÁ ABSORTO MIRANDO EL TITULAR, NO AJENO SIN EMBARGO A LA CONVERSACIÓN.
KIOSQUERO: Lo mataron ahí anoche, cuando bajaba de un taxi. Más de veinte tiros de ametralladora le metieron. Mirá, mirá la bruta mancha de sangre que hay todavía.

2.- JUAN MIRA LA FOTO DE ORTEGA PEÑA EN LA TAPA DE LA NACION.
EN OFF SIGUE HABLANDO EL KIOSQUERO.
VOZ KIOSQUERO: Los de la ambulancia que se lo llevaron podrían haber pegado un manguerazo, ¿no?

3.- KIOSQUERO SIGUE HABLANDO SEÑALANDO SU KIOSCO. JUAN AGARRA SILENCIOSO OTRO DIARIO, LA OPINIÓN, SIN DEJAR DE ESCUCHAR LA CONVERSACIÓN. TAMBIEN LA TAPA DE LA OPINIÓN TIENE UN RECUADRO EN TAPA QUE DICE: Mataron al diputado Rodolfo Ortega Peña.
KIOSQUERO: Y decí que no me agujerearon el quiosco, menos mal.
TEXTO: Aquella dictadura asesina todavía no había tomado el control del país. Pero la Triple A, un grupo apañado por el gobierno peronista, ya andaba matando gente.

4.- JUAN PAGA EL DIARIO MIENTRAS EL KIOSQUERO NO DEJA DE HABLAR CON SU INTERLOCUTOR. EMPIEZAN A TOCAR UN TEMA QUE LES INTERESA MÁS. APENAS SE VUELVE HACIA JUAN A RECIBIR EL BILLETE.
JUAN: Tome, me llevo La Opinión.
KIOSQUERO: ¿Viste qué desastre lo de Independiente? ¡No se puede creer!
KIOSQUERO: Gracias, muchacho.

5.- JUAN CAMINA LEYENDO EL TITULAR, CON EL DIARIO DOBLADO. ESTÁ EN LA ESQUINA, VA A CRUZAR.
JUAN: Mierda.

6.- CRUZA LA NUEVE DE JULIO HACIA CERRITO. NO HAY AUTOPISTA TODAVÍA, ESTAMOS EN EL CRUCE CON SANTA FE. HAY SEMÁFOROS, AUTOS PARADOS, GENTE QUE CRUZA COMO JUAN, APURADA.
TEXTO: Ortega Peña era un abogado famoso, de la izquierda peronista. Diputado. Historiador, también. Yo había ido a escucharlo algunas veces cuando hablaba con pasión en contra de la historia oficial.

7.- JUAN SE ALEJA MIRANDO LA HORA.
JUAN: (Si no me apuro voy a llegar tarde a la agencia.)
TEXTO: Era la primera vez que alguien que yo conocía se moría tan jóven. Hasta entonces se me habían muerto dos tías viejas, una abuela, una vecina con artritis…

8.- ENTRA JUAN EN UN COQUETO PETIT HOTEL QUE EN LA PUERTA TIENE UN CARTEL DE DISEÑO OCHENTOSO QUE DICE OSBM ADVERTISING.
TEXTO: Era la primera vez que a alguien que yo conocía lo mataban.

9.- UNA LINDA CHICA, SETENTOSA, TAMBIÉN, MUY VISTOSA, EN LA RECEPCIÓN, DETRÁS DEL ESCRITORIO DE LA RECEPCIONISTA, CON UNA SONRISA LUMINOSA LE HABLA A JUAN.
JUAN: Hola, Maca.
RECEPCIONISTA: ¡Juan! El chileno Elorza te está esperando para el desafío.

10- JUAN SE VA POR UN LATERAL HACIA UN GRUPO DE BOXES.
RECEPCIONISTA AGREGA ALGO RISUEÑA.
RECEPCIONISTA: Lamela está hace rato en una reunión de directorio, así que pueden luchar tranquilos, ji.
JUAN: Te voy a dedicar el triunfo, Maca.

11.- EL CHILENO ELORZA, CON UNA BARBITA, ESTÁ “A CABALLITO” DE UN GORDITO CON UN PALO CON PALITO CRUZADO COMO ESPADA. TIENE PORTE DE CABALLERO MEDIEVAL, SI BIEN VA VESTIDO DE SETENTISTA, COMO TODOS. LEVANTA LA ESPADA AL VER LLEGAR A JUAN.
ELORZA: ¡Te has hecho esperar, cobarde!
JUAN: ¡En cuanto monte sobre mi fiel cabalgadura te haré trizas, sucio traidor!
VOZ EN OFF: ¡Ijiiiiijiiiiiiiiiii!
TEXTO: Después se marchitaron, como casi todo, pero en los departamentos creativos de las agencias de publicidad todavía se vivía un clima – simplifiquemos – festivo y despreocupado.

12.- JUAN DE UN SALTO “MONTA” A FERNANDO, SU CABALLO. UNA CREATIVA MEDIO HIPPOSA LE ALCANZA OTRA ESPADA DE MADERA CON MADERITA CRUZADA.
JUAN: ¡Hola, Fernando, mi noble corcel!
FERNANDO: ¡Ijiiiiijiiiijiiiiii!
HIPPOSA: Acá tienes tu acero, Juan de Valois.

13.- SE ENFRENTAN CON SUS “CABALLOS” A ESPADAZOS, JUAN Y ELORZA. LOS RODEAN, RIENDO, LA HIPPOSA, LA RECEPCIONISTA, ALGUNOS BARBUDOS, UN GRUPO DE CREATIVOS DE ESOS TIEMPOS.
ELORZA: ¡Verás lo que es bueno, o no me llamo Elorza de Gaula!
JUAN: ¡Acabaré contigo, migaja del infierno!
VOZ EN OFF: Paren un cacho, pelotudos.

14.- HAN PARADO DE PELEAR, SE BAJAN DE LOS CABALLOS. EL QUE LLEGA, UN TIPO MÁS GRANDE, INFORMAL, SERIO, SE VE QUE INSPIRA RESPETO.
TEXTO: Era Lamela, el director creativo general, con mucha cara de culo.
LAMELA: Se las hago corta. Acabamos de perder la cuenta de Great Foods, que representaba el 30 por ciento de nuestra facturación.

15.- HABLA, TIENE UNA HOJA DE PAPEL GARABATEADO EN LA MANO.
LAMELA: El directorio, recién, resolvió una reducción de personal. Jodida, también del 30 por ciento.
TEXTO: En OSBM éramos justo cien. Íbamos a quedar setenta.

16.- TODOS SE MIRAN. JUAN ABRAZA SENTIDO A FERNANDO, SU CABALLO. LAMELA LEE
TEXTO ARRIBA: Como apurado, Lamela fue leyendo la lista de los despedidos. Les dijo que pasaran por caja, que todo lo que la empresa les debía les sería pagado.
LAMELA: … Marieta Ortiz, Fernando Cesario, Raul López del departamento creativo…
TEXTO ABAJO: En la lista estaba mi caballo y compañero de box, Fernando. Yo me había salvado.

17.- LAMELA TERMINA.
LAMELA, LEYENDO.
FERNANDO CABIZBAJO. LA HIPPOSA LLORA QUEDAMENTE.
LA RECEPCIONISTA SE SORPRENDE.
LAMELA: … y para terminar, de producción gráfica se van Sarno y Frederick.
RECEPCIONISTA: ¿Frederick?

18.- LAMELA LA MIRA. ELLA COLORADA CONTESTA. LAMELA ABRAZA A LA HIPPOSA. JUAN FROTA LA ESPALDA DE FERNANDO MIENTRAS UNA GORDITA LE AGARRA LA MANO, SOLIDARIA.
LAMELA: Sí, ¿por?
RECEPCIONISTA: Por nada, qué se yo, decían que él era como una columna, una parte del inventario. Nunca me imaginé que justo a Frederick lo iban a…
TEXTO: Frederick, un palo seco, un tipo casi viejo, el experto en tipografía, el que nunca se reía.

19.- PRIMER PLANO DE FREDRICK, UN TIPO GRANDE, MEDIO PELIRROJO, CON MUCHAS CANAS Y LA CARA COLORADA, COMO UN IRLANDÉS MEDIO VIEJO. FLACO Y SECO, SIN EXPRESIÓN. NO VEMOS DÓNDE ESTÁ.
TEXTO: Durante demasiados años había reinado en la sala de producción gráfica. Nunca hablaba con nosotros, los creativos. No nos saludaba. Ni nos miraba.
TEXO ABAJO: Y justo ese mediodía, cuando ya los echados se habían ido con sus indemnizaciones y alguna caja con sus cosas personales…
20.- JUAN SE ESTÁ SENTANDO EN UNA BARRA DE BAR, UNO DE ESOS BARES EN LOS QUE SE COME EN EL MOSTRADOR CON MUCHOS TABURETES ALINEADOS A UN LADO Y UN GALLEGO CON CARA DE BESTIA DEL LADO DE LOS QUE SIRVEN.
JUAN MIRA APRENSIVAMENTE PORQUE SE ESTÁ SENTANDO JUNTO A FREDERICK QUE SIGUE HIERÁTICO MIRANDO AL FRENTE.
TEXTO ARRIBA: … en la barra del Kentucky me tocó sentarme a su lado.
JUAN: Eh… hm… buen día, señor Frederick. Siento mucho lo que…

21.- JUAN LO MIRA TOSE DE NERVIOS, COMO ESPERANDO QUE EN ESTE DIA TAN ESPECIAL LE DEVUELVA UN GESTO, ALGO. FREDERICK NO PARECE SIQUIERA OIRLO. EL GALLEGO MUY GALLEGO, CON SACO DE MOZO, LE PREGUNTA A JUAN MIENTRAS LE SIRVE UN PLATO A FREDERICK.
JUAN: … pasó… y…cof.
GALLEGO: El pescado con ensalada condimentada con aceite de oliva y vinagre de uva, para el caballero.
GALLEGO: ¿Y a vos qué te sirvo, pibe?

22.- JUAN IGNORA A FREDERICK Y HABLA CON EL GALLEGO.
JUAN: Una milanesa con puré.

23.- JUAN MIRA DE REOJO, MUY DE REOJO, A FREDERICK CORTANDO UN PEDAZO DE PESCADO.
TEXTO: Acababan de echarlo y todo seguía igual. Los cascotes no te miran, no te oyen, no te sonrien.

24.- JUAN MIRA LA HORA MIENTRAS SE RASCA LA NARIZ.
TEXTO: Cómo tardaba mi comida.

25.- EL GALLEGO SE LA PONE DELANTE A LA MILANESA.
GALLEGO: Una milanesa bien crocante con un puré de papa bien batido por aquí.
TEXTO: Por fin.

26.- FREDERICK SE INCLINA SOBRE JUAN, COMO PARA APOYARSE EN SU HOMBRO. JUAN SE SORPRENDE.
JUAN:?

27.- FREDERICK SE INCLINA MÁS TODAVÍA HACIA JUAN. LE TOCA EL HOMBRO YA CON LA CABEZA, COMO SI SE DESLIZARA LENTAMENTE. JUAN SE SORPRENDE Y LO MIRA PREOCUPADO.
TEXTO: Pensé: - ¿Y éste qué quiere ahora? ¿Hacerse amigo?

28.- FREDERICK SIGUE CAYENDO RUMBO A ESTRELLAR SU BARBA ROJIZA Y BLANCA CONTRA EL PURÉ DE JUAN. JUAN LO MIRA INCRÉDULO.
TEXTO: No, no era eso.

29.- AL CAER LA CARA CON LOS OJOS ABIERTOS Y MUERTOS DE FREDERICK SOBRE EL PURÉ HACE UN RUIDO.
RUIDO DE LA CARA SOBRE EL PURÉ: ¡Ploch!
TEXTO: Su cara, al caer en mi plato, hizo un ruido, una especie de “ploch” con el que todavía sueño.

30.- JUAN SE LEVANTA, RETROCEDE. MIRA, VE QUE FREDERICK TIENE LOS OJOS ABIERTOS, UNO DE ELLOS MEDIO TAPADO DE PURÉ.
UNA MUJER GRITA. EL GALLEGO DISCA EN UN TELÉFONO DE LOS AÑOS ´70.
MUJER: ¡Se desmayó! ¡Llamá a una ambulancia, gallego!
TEXTO: Otra cosa que sueño: El puré de mi plato tapando la mitad de uno de los ojos abiertos de Frederick.

31.- CARLY, LA MUJER QUE GRITABA, EL GALLEGO, OTROS CURIOSOS, MIRAN COMO SE LLEVAN HACIA UNA AMBULANCIA, EN UNA CAMILLA, EL CUERPO TAPADO HASTA LA CABEZA DE FREDERICK.
TEXTO: Se lo llevaron a los veinte minutos. Un enfermero había limpiado el puré con un trapo rejilla y le había juntado los párpados.

32.- JUAN, IMPRESIONADO, ESTÁ POR ENTRAR OTRA VEZ EN EL EDIFICIO DE LA AGENCIA.
TEXTO: Este no era jóven. Pero era el primero que veía cómo se moría.

33.- ALGUIEN LLAMA AL ATRIBULADO JUAN ANTES DE QUE ENTRE EN LA AGENCIA.
TEXTO: Encima, Frederick había hecho esa última pirueta, insulsa y breve sólo para mí.

VOZ: ¡Pibe! ¡Oíme, pibe! No te hagas el vivo, ¿eh?

34.- JUAN SE HA VUELTO AZORADO. FURIOSO EL GALLEGO DEL BAR LE RECLAMA CON AIRE BELICOSO.
GALLEGO: ¡No me pagaste la milanesa con puré!

Fin.

domingo, 25 de marzo de 2012

AQUEL INVIERNO DEL´74, por Carlos Trillo y Pablo Túnica

Carlos Trillo hizo en el último tiempo dos historietas autobiográficas, las dos publicadas en Fierro y en la revista Animalz italiana.
La idea de Carlos era seguir con esta serie, porque los italianos le pedían más y más episodios, pero sólo se hicieron dos historietas.
La primera transcurre en el ´74, con un asesinato de la Triple A y una anécdota que le sucedió en la época en que trabajaba en publicidad. La dibujó Pablo Túnica y la presentamos acá. La segunda la dibujó Juan Bobillo y transcurre en la última dictadura. Por ahí la subimos más adelante.


sábado, 24 de marzo de 2012

LEJOS DEL ESTEREOTIPO, por Andrés Valenzuela

Viajaba de «chamuyante» en la 229, esa línea «con los colores de Boca que ahora es la 29». Su padre era colectivero y Carlos Trillo, con sus pocos años, conocía a casi todos sus compañeros. En la misma época, cada martes por la tarde, con sus amigos, caminaban hasta la estación Bulnes del subte y, entre todos, le pagaban a uno el viaje de ida y vuelta hasta Tribunales para que comprara, unas horas antes de que llegara a todos los kioscos, el Hora Cero Semanal en que aparecía por entregas El Eternauta, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López. En la escuela tenía que cuidar esas historietas. «Si una maestra te las veía, te las sacaba y rompía», cuenta, haciendo el gesto de quien rasga al medio un formulario viejo. 60 años después, Trillo es un guionista consagrado del noveno arte argentino, y seguramente uno de los más leídos del país, y no sólo del país. Decenas de miles leyeron día a día su El Loco Chávez, que dibujaba Horacio Altuna para la contratapa del diario Clarín. Miles disfrutaron la potencia simbólica de Las puertitas del Señor López, en Humor y con el mismo compañero. Y, ya fuera de las fronteras, su talento es reconocido, por ejemplo, en Francia, donde publica constantemente, y cada vez que viaja a Italia se reúne con un editor que le insiste para que escriba las nuevas historias de Tex, un personaje clásico de la península. «Pero yo le dije que eso no me sale, no entiendo a un cowboy que llega, salva a un pueblo, la chica le da un beso y él se sigue yendo por el camino polvoriento, ¿no le dan ganas de quedarse una semanita?», cuestiona. En Argentina el año pasado fue premiado por su trayectoria y elegido autor destacado del Festival Internacional Viñetas Sueltas.

-¿Cómo recuerda su infancia?

-Se estaba bien en esa época. Yo vivía en Bulnes y Paraguay, iba en tranvía al colegio Nacional Belgrano, que quedaba en Ecuador y Charcas. Eran tiempos más sencillos, más provincianos, los chicos éramos más agrestes, la escuela era pública y buena, casi no había colegios privados.

-¿Cómo era el Trillo estudiante?

-Muy aplicado no, pero era vivo para hablar. Si me dejaban, zafaba.

-¿Qué experiencias recuerda de la niñez?

-No sé si teníamos tantas experiencias, o si era que yo no las registraba, la verdad. Fui un chico muy lector, porque era miope y bizco, tenía un ojo como Sartre. Después me lo corrigieron, pero me quedó la visión muy disminuida de mi ojo izquierdo. Eso me condenaba a usar anteojos y por eso jugaba poco a la pelota. Porque, claro: los anteojos se rompían, y sin ellos no veía un carajo. Quizás eso me hizo lector. También iba mucho al cine, a esas salas de tres películas, los continuados. Éramos una banda de chicos, teníamos tres potreros, andábamos en bicicleta por la calle, que era empedrada. Parece una película de Dickens, ¿no?

-¿Y las historietas?

-Teníamos devoción por ellas, las intercambiábamos. La Patoruzito por la Rico Tipo, por ejemplo. Aunque se suponía que esa no la debían leer los niños porque estaban las curvas de las chicas que dibujaba Divito. No había desnudos ni inconveniencia, pero no eran recomendadas para los chicos. Yo siempre cuento algo: íbamos con los chicos caminando hasta la estación Bulnes del subte, en Palermo, y pagábamos entre todos el viaje a Tribunales de uno, que como era el centro, las revistas del miércoles llegaban el martes a la tarde. Entonces ese que iba traía los cinco o seis ejemplares de Hora Cero Semanal (donde salió serializado por primera vez El Eternauta) y lo leíamos la noche anterior. Ojo, no era mi única lectura. También leía muchísimo la colección de libros Robin Hood, esa amarilla, que en la época era la que estaba en la librería de la esquina.

-¿Cómo eran las revistas para chicos de esa época?

-Eran muy aburridas. Hoy son menos formales, pero aquellas tenían esas historias de San Martín con textos descomunales abajo, como si fueran historieta. Eran imposibles de leer. Editorial Atlántida tenía el Billiken, que era un plomazo. Yo era adicto a las revistas de Editorial Abril, que tenía colecciones muy bonitas, con autores italianos y otras cosas más interesantes. No tenían contenido didáctico pero estaban muy bien hechas. Eran como el Séptimo de Caballería que venía a rescatarte del tedio.

-¿Qué le quedó de esas lecturas?

-¿Sabés que yo me casé con mi mujer porque se sabe de memoria el primer capítulo de Los Tigres de la Malasia, de Emilio Salgari? La conocí en una fiesta y no sé cómo llegamos al tema, hablábamos de qué leíamos de chicos. Y me dice eso, me recitó el capítulo y yo me dije «quiero levantarme a esta mina hoy». Bueno, hace cuarenta años que estamos juntos. Cada tanto me recita el capítulo y evitamos separaciones y tormentas.

-De las lecturas de niñez, dos lo influyeron notablemente, Carl Barks y Héctor Germán Oesterheld, ¿verdad?

-Entre las revistas que leía estaban las historietas de Disney. Ahí lo que más me gustaba era el Pato Donald, donde pasaba una cosa muy extraña. Nosotros no entendíamos bien qué, porque todo venía firmado por Walt Disney, pero uno se preguntaba cómo podía ser que el mismo tipo hiciera cosas tan pavotas como esta y otras tan bellas como esta otra. Bueno, había un tipo que era «el bueno»: ese era Carl Barks. Yo tardé 30 años en darme cuenta de su existencia. En los 50 no se sabía y acá no llegaba información. Me acuerdo que a fines de los 70, comienzos de los 80, vi en Francia un álbum del tipo. Un libro grande. Lo vi y dije «¡pero este era el bueno!». Con el tiempo compré muchas cosas de él en otros idiomas, porque en Argentina nunca se le publicó nada, lamentablemente. A Barks lo llegué a conocer en un festival, y los «disneyianos» iban a hacerle reverencias como si fuera Buda. Era raro, porque había sido un oscuro empleado de la Disney que, casualmente, se dedicaba a hacer los patos, que inventó al Tío Rico (probablemente el mejor personaje) y armó el universo de los patos, que era el más interesante. Porque Disney siempre quiso imponer a Mickey Mouse, que era como su John Wayne, y jamás lo consiguió, por suerte. En la heladera todavía lo debe estar lamentando.

-¿Y Oesterheld?

-Él nos metió en el mundo de la aventura más interesante. Primero, con él no había héroes solitarios que le daban un beso a la chica y se iban. Cosa que uno no entendía. ¿Por qué se va? Llegaba a un pueblo, lo salvaba de los villanos, la chica le daba un beso, le parecía maravillosa, pero se iba, ¿y por qué? ¿Por qué no se quedaba, armaba una familia, se quedaba a vivir con la chica que le gustaba? O por lo menos te pasabas una semanita. Nada: se iba. El gran héroe del cómic italiano, Tex, es un cowboy y es eso. El tipo que se va eternamente por su camino polvoriento. Vende cientos de miles y siempre con la fórmula inalterable. Ni siquiera tiene universos bizarros como en los superhéroes norteamericanos. En 50 años habrán salido como 7.000 aventuras. En un solo capítulo conoció a una india, se enamoró, se casó, tuvo un hijo y la mataron. Después siguió siendo el hombre solitario para siempre.

-¿Por qué pasa eso?

-Es raro ese empecinamiento por no aburguesar a tu héroe. La serialización tiene sus normas, que son inevitables si querés durar 50 años. Conozco al editor de Tex, Sergio Bonelli, un tipo bárbaro que siempre me invita a cenar cuando voy a Milán. Siempre le pregunto, y me dice que, si lo cambia, se muere. Me ofreció hacer alguna historia, pero le dije que no, porque no me iba a salir, es demasiado serio todo lo que le pasa. No tiene un solo escape hacia el humor, la parodia, nunca le duele la cintura, qué sé yo. Es como un monolito que avanza, hace justicia y se va. Quizás la fórmula del éxito ahí sea la repetición, como en los viejos programas de televisión. No sé cómo funciona, pero la repetición seguro es eficaz, y uno piensa y labura menos, también.

-Usted rompe con los estereotipos. Sus historias las protagonizan muchos antihéroes, y unos cuantos villanos. Algunos son tipos realmente deleznables.

-¿Y por qué no? Uno los pone menos porque es más difícil venderlos, pero sin embargo, Guastavino fue muy apreciado. Además de en Fierro, la publicamos en Francia y el editor nos pidió un prólogo sobre la última dictadura militar. Para nosotros el detalle no era tan importante, pero ellos querían un texto donde habláramos de la dictadura, los torturados, los desaparecidos, las monjas francesas. Incluso le cambiaron el nombre y le pusieron La herencia del coronel, porque la editorial ya tenía una línea que se llamaba «El Síndrome» y no querían llamar a confusión.

-Pero los puntos en contacto con el tema de la dictadura son claros.

-Sí, pero en realidad Elvio Guastavino podría haber sido hijo, no de un torturador, sino de un padre hijo de puta solamente. Uno de esos fundamentalistas de algo, como la religión, que torturan a sus hijos y los convierten en monstruos.

-¿Jamás le trajo problemas trabajar con estos personajes?

-No. Si uno pone lo que dice el general Videla, no es que piense eso. El registro de los personajes es muy grande, como lo que la gente piensa y dice. Ese espectro amplio hace que no necesariamente vos compartas lo que están diciendo. Si no, por ejemplo, en El síndrome Guastavino, nos hubieran dicho que pensábamos como él. Y creo que es evidente que no es así. Si a vos como lector un personaje te da asco, es porque al autor algo de asco también le dará. No podés mezclar las opiniones del autor con las del personaje, aunque hay quien lo hace.

-Uno de sus personajes más populares, Clara de Noche, que aparece en Página/12, es prostituta, ¿tampoco le trajo conflictos con las organizaciones de mujeres?

-Al contrario, en Italia es el estandarte de las convenciones de las feministas. Hasta nos pidieron permiso para usarla, la ven como una mujer que trabaja para mantener a su hijo y eso les parecía ejemplar. Hasta había banderines con su dibujo en las convenciones. Verlo fue una cosa muy rara, pero linda. Acá hubo un tipo que nos acusó de racismo, porque una compañera de Clara tenía una hija negra, pero creo que lo sacaron corriendo del juzgado.

-Entre los dibujantes de las nuevas generaciones, ¿a quiénes destaca?

-Bueno, no sé si los conozco a todos. Pero (Diego) Agrimbau, me parece bárbaro. La mujer, Laura (Vázquez Hutnik) también me parece muy buena y lo que hizo en Fierro con Alejandra Lunik me gustó mucho. Las cosas de (Lucas) Varela son preciosas. Es un guionista notable, aunque él sufre mucho escribiendo, dice que no le sale. Mentira. Tiene que animarse a hacer el ridículo. Otro que escribe muy bien, y que en cualquier momento lo perderé, es Pablo Túnica. Ahora está haciendo para Fierro una serie en la que él hace los guiones y el hermano los dibuja. Es muy linda de ver y está muy bien escrita. Porque a él le interesa la escritura.

-¿Ese interés diferencia a sus generaciones?

-Nosotros tenemos una generación de guionistas de historieta que en su mayoría sólo habían leído historieta en su vida. No todos, claro, no Oesterheld, pero muchos. Como sólo se ponen los globos, lo que dicen los personajes, les daba la impresión que no tenían que saber de literatura, de estructuras narrativas. Tenés que saber esas cosas, porque de última estás trabajando con las palabras. Está bien que la imagen ocupa un espacio y hay que escribir menos. Pero la trama, el desarrollo, cómo habla cada personaje, eso lo tenés que tener en cuenta. En una época en que había muchas revistas acá había cosas muy mal escritas. En cambio, (Guillermo) Saccomano escribía muy bien. Pero bueno, él escribe muy bien. Cuando dijo «no quiero hacer más historietas» y se dedicó a la literatura lo hizo bien. (Juan) Sasturain escribe bien. Agrimbau escribe bien. Pero él es dramaturgo, es un tipo interesado por el mundo de la escritura. La dramaturgia parece una buena educación, ¿no? Porque sobre dramaturgia hay mucha literatura. El teatro tiene mucho texto educativo, para aprender. De historieta hay muy poco.

-Más allá de la historieta, ¿qué lee? ¿Qué otras disciplinas artísticas le interesan?

-Yo miro y leo de todo. Soy un picoteador de la cultura. Veo mucho cine. Voy mucho al teatro. Música escucho menos, pero porque me molesta al escribir. En general los dibujantes escuchan mucha música mientras dibujan, pero a mí me molesta para trabajar. Entonces tengo mucho menos tiempo y estoy un poco atrasado. El teatro me gusta mucho. El teatro raro, sobre todo. No las cosas de la calle Corrientes, que en general trato de esquivarlas. Disfruto mucho las cosas que no sé hacer. Esas de Federico León, por ejemplo. Obras extrañas llenas de una simbología inabordable. Cosas notables. Que alguien pueda pensar así me gusta.

-¿Sale de la función con ganas de hacer algo similar?

-No, porque no me sale. Yo no me manejo con intenciones. No digo «voy a hacer un alegato contra los dictadores» Ahora, pensar raro y que la gente diga disparates de lo que uno escribió está bárbaro. Porque de algún modo todos decimos disparates, todos tenemos un pensamiento mágico y cosas que se van de la lógica.

-¿Qué está leyendo en este momento?

-Soy un lector bastante omnívoro. Recién terminé de leer una especie de ensayo sobre el trabajo precario de los jóvenes, de Laura Merani. Ella hizo el trabajo de campo: se empleó en McDonalds, vendió teléfonos por la calle… y cuenta cómo es esa vida, sus compañeros. Notable la cabeza de esa chica, una argentina muy joven que ahora sacó una novela, que también voy a leer. Lo que me volvió loco últimamente es la trilogía de policiales Milennium, de Steve Larsson. Me la recomendó mi librera de confianza, que me conoce hace años. Yo había leído que el tipo se había muerto y que nunca supo de su fama, que su mujer quedó en la ruina porque no pudo cobrar los derechos… y pensé que era un invento del marketing. No quería leer esas 800 páginas. Y mi librera me dijo: «Dejalo, si no te lo comprás te lo voy a tener que regalar». Me fascinó y ahora lo divulgo. No sé si es un gran libro. Es una novela policial construida con mucha gracia. Pero de alguna manera, que vos digas «¿qué hago? ¿Voy a comer o sigo leyendo?» es porque hay algo que sale bárbaro. ¡Qué secreto que debe haber para quien descubre esa magia, de crear una línea entre vos y el lector y agarrarlo del cogote y no soltarlo!

Originalmente publicado en el sitio Acción Digital en 2009.

viernes, 23 de marzo de 2012

EL ULTIMO RECREO, por Rafael Marín

Esta bellísima historieta de Carlos Trillo y Horacio Altuna demuestra que quizás nunca será posible pasar página. Una bomba en la noche y la humanidad es devuelta a la casilla de salida, envolviendo a los múltiples protagonistas de El último recreo en la pesadilla postnuclear más terrible, en tanto el mundo que parte de cero a partir de esa explosión lo hace también sin guía ni tradiciones, sin referentes y sin cultura. La situación que viven Mad Max y otros ilustres parientes cinematográficos o literarios (Ay, Babilonia o La Tierra permanece) no es más espantosa que esta enorme ciudad anónima, convertida en patio de recreo para los únicos supervivientes de la humanidad: los niños.
Con algún toque de El Señor de las Moscas, los capítulos de esta serie nos van mostrando los esfuerzos de los niños escapados de la hecatombe por sobrevivir en una sociedad que de pronto les ha dado la espalda, una sociedad que no pueden ni saben reconstruir, pues la vida en ese jardín del edén que al principio parecen las calles desiertas va trocándose poco a poco en trampa opresiva donde los distintos grupos se organizan en bandas que extorsionan y roban y matan y explotan, convirtiéndose en remedo de la sociedad adulta cuyo legado tanto temen. Por encima de las disputas por la comida, los abusos de poder de los pequeños caudillos o las bromas inocentes por proteger su reino ("El monstruo") flota siempre el espectro del pecado original, la maldición de morir cuando la pubertad alcance a los niños y la bomba sexual cause su efecto en ellos.
Y ese fantasma del futuro temido aparece en las entregas de la serie desde el principio: la niña que juega a ser madre con su muñeca; la pequeña Andrea del Cuore y sus poses de estrella y su jugueteo con los niños (y qué sintomático verla en la última viñeta de su episodio remedando la pose clásica de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba); los cadáveres de niños desnudos rodeados de revistas pornográficas, en claro reguero de actos de masturbación o sodomía; los intentos de violación que acaban en agonía y asfixia. Junto a esa factura terrible de la humanidad hacia sus herederos, el espanto que impide la colaboración, la imitación de los viejos clichés, la búsqueda de una pistola que augure poderío sobre los otros desgraciados ("Con la ayuda de papá"), los intentos de crear una supremacía sobre los demás niños, bien sea por parte de algún adulto escapado a la muerte por su condición de eunuco ("El rey de la ciudad") o de otros niños convertidos sin saberlo en adultos ("El rey Arturo", "El hombre"). Antes de que su desarrollo físico convierta a los pequeños en cadáveres o en imitación de sus padres, es la propia sociedad en ruinas la que hace de ellos cómplices del pasado, condenándolos a repetir los mismos errores que desembocaron en la tragedia.
La sensualidad que desbordan los dibujos de Horacio Altuna refuerza enormemente el peligro de la llegada de la pubertad y esa promesa de muerte o goce sobre la que caminan los pequeños. Los niños no comprenden su pasado ni su futuro, y alguno hasta se niega a admitir el presente en el que vive, prefiriendo arrancar las páginas finales del libro que lee para que el héroe no muera, incapaz de unirse al héroe que pudo ser su amigo y quizá causando sin quererlo su ejecución. En el éxodo inevitable de la ciudad envenenada al campo se halla un capítulo magistral, "Cosas que quedan en el camino", quizás la primera reflexión de los niños sobre su situación, la renuncia inevitable a todo aquello que un día tuvieron: juguetes, ropa o videojuegos. Sin saberlo ellos mismos, es la primera decisión racional que los convierte en adultos. Y qué hermoso ese final abierto, donde Trillo y Altuna nos convencen de que pesa más la libertad y la elección de la vida y el despertar de los sentidos que la amenaza inevitable de la muerte.

Publicado originalmente en el blog Bibliópolis.

jueves, 22 de marzo de 2012

VERSUS, por Carlos Trillo y Horacio Altuna

Esta es una historieta muy rara realizada por Trillo y Altuna para la revista SuperHum®, seguramente en 1981 o 1982. Rara sobre todo porque nunca se reeditó en ningún lado, ni siquiera en otros países. Enseguida se darán cuenta de por qué.

miércoles, 21 de marzo de 2012

LA MALDICION DE ARISTOTELES, por Trillo y Dal Prá

Este es un proyecto casi misterioso de Carlos Trillo, co-escrito con su amigo y colega italiano, Roberto Dal Prá.
Se supone que fue presentado a una editorial francesa, pero ahí se acaban las pistas. Dal Prá lo menciona una sóla vez (Trillo ninguna) con el nombre de La Maledizione di Aristotele.
Tampoco logramos deducir a qué dibujante pertenecen estas muestras. Un verdadero enigma, que tal vez los lectores del blog nos ayuden a dilucidar.

martes, 20 de marzo de 2012

SEPARANDO LA PAJA DEL TRILLO, por Martín Pérez

Segunda parte de una entrevista publicada en Página/12 el 6 de septiembre del 2009

COSECHA FRANCESA
Trillo cuenta que, cuando era chico, con sus amigos jugaban a abrir sus revistas de historietas al azar, y obligarse a descubrir quién era el autor de los dibujos que aparecían frente a ellos. “Y casi siempre lo descubríamos.” Pero si se le pide que explique cómo descubrir que una historieta tiene guión suyo, asegura que no podría. “Creo que no sabría reconocerla”, dice el autor que no dejó de escribir historietas cuando al fin pudo decirle al pan, pan, y al vino, vino. Y la sucesión de éxitos se multiplican: el fenómeno Cibersix en la década pasada, un primer pie en el mercado francés con Fulú –con el hoy mundialmente reconocido Eduardo Risso–, y una actualidad en la que no deja de trabajar con diversos artistas locales, y también del extranjero. “Alguien me dijo alguna vez que se notaba en mis guiones la influencia de Carl Barks, algo que me gusta, porque siempre fui fanático”, comenta con sorpresa. “Pero también hay cosas que me dejan perplejo, como sucede en Francia, donde muchos dicen que yo hago denuncia social. No estoy de acuerdo, porque si uno muestra gente pobre que vomita en la calle, es porque esa gente está ahí. No se lo puede llamar denuncia, sino que es apenas una observación. Pero para ellos yo soy un artista social, y así es como llegan a leer Clara de Noche, que para mí es apenas un chiste. Ellos destacan que en esas páginas los hombres sean siempre todos chiquitos y mezquinos, y cosas así.”
Si se le deja elegir a Trillo sus historietas preferidas, la selección permite recorrer su evolución como guionista en los últimos años. Primero con la extraordinaria Custer, homenaje fantástico a Alphaville, ciencia ficción noir sin trajes espaciales ni cohetes, dibujado por el español Jordi Bernet. “Fue mi primera historieta para un mercado extranjero, y también todo un desafío”, explica. “Además, me acuerdo que al editor español no le parecía ciencia ficción. Y lo convencí mandándole el prólogo de Crash, donde Ballard habla del espacio interior. Creo que picó con eso”, recuerda con una sonrisa traviesa. Pero el colmo de las travesuras llegó con Cosecha verde, una feroz farsa bananera con dibujos de Mandrafina. “Me acuerdo que Cacho me llamó para avisarme que ya llevábamos como tres días de noche en la historieta, porque yo nunca le había dicho que pasase al día. Y ahí fue cuando inventamos eso de la noche eterna de la dictadura”, explica y, ahora sí, no puede evitar lanzar una carcajada. Premiada en Francia con todos los honores –junto con Fulú fue uno de sus mayores éxitos en un mercado difícil, que hoy se ha abierto para sus proyectos–, Trillo la ubica entre sus preferidas porque fue su primera historieta larga, para ser leída sin ser separada en capítulos. Pero también confiesa haberse avergonzado un poco, porque para los franceses es un alegato contra la dictadura militar argentina, y –cuenta en realidad– Cosecha... es una opereta centroamericana desaforada. “Lo que ahí se cuenta no tiene nada que ver con los usos y costumbres nuestros, así que me daba un poco de vergüenza que me premien de manera equivocada, ¿no?”, dice el guionista, que revela que, para los franceses, los dibujantes argentinos son iguales a los italianos. Porque suelen contar las historias desde cerca, y a ellos –los franceses– les gusta en cambio que se tomen el trabajo de mostrar el entorno, de “alejar la cámara”. Es la escuela francobelga en acción, que un dibujante como Mandrafina –con el que Trillo ha trabajado por más tiempo y que, asegura, siempre lo sorprende– sabe interpretar a la perfección. Por más que, como cuenta Trillo, su sueño siempre sea que le escriba una historia que sólo suceda entre tres paredes, como una obra de teatro. “Algún día lo vamos a hacer”, amenaza. O se resigna. O ambas cosas, quién sabe.

LAS NUEVAS PLUMAS
Una anécdota que le gusta contar a Trillo comienza cuando suena el teléfono de su estudio. El guionista atiende, y al otro lado de la línea hay un periodista estadounidense que le pregunta cómo es que un guionista desconocido como él consiguió trabajar con una estrella como Eduardo Risso, refiriéndose a Chicanos, el segundo trabajo que hicieron juntos, y que publicaron también en Francia. Luego del éxito de Risso dentro del mercado de los cómics norteamericanos con la serie policial 100 Bullets, Chicanos se publicó en los Estados Unidos, y el periodista en cuestión –ignorante de todo lo que no sea el mercado propio, como apunta Trillo que suele suceder– no había repasado muy bien la cronología. “Así que le dije que sí, que el Sr. Risso había sido muy generoso al atender el pedido de un joven como yo, y cualquier pavada que se me ocurría... ¿para qué iba a perder el tiempo explicándole?”, se ríe Trillo.
Casi como los clubes de fútbol locales, con el tiempo las historietas de Trillo son como un verdadero semillero de dibujantes, que luego son tentados por dineros del exterior. O de otros géneros más rentables, como el joven Sáenz Valiente, que hizo un volumen del deleznable detective argento, coimero y violento Sarna con Trillo y ahora –cuenta– se dedica a los dibujos animados. “Los dibujantes vienen cada vez más jóvenes”, se sorprende. “¡Muchos son más chicos que mis hijos!”. El benjamín de la clase –que incluye a la italiana Mónica Catalano, y un proyecto en danza con ese maestro que es Ivo Milazzo, pasando por habitués como Bernet o Mandrafina, entre otros– es Pablo Túnica, con el que está desarrollando una serie para una colección que dirige el dibujante francés Joann Sfar, uno de los artistas actuales que Trillo más admira. “Con Pablo estamos haciendo Jusepe en América, que reversiona la primera fundación de Buenos Aires, que terminó trágicamente, con antropofagia y todo”, revela el guionista, y comenta al pasar que ésa sería la serie a consideración de Mondadori si deciden continuar con las historietas luego del flamante Guastavino, que ha despertado una cierta polémica. Cuando se le dice que el protagonismo de un padre castrador, militar y torturador en la historia huele a dictadura-explotation, Trillo se ríe, y dice que el papel que cumple ese personaje en la historia es casi el mismo que si fuese simplemente un obsesivo católico, como un Seineldín sin la parte militar.
Sabio lector del mercado en el que vende sus productos, Trillo concede que, ahora, cada vez más logra ambientar las historias que se le ocurren en Argentina, algo que antes no solía suceder. Como una sangrienta tragedia ambientada en la época de Rosas, que dibuja Horacio Domingues. O el vampiro que dibuja Peni (Pedro Penizzotto), que vive en Argentina y se alimenta de pobres, que por acá el poder parece no echar nunca de menos. “Alguna vez, cuando escribió el prólogo de Charlie Moon, Saccomanno eligió llamarla Carlitos Luna, preguntándose por qué no podía ambientarse una historia así por estos pagos. Y cuando con Risso hicimos Chicanos, en realidad queríamos llamarla Bolita”, revela. “Queríamos hacer una detective boliviana en Buenos Aires, y contar cómo era discriminada. Pero el editor francés, el único que se atrevió a publicar la historia, nos dijo que allá no se entendía, que hiciéramos un paquistaní en Alemania, algo así. Al final terminó siendo un chicano en Estados Unidos. Pero eso ya es algo muy visto. ¿Te imaginás qué lindo hubiese sido poder llevar a cabo la historia tal como la imaginamos originalmente?”, dice el guionista que, al parecer, ahora sabe cómo hacer para quedarse por estas tierras. Y que, a pesar de sus tres décadas y media de historias, asegura que hay nuevas que siguen viniendo.
Y aún más: que hay historias que –después de todo este tiempo, después de tanto profesionalismo– todavía está deseando contar. Sólo necesita esperar a que los dibujantes vengan a él.
Y que siga habiendo días de oficina, claro.

lunes, 19 de marzo de 2012

SEPARANDO LA PAJA DEL TRILLO, por Martín Pérez

Primera parte de una entrevista publicada en Página/12 el 6 de Septiembre de 2009.

Empezó escribiendo para dos de los dibujantes más prestigiosos y populares de la Argentina: Alberto Breccia y Horacio Altuna. Y desde entonces, Carlos Trillo no paró. Su pluma dio vuelta al héroe clásico de los cuadritos para dar vida a un nuevo y querido tipo: el antihéroe. Desde El Loco Chávez hasta el flamante Guastavino, pasando por Clara de Noche y Cibersix, sus historietas se traducen en el mundo y llegaron a vender cientos de miles de ejemplares. A treinta y cinco años de su debut, el hombre que leyó los clásicos, ayudó a construir la historieta argentina moderna y la vio refugiarse en las comiquerías y las ediciones extranjeras, ahora es el primero en probar suerte en las librerías de la mano de una editorial grande.

No siempre se trató de la misma oficina. Una estaba ubicada en Florida y Viamonte. Otra frente a un restaurante llamado Broccolino, en la calle Esmeralda. La que le duró más tiempo, recuerda, estaba en Santa Fe y Talcahuano. Y cuando no había una oficina propia, lo estaba esperando un lugar en la redacción de alguna revista o de alguna agencia de publicidad.
Desde que descubrió su oficio, Carlos Trillo se levanta todas las mañanas y se va a trabajar, como si fuese una persona como cualquier otra. Sí y no, claro. Porque Trillo, qué duda cabe, es una persona como cualquier otra. Pero, al mismo tiempo, su oficio no es un oficio cualquiera, sino que es uno que ya casi nadie realiza: escribir historietas. Lo hace, eso sí, con la mayor de las cotidianidades. Desayuna, se despide de su familia, y se marcha al trabajo. Como si fuese el protagonista de una de sus historietas, parece guardar las formas, componer un personaje hasta dar vuelta la esquina o meterse en una cabina telefónica. Allí, el oficinista perfecto se abre el traje, se saca los anteojos, y debajo de la camisa aparece esa enorme S, en azul y rojo.
Pero como no es el protagonista de la historieta de nadie, sino que es quien las escribe para que otros las dibujen, Carlos Trillo continúa su camino, y se instala en esa oficina, cualquiera sea, que siempre estuvo ahí, para que pueda imaginar esas historias de un género que creció leyendo y que, treinta y cinco años después del que se puede considerar su primer guión, su persistencia y entusiasmo ayuda a mantener vivo, a pesar de que muchos crean que –en los tiempos que corren– la historieta es apenas un anacronismo. “A mí no me parece”, asegura previsiblemente Trillo, que ha hecho mucho para que la historieta reflexione sobre sus clichés más heroicos y, al mismo tiempo, vuelva a abrazarlos. “Tal vez acá sea anacrónica. Pero no me termino de dar cuenta. Lo que sí es verdad, es que la historieta desapareció del kiosco de revistas”, concede Trillo, sentado ante la mesa que ocupa el living de su actual oficina –o estudio– ubicado a la vuelta de su hogar, en Vicente López. “Toda mi vida me fui a trabajar al centro”, comenta. “Pero hace unos años decidí probar quedándome por la zona. Con alguna duda, porque no sabía si iba a funcionar, estando tan cerca de casa. Pero a la semana no entendía cómo hacía para irme hasta allá todos los días”, explica el gran sobreviviente de esa raza en extinción llamada guionista de historietas argentino, una genealogía que se inició con Oesterheld y supo continuarse en esos nombres prolíficos que los fieles lectores del género veían repetirse de revista en revista, como los de Alfredo J. Grassi, Ray Collins o Robin Wood. Aquellas revistas desaparecieron, pero Carlos Trillo sigue y sigue.
Cuando se le pregunta si alguna vez se imaginó que iba a estar tanto tiempo haciendo historietas, o si la historieta iba a durar tanto, a Trillo se le escapa una sonrisa. “La historieta va a terminar con nosotros”, asegura, y los múltiples sentidos de la frase ayudan a dejar la respuesta en suspenso hasta que explica que tanto él como sus colegas –y también los lectores, ¿por qué no?– tal vez sean los últimos de su clase. Porque es difícil que haya nuevas generaciones que puedan vivir de la historieta, calcula. “Ahora ya es muy difícil”, asegura Trillo, que antes ha terminado su razonamiento sobre la desaparición de las historietas del quiosco, diciendo que deberían haber terminado en la librería. Pero se interpuso la comiquería, lamenta.
Por eso es que tiene un particular significado que sea justo una historieta de Trillo –El síndrome Guastavino dibujada de manera extraordinaria por Lucas Varela, y serializada originalmente en la revista Fierro– quizá la primera argentina en intentar romper ese límite impuesto por las comiquerías y encontrar un lugar en las librerías locales, de la mano de Mondadori. Algo que sucede tres décadas y media después del comienzo de una larga historia construida desde una oficina, donde Mr. Trillo sabe ir todos los días a buscar esas puertitas que, como una generosa versión de su legendario Sr. López, le permita seguir invitándonos a visitar todos esos otros mundos que, por supuesto, siempre estuvieron en éste.

LOCO Y NEGRO
Cuando finalmente Trillo llegó a estar frente a frente con Alberto Breccia, el dibujante de muchas de las historietas que había leído con pasión durante su infancia, ya sabía que no iba a ser médico (llegó a dar el examen de ingreso a la Facultad de Medicina) ni abogado (aunque había cursado varios años de Derecho). Y sabía también, desde hacía tiempo, que no iba a ser el piloto de avión que soñó durante su infancia de hijo único, con padre colectivero y madre ama de casa. “Cuando mi viejo se jubiló, vendió todo y metió la plata en un banco”, recuerda Trillo. “Eran otros tiempos. ¿Te acordás de la frase de Perón, ésa en la que preguntaba quién había visto alguna vez un dólar? Bueno, mi viejo nunca vio uno. Cuando murió fui a cerrar su cuenta: había apenas 120 pesos. Nunca la había usado.”
En la casa del futuro guionista no había muchos libros, salvo los que leía él. Y las revistas de historietas, claro. “Con los amigos de la cuadra leíamos el Pato Donald con tanta atención que ya sabíamos que había diferentes autores, y que uno era mejor que los demás, aunque el nombre no salía en ningún lado: era Carl Barks.”
A pesar de semejante fanatismo infantil, arengado por profusas sesiones primero de Misterix, y luego de Frontera y Hora Cero, Trillo asegura que nunca se le pasó por la cabeza ser guionista de historietas. Aunque con un compañero de Derecho llamado Eduardo Belgrano Rawson llegaron a escribir un guión que llevaron a un Misterix ya lejos de su mejor época, cuando ya la editaba Yago. Con el mismo caradurismo de estudiante con el que presentaron aquel guión, Trillo y Belgrano Rawson llegaron a hacer un programa de radio en Municipal. Así fue como Trillo llegó a hacerle un reportaje a García Ferré para su programa, y terminó escribiendo guiones para El Hada Patricia o La Familia Panconara en sus revistas. En la vorágine de aquellos años jóvenes también escribió cuentos humorísticos para Patoruzú, un par de volúmenes para el Centro Cultural de América Latina junto a Alberto Bróccoli (incluido uno dedicado a la historieta) y también se asomó a la publicidad, donde conoció a Alejandro Dolina, con quien escribió Tony Avila, el detective poeta para la revista Siete Días.
Por eso es que, cuando finalmente estuvo frente a Breccia, Trillo insiste que aún no sabía lo que quería hacer, pero ya sabía lo que no. Breccia había ido a Satiricón convocado por su director Oskar Blotta y se estaba yendo sin ganas de hacer nada de lo que le proponían, cuando le pidió a Trillo –que ya andaba por ahí, y que “por alguna razón” (sic) era el único que sabía hacer guiones– que le escribiera algo. “Me acuerdo que el mismo día en que Breccia me trajo el primer Daneri, Altuna vino con las primeras pruebas del Loco”, precisa Trillo, refiriéndose al primer capítulo de la serie Un tal Daneri –que se publicaría por primera vez en la revista Mengano, de la que fue director– y a El Loco Chávez, la tira que a partir del 20 de julio de 1975 empezó a publicarse en la contratapa de Clarín, y que aún hoy tal vez sea el personaje más popular de toda su carrera.
“Era una historieta que se hacía fácil. Sólo tenías que ir contando las costumbres de la gente”, revela Trillo, que confiesa haber disfrutado mucho haciéndola. La base de las historias eran los amigos y las minas, y Trillo lamenta que con el tiempo se haya perdido eso de juntarse en el bar a hablar pavadas. Una costumbre que no sólo perdió la ciudad, sino también el Loco en los reentapados que se publican en forma de libro. “Es que cuando armamos las tiras para publicarlas en las revistas italianas, descubrimos que había páginas y las de charlas de bar... ¡no se terminaban nunca!”. Según cuenta Trillo, el final de El Loco llegó porque Altuna vivía en España, y el correo con las tiras nuevas siempre se retrasaba. “Además Horacio nunca fue un hombre que entregara temprano... ¡A veces tenía que ir directamente al taller con las tiras!”. Como muestra de la popularidad del personaje, recuerda que cuando El Loco se estaba terminando, la hinchada de Racing –el cuadro por el que sufría el personaje– llegó a cantarle el clásico “El Loco no se va/ El Loco no se va”. El reemplazo fue El Negro Blanco, que Trillo realizó con dibujos de Ernesto García Seijas, y nunca alcanzó el nivel de popularidad de El Loco. “Hoy pienso que el error fue hacerlo también periodista, porque la comparación era inevitable. Pero es algo que no me di cuenta en ese momento.”

HISTORIA ARGENTINA
Una de las claves tempranas de la carrera de Trillo como guionista de historietas fue, según él mismo dice, haber elegido a los dibujantes antes que las revistas. “Por entonces casi nadie trabajaba con los dibujantes”, explica el guionista, que escuchaba cómo Altuna le pedía que no le presentase guiones de ciencia ficción, porque le salían mal. O cómo Enrique Breccia le pedía que no le hiciera dibujar caballos. “¡Por eso en Alvar Mayor los personajes caminan tanto!”, revela. Pero para semejante plan era necesario tener dónde publicarlo, y ahí es cuando aparece primero la Editorial Record, que editaba la revista Skorpio, y luego las publicaciones de La Urraca, donde Trillo y sus dibujantes disfrutaron de algo que en aquellos comienzos resultaba una ventaja fundamental: tener piedra libre para hacer lo que quisieran. “No había un formato que respetar, una cantidad de páginas a la que ceñirse. Por eso es que Cascioli siempre fue para nosotros un gran editor”, calcula Trillo, que recuerda que supo irse de ambas editoriales antes de que las alcanzase, a cada una, su propia crisis.
Antes de esa retirada, el guionista aprovechó muy bien todas las libertades para hacer sus mejores historietas. E incluso para hablar de historietas, algo que no se solía hacer cuando –junto a Guillermo Saccomanno– escribió la sección El Club de la Historieta para Skorpio. “Sin inocencia alguna, con Oesterheld leído y disfrutado, con toda la literatura, con el oficio del creativo publicitario, Trillo entra en la ficción aventurera y le pega al primero que está ahí: el héroe”, dice Juan Sasturain, que cree que es la sucesión de personajes que Trillo fue realizando junto a Horacio Altuna –la evasión del pusilánime Sr. López, la melancolía de Charlie Moon, el patetismo del impresentable detective Merdichesky– donde mejor está ejemplificada esa tarea de desmontaje y descalificación hasta terminar de crear ese personaje clásico de las historietas marca Trillo: el antihéroe. Un camino que también se hace evidente desde las aventuras de Alvar Mayor para Skorpio hasta las desventuras de Marco Mono para La Urraca, ambas dibujadas por Enrique Breccia. Todo un trabajo realizado al margen de esa editorial que por entonces era el líder de la industria local de la historieta: Columba. “Para ellos, era como si las historietas de Oesterheld nunca hubiesen existido”, explica Trillo, tal vez su mejor heredero, el que terminó el trabajo del maestro y supo llevarlo aún más allá, como se puede ver en las recién reeditadas aventuras de Marco Mono (Doedytores), una historieta cuyo protagonista –como explicita su autor en el prólogo– está más allá de la maldad y la culpa. Y donde el mal (con minúsculas), siempre gana.
Se puede decir que Marco Mono es donde mejor se nota esa libertad de oficio tan bien ganada por Trillo, por la que ganó muy temprano –en el año 1979– el premio Yellow Kid, el más importante de la historieta europea. En aquel entonces, tanto él como otros representantes de su generación, comenzaron a viajar a Europa –presentó con Saccomanno, en el Festival de Lucca, su Historia de la Historieta Argentina–, y vieron cómo seguir esta historia de vivir haciendo historietas: entendiendo un mercado europeo al que seducir con sus baratijas. “Me acuerdo que Oreste del Buono, un crítico italiano muy inteligente que inventó la revista Linus, decía que lo que tenía de bueno la historieta argentina, era la dictadura que nos oprimía. Como nadie podía decir pan al pan y vino al vino, teníamos que inventar metáforas, y entonces lográbamos una cosa poética muy buena, que ellos no hacían más. Y nosotros le respondíamos que en una de ésas era mejor que fuésemos más pedestres pero viviésemos un poco más libres.” (mañana, la segunda parte)